CULTURA
La ciudad pensada XXIII

En las entrañas de Boedo

La historia imperdible de un barrio que es tango, fútbol, plástica, música, letras, peñas, bares y teatros.

Ciudad pensada Boedo 20220218
Algunas imágenes icónicas del tradicional barrio de la Ciudad de Buenos Aires. | Laura Navarro

Un barrio es una identidad intransferible. En su historia, Boedo es tango, fútbol, la plástica, la música, las letras, las peñas, los bares y teatros, la cultura, la bandera de una literatura social.  

Pasión vecinal con un simbólico epicentro en la esquina de San Juan y Boedo; ejemplo de la diversidad micro cultural de los barrios; lugar con atmósfera propia, avenida mítica en la gran ciudad.  

    

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La noche, a mitad del camino  

El hombre de la Mazorca llegó a una laguna sobrevolada por gaviotas. En la primera mitad del siglo XIX, Curiaco Cuitiño pidió a Juan Manuel de Rosas, su jefe, una retribución por sus servicios. El Restaurador de las Leyes ocultó una sonrisa, y le dio unas tierras de propiedad fiscal en el camino al Puente Alsina. Le firmó una escritura.  

Contento, Cuitiño tomó posesión de sus tierras. Entonces, comprendió la burla de su patrón. Todo estaba lleno de agua. Un bañado y un islote. El hombre de la Mazorca habrá maldecido, quién sabe. Pero no reculó. Trabajó. Hizo canales de desagüe. Recuperó las tierras. Las arrendó a italianos, españoles, franceses. Se levantaron hornos de ladrillos. La construcción en marcha necesitaba materiales.   

Así se pasó de la laguna a los hornos, y luego las casas, los caminos, un arrabal, nuevo suelo de gente recia y emprendedora; un suburbio para valientes curtidos por el trabajo áspero y el ansía de algo mejor vertiéndose en los cántaros de la vida.  

Ya lejos de la laguna inhabitable del principio, para el 1900, Boedo rebosaba en más hornos, chacras, construcción sencillas y grandes quintas, tambos, panaderías, pulperías, árboles, norias, molinos. Las grandes quintas, de veinte manzanas, empezaron a lotearse, se trasformaron en pequeñas casas, habitadas por nativos, y por inmigrantes que escapaban de la desdicha, y que solo querían derribar montañas y construir una casa y un jardín.  

Por el Camino de los huesos, o “de las tropas”, hoy Avenida Boedo, mugía el ganado arriado por los reseros que iba a los Mataderos de los Corrales, hoy Parque Patricios. En el trayecto aparecieron pulperías, que aprovisionaban a los viajeros y los jinetes de campo. En Boedo e Independencia, los hermanos Macchi crearon su panadería, en la que molían la harina y fabricaban los panes que ellos mismos vendían; hasta incluso hubo una “pastería” para proveer de manojos de pasto fresco a los caballos.  

Llegaron primero los tranvías a caballo; después, los eléctricos. En 1897, la compañía La capital tendió la línea De los corrales, tranvía eléctrico de una velocidad de 30 kilómetros por hora. A lo largo del recorrido, y hasta medianoche, lámparas y bujías clareaban la oscuridad. Las luces del avance tecnológico del siglo XX.  

Para 1909, la población aumentaba, con fuerte impronta inmigrante y entregada a profesiones diversas: carpinteros, albañiles, zapateros, jardineros, corraleros. Vivían en sus parcelas compradas a precios muy acomodados respeto a los del centro. Una compra que, no obstante, era un gran sacrificio.  

No había conventillos. Y para la década del veinte, Boedo ya componía un tejido de cafés, teatros, sala de tango, circos, cines. Así, a mitad de camino entre Parque Patricios y Flores, los pobladores del suburbio acudían a la avenida Boedo, ávidos de vida nocturna, de pasatiempos y juegos a los que se agregaba la bohemia y pasión artística de músicos, payadores, poetas, escritores.  

   

Una esquina, un emblema, un diputado salteño  

Llegamos a la esquina de San Juan y Boedo, ubicación de lo que fue el "Café del aeroplano", el "Nippon", el "Canadian"; y hoy, y desde 1981, el restaurante la “Esquina Homero Manzi”, declarado sitio histórico nacional, en 1996. En su marquesina relucen los dibujos del caricaturista Hermenegildo Sabat, que se muestran también dentro del salón.   

Homero Manzi (1907-1951), Homero Nicolás Manzione de nacimiento, poeta, político, guionista, director de cine argentino, autor de milongas y tangos esenciales, como Malena, Milonga sentimental, y Sur, con música de Aníbal Troilo, grabado por primera vez por la orquesta de éste, y con la voz de Edmundo Rivero, en 1948.  

La mitología popular insiste en que su letra, que comienza como “San Juan y Boedo antigua…”, y canta “Sur paredón y después, Sur una luz de almacén…”, fue compuesta en una de las mesas del bar en la esquina con el nombre del poeta.  

Referencia de entonación legendaria entonces para un barrio que, desde 2004, expresa la síntesis visual de su historia por un escudo que recuerda a la Editorial Claridad, a los artistas de la peña Pacha Camac, el club San Lorenzo; y el tango que, además de Manzi, es homenajeado a través de placas en la avenido Boedo que recuerdan a Cátulo Castillo (con el que ya nos reencontraremos), el compositor y pianista Sebastián Piana, o la cantante Mercedes Simone, “la dama del tango”.  

Boedo fue declarado barrio oficialmente por la ordenanza municipal Nº 23.698, el 11 de junio de 1968, que determinó sus límites en Sánchez de Loria, Av. Caseros, Av. La Plata y Av. Independencia. Una superficie de 2,6 kilómetros cuadrados y casi cincuenta mil habitantes, carente de espacios verdes salvo la Plaza Boedo. En nombre del barrio se remonta a Mariano Joaquín Boedo (1782-1819), abogado y político, amigo de Mariano Moreno.  Su provincia, Salta, lo nombró diputado al Congreso de Tucumán. Fue vicepresidente de ese Congreso que declaró la Independencia el 9 de julio de 1816, y cuya acta firmó. En la estación Boedo, de la línea E de subte, un busto en silencio lo recuerda.  

En 1882, el catastro municipal le da el nombre de Boedo a la avenida principal, la antes llamada “Camino de los huesos” o “de las tropas”. En la década del 20’, por la gran calle, con aire meditabundo, iban hacia algún bar, poetas, escritores, hombres de letras conscientes de su origen proletario, soñadores de la justicia social.  

 

La Escuela de Boedo y la editorial Claridad  

Ese hombre de rasgos firmes, mirada aguda y sombrero entró a Boedo 837. Su editorial irradiaba luz y cultura. La editorial Claridad, fundada el 30 de enero de 1922 por el hombre que recién traspasó la puerta, Antonio Zamora, con solo 25 años, periodista y político andaluz, socialista, editor de colecciones para la divulgación cultural, como la colección Los pensadores.  

El emprendimiento editorial se inspiraba en el movimiento intelectual francés Clarte, creado por Henri Barbusse, escritor comunista francés, antimilitarista.  

La colección Los pensadores salía semanalmente, con precios populares, veinte centavos, el equivalente de un café con leche, manteca y pan. Y ofrecía alguna obra significativa de la literatura mundial. El primer autor: Anatole France. En la colección Los Nuevos se promocionaba a los jóvenes escritores, como, entre otros, Enrique Amorim, el autor de La carreta; Leónidas Barleta, el creador del Teatro del Pueblo; o César Tiempo, de verdadero nombre Israel Zeitlin que, en 1926, publicó en la colección Versos de una… con el seudónimo de “Clara Beter”, una supuesta prostituta judía, atormentada por las injusticias sociales y la explotación sexual. Fue tanto el interés promovido por su persona que Tiempo debió finalmente aclarar que aquella mujer no existía, que él la había inventado. Por su parte, Robert Arlt intentó, fallidamente, publicar en la editorial su luego célebre novela El juguete rabioso.  

La editorial Claridad agrupó a los escritores unidos por una filosofía contestaría: la mítica Escuela de Boedo. Querían la revolución y la utopía, y eran refractarios de las dictaduras, los militarismos, los imperialismos y clericalismos. Luego del cierre de la revista “Extrema Izquierda”, en 1924, eligieron como su refugio la editorial Claridad, y como su lugar de encuentro, el Café El Japonés, en Boedo 873, inaugurado, en 1920, por Motokichi Yamakata, un inmigrante japonés.  

En las mesas de El Japonés fluían los diálogos, risas y ceños fruncidos de Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque, Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Roberto Mariani, Enrique Amorim, Roberto Arlt; a los que se les sumaron César Tiempo, el dibujante Guillermo Facio Hebequer, y otros. También era habitué del café Juan de Dios Filiberto, autor del tango Caminito.  

Obras destacadas del grupo son Tinieblas y Malditos, de Elías Castelnuovo; Versos de la calle, de Álvaro Yunque (que tiene su esquina en San Juan y Boedo frente a la esquina Manzi); Cuentos de la oficina, de Roberto Mariani, o Los pobres, de Leónidas Barletta (que tiene su mural en calle San Ignacio, frente al Café Margot).  

La crítica literaria introdujo en el campo simbólico cultural la disputa entre el “Grupo Boedo” y los del “Grupo Florida”, precedido por Borges, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, enamorados de la cultura universal y de temas de realce metafísico y libertad poética.  

Boedo eran los cafetines, el remanso para el descanso obrero; Florida las tiendas suntuosas, el ocio, el Jockey club. Las diferencias eran claras: “Boedo era la calle, Florida la torre de Marfil”, decía Yunque. Frente al esteticismo del arte por el arte, los de Boedo contraponían una literatura realista de intencionalidad política y militancia cultural revolucionaria.  

Sin embargo, Robert Arlt, Nicolás Olivari o Roberto Mariani, podían transitar de una orilla a la otra con facilidad. Y el legado de editorial Claridad, con sus publicaciones de los escritores boedenses, todavía resplandece en una nube de nostalgia.    

 

Cines y teatros, un eco lejano…  

Continuamos la caminata y muchas placas fileteadas, del artista plástico Luis Zorz, y colocadas por disposición de la Junta Histórica de Boedo, nos hacen recordar las huellas de lo perdido.  

Numerosos cines, teatros, cafés, antaño fueron la dicha del esparcimiento para sectores humildes y de clase media en Avenida Boedo. No solo entretenimiento, sino una experiencia de encuentro y socialización. Casi todos esos lugares son hoy un eco lejano…  

En Boedo al 1063 un potrero dio lugar a la construcción del Cine Teatro El Nilo, inaugurado en 1929, en un solar donde antes funcionó el circo Politema en 1915 y el teatro de verano del dramaturgo José González Castillo, el autor de Los invertidos, con el que luego nos reencontraremos. El nombre del establecimiento no es por el segundo río más largo del mundo, luego del Amazonas, sino por el responsable del emprendimiento, el Sr. Nilo Gigliotti. La decoración de la sala era espléndida, con numerosas butacas, y unas figuras de aires mitológicas coronando el escenario. Magnificencia que dignificaba al barrio. Luego de su final fue sala de baile y el Hogar Croata. Hoy, es un lugar de venta de electrodomésticos, en cuyo fondo se puede ver todavía, como fantasmal supervivencia, lo que era la decoración del escenario.  

Otra placa fileteada que descubrimos en Boedo 953, recuerda el Teatro Boedo, construido en 1905 por Jaime Cullen, un catalán vendedor de aceite. A partir de 1919, el teatro se consagró exclusivamente al cine, las funciones de películas en continuado en las salas cinematográficas también llamadas “biógrafos”. En 1930, regresó a la escena teatral con “Lo que le pasó a Reynoso” de Alberto Vacarezza, el máximo referente del sainete porteño. Pero en 1959, la navaja de la demolición arrasó con el antaño orgulloso teatro que ahora es una conocida farmacia.  

La nostalgia continúa en Boedo 777, donde estaba el cine Los Andes, en 1926, un solar antes ocupado por circos. En Boedo 877, el cine Alegría, que luego se renombró como Select Boedo, concluyó su tiempo dorado en 1960. Hoy, su predio lo ocupa un supermercado, pero conserva su mascarón en el que aún sonríe el que quizá sea Frank Brown, el entrañable payaso inglés, admirado por grandes personalidades, y que compartió la escena circense con el gran José Podestá, el muy popular, en su momento, Pepino el 88.  

Y en Boedo 858, el cine Cuyo, amplio y moderno inaugurado en 1945, proyectaba estrenos de las salas del centro. En 1992 terminaron sus días de pantalla y proyector. Hoy es un templo evangelista. Pero en mayo de 2011, por un día, el Cuyo reabrió como cine teatro. Hoy por hoy, existe un movimiento vecinal que puja por su recuperación como sala de cine aún empapada de recuerdos.  

   

Entre Dante y Margot  

Otra esquina que preserva el aura de los viejos bares es la de Boedo, y San Ignacio (antes Pasaje Camio). A comienzos del siglo XX, un genovés, Lorenzo Berisso, levantó un edificio en cuya planta baja hoy vive el Café Margot, de viejo mobiliario, paredes a ladrillos descubiertos, ambiente de pasados tiempos tapizado por fotografías y publicidades y botellas antiguas.    

El Margot, bar notable, hito barrial, visitado por el diputado socialista Alfredo L. Palacios; los escritores Raúl González Tuñón e Isidoro Blaisten; o los célebres boxeadores el “Mono” Gatica, y Oscar “Ringo” Bonavena. Todos ansiosos por degustar los clásicos sándwiches de pavita en escabeche de la casa (cuya invención también se la atribuye el contiguo y distinguido bar Trianon), o sus lomitos, o el strudel de manzana casero, sus medialunas y pastas caseras.  

Pero tras el Margot presente, se desvanecen en la neblina del recuerdo algunos cafés, como el ya referido Café El japonés, o El café Dante, en Boedo 745, abierto en 1917, y así llamado por el autor de La divina comedia.  

Café elegido por jugadores y dirigentes de San Lorenzo de Almagro, pasión futbolística del barrio, y por los intelectuales de la Escuela de Boedo y el mundo teatral, o por los miembros de La república de Boedo. El 1 de marzo de 1938 una publicación barrial quincenal anunciaba: “Asumió la Presidencia de la República de Boedo el Dr. Giacobini”. El doctor Genaro Giacobini, ligado también a la historia de Parque Patricios, promovió el guardapolvo blanco en las escuelas.  

En la calle Rondeau al 4000 el Grupo Artístico Boedo pintó una fachada para evocar al Café Dante, que se disipó, para siempre, en 2002.  
 

Esculturas, un museo y la peña.  

El arte impregna la avenida. El Paseo de las Esculturas: 22 obras donadas por sus creadores, emplazadas en las veredas, sobre Boedo, en la proximidad de comercios, entre San Juan e Independencia.  

El escultor Francisco Reyes, inmigrante andaluz, arribado al país en 1927, se estableció en Boedo, y su amor por el arte marcó su rumbo. En 1980, en la cortada San Ignacio, propuso varias exposiciones de esculturas que llamó “A cielo abierto”; y en 1986, junto con el sociólogo Aníbal Lomba y el escritor José Gobello, muy versado en lunfardo, crearon la Junta de Estudios Históricos de Boedo. Aníbal Lomba es recordado por un busto en la esquina Manzi; y la primera publicación de la Junta es Ayer y hoy de Boedo, de Diego del Pino, con la narración de la historia barrial hasta 1980.  

Siempre deseoso de reconocer el amor por la cultura, Reyes creó la “lengue”, una distinción a espíritus creadores. Así nació la Cofradía de la Orden del Lengue. Luego surgió la idea del Paseo de la Esculturas, inspirado en las esculturas exhibidas en la vía pública en Resistencia, Chaco. Tras muchos expedientes, la iniciativa fue aprobada. Un museo a cielo abierto en la ciudad donde se exhiben numerosas estatuas. Entre ellas, tres obras de Reyes, como “La madre”; o también “Crecer”, una joven concentrada en la lectura, de Elisa Dejistani; o “El reposo” de Stepán Erzia, de nacionalidad rusa y soviética.  

Francisco Reyes tiene su rincón en el Margot, y una estatua en la avenida. El arte como fuerza de comunidad relució también en Boedo 870, 2º piso. Allí primero estuvo el Café Biarritz, en el que se animó la Peña Pacha Camac, entre 1932 a 1946. El dueño del establecimiento, el Sr. Baurges, cedió la planta alta desocupada del local a la famosa peña.  

Inspirada por el americanismo y la cultura precolombina, la peña Pacha Camac reunió a plásticos indoamericanistas, como el pintor peruano González Trujillo, la escultora boliviana Marina Núñez del Prado, o el músico y pintor del altiplano Velazco Maidana, entre otros.  

Y en donde fue un espacio de comunidad por el arte, en 2003, se inauguró el Museo Monte Piedad del Banco Ciudad, cuyo antecedente es el Monte Pío o Monte de la Piedad de la Provincia de Buenos Aires, entidad benéfica en las que los pobres conseguían crédito al empeñar sus pertenencias.  

 

En la otra esquina  

Al llegar a Boedo e Independencia, nos sorprende un particular frontispicio. Una pieza mural sin protección patrimonial, compuesta de venecitas (un gresite o azulejo de gres en pequeño formato), que dan cuerpo a una posible deidad greco romana. Su autor es desconocido. En su extremo inferior derecho se lee “Marca registrada”. Se distingue a un hombre alado con túnica violeta que conduce unos caballos, mientras detrás avanza en su carro otro joven arropado en vestiduras celestes entre etéreas nubes de tonalidades blancas, rosadas y amarillas.  

El mural era de la tienda de telas Dell'Acqua, en los años 30”. Allí se extendía la laguna que domesticó Cuitiño en el siglo XIX.  

En frente, en línea oblicua, la sede del Banco Nación de Peró y Torres Armengol, de fachada afrancesada. En abril de 1968 fue asaltado por cuatros individuos, cuyo botín fueron más de 65 millones de la época. Asalto consumado sin un tiro, por el que fueron detenidos el famoso narcotraficante de heroína Frances Chiappe, y Lucien Sarti y Augusto Ricord. En esa esquina, antes hubo un conventillo, en el que nació y vivió El Cachafaz (1885-1942), Ovidio José Bianquet, gran danzarín de pasos tangueros. La fecha de su muerte se convirtió en el Día del Bailarín del Tango.  

Cátulo Castillo, el poeta y compositor, autor de Tinta roja, entre otros grandes tangos, en Boedo 771 tuvo su Conservatorio Bonaerense. Castillo fue distinguido como ciudadano ilustre, en 1974. Entonces, narró la fábula en la que un águila y un gusano llegan a la cima de una montaña. El gusano lo hace trepando, y el águila volando. Dos caminos de vida. "¿Pájaros o gusanos?", preguntaba Castillo

Cátulo Castillo era hijo del ya mencionado dramaturgo José González Castillo, quien fundó, en 1928, la Universidad Popular de Boedo, en la actual escuela de Martina Silva de Gurruchaga. Allí, por décadas, hasta 1943, estudiaron miles de alumnos que se embebieron de arte y cultura. Una placa fileteada recuerda ese centro de educación y pasión por la cultura.    

 

El bar invisible  

Entre los últimos pasos de la visita, recordamos la Biblioteca Miguel Cané, en Av. Carlos Calvo 4319, en la que Jorge Luis Borges trabajó y concibió una biblioteca que se extiende hasta estrellas remotas. La biblioteca de Babel.  

Pasó de vuelta donde estuvo el Café Dante. Ahí sigue, como un bar invisible. En el aire aún se respira los días de los trabajadores e intelectuales apasionados por el arte que les hablaba de sus propias vidas, o empeñados en la educación, como forma de progreso y dignidad personal.  

Y todavía, en alguna parte, vibran los circos, carnavales, teatros, cines, la peña Pacha Camac, los escritores de la Escuela de Boedo y la editorial Claridad. La conciencia del mundo injusto, y el deseo de crear, de querer saber más. Tiempos en los que todavía se esperaba que el sueño de justicia se hiciera realidad.  


(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. En estos momentos dicta cursos sobre filosofía, arte, cine, anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar), y cursos y actividades anunciados en su FB.