En La Boca, la nostalgia por otro tiempo siempre flota en el aire. El recuerdo de su épica del trabajo en el puerto y sus calles, presente en el arte de Benito Quinquela Martín; y de otros artistas inspirados por la atmósfera barrial.
El barrio mítico y el barrio real. Y Caminito, los turistas. El fútbol. El bar La Perla, con sus botellas añejas, y las fotos de lo antiguo que todavía exudan alguna sonrisa. Y un mástil que se alza en la Vuelta de Rocha, frente al Riachuelo, primer asiento de la ciudad, según Paul Groussac.
Y cerca, una fachada de discreta armonía protege un espacio cultural de exhibiciones artísticas y futurismo. Allí, desde hace dos años, en la Fundación Andreani, se realiza un evento particular, vinculado con el presente y el futuro: Posthumania, una actividad con la participación de numerosos científicos, artistas e intelectuales, cuyo nexo es la apertura a procesos del conocimiento relacionados con tecnologías emergentes, y que unen presente y futuro.
Posthumania cuenta con la curaduría de Germán Rúa, profesor de filosofía y músico (creador del evento), y de Ingrid Sarchman y Margarita Martínez.
Según Rúa, el sentido de Posthumania “es promover una reflexión que articule la biología genética con la sociología, la nanotecnología con la literatura, la robótica con la filosofía, la física y la música, para atender al modo en que las nuevas tecnologías nos están transformando tanto desde una perspectiva social y cultural como en términos de especie”.
Un público embelesado se reunió para presenciar diversas conferencias sobre cuestiones tan actuales, y poco frecuentes en nuestro medio, como nanotecnología (la tecnología de lo ultrapequeño), robótica, genética, música experimental, análisis sobre el mundo informático y algorítmico, el Antropoceno y la crisis climática, y el futuro en clave de ciencia, y de ciencia ficción.
Una constelación temática que, además de su vínculo con el desarrollo tecnológico, también propone, como agrega Rúa, “un debate en torno a la crisis del sujeto y los estados modernos”, que además de los desarrollos técnicos luminosos nos acerca también a “las particularidades del consumismo digital, los riesgos de la inteligencia artificial, el fenómeno del cambio climático y su contrapartida en la renovada carrera espacial”.
Y sobre el pensamiento arrojado a la exploración del espacio exterior, en la última edición de Posthumania el ingeniero argentino de la NASA, Miguel San Martín, especializado en exploración robótica planetaria, ofreció una charla virtual, en la que deslumbró al público con los logros y desafíos de la actual investigación espacial.
El posthumanismo en la escena. La actividad en Buenos Aires de Posthumania, y su espectro de inquietudes, se acerca a la cuestión del posthumanismo (asociado al transhumanismo, como luego veremos). Una corriente de pensamiento que trasciende el humanismo clásico, que brilla en la modernidad postmedieval. Entre muchas otras posibilidades para su comprensión, el humanismo postula el humano autónomo, que se autodermina desde su libertad y racionalidad como su esencia propia e inalterable.
Por el contrario, lo posthumano es la sustitución de una supuesta naturaleza humana definitiva por nuevas formas de ser. El posthumano es lo humano como más que humano por, primero, su modificación artificial del cuerpo; o, segundo, por su acercarse (o reconciliarse), con lo animal.
En cuanto a lo primero, la concepción del cyborg (la criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos) pensado en un famoso Manifiesto por Donna Haraway, en 1983, borra la separación entre el humano y el añadido artificial, y lo robótico y maquínico. En cuanto a lo segundo, por ejemplo, el artista alemán Joseph Beuys, en una performance pionera, abraza con afecto una liebre, en la Galería Schmela de Dusseldorf; acción que, desde lo simbólico, pretende transformar al humano mediante su unión con lo animal.
El humano mutado en posthumano rebosa, también, en antecedentes filosóficos: Nietzsche (el hombre que debe ser superado); Baudrillard (y la clonación duplicadora); o Deleuze (y el devenir animal).
Y el posthumanismo es la valoración extendida de lo vivo. El valor de lo vivo abraza a lo humano, pero también a otras formas de vida no humanas (derechos de los animales, o del robot). Se desactiva, entonces, el orden jerárquico en el que el sapiens es rey de la creación (como lo sostiene la Biblia); y monarca de la cadena de los seres (en tanto el humano racional es diferente y superior respecto al resto de los animales).
Esa jerarquía se relaciona con el antropocentrismo moderno, luego del largo periodo medieval dominado por la centralidad de Dios (teocentrismo). El antropocentrismo reduce la realidad a lo dado al hombre para su comprensión y acción. El humano se para en el centro de la vida; y desde allí, ve con aires de superioridad a lo no humano de lo animal no racional, o a la naturaleza,
Frente a esto, el efecto filosófico mayor de lo posthumano es la “desantropocentrización”. Es decir, el centro ya no está ocupado por el humano conforme consigo mismo, sino que éste empieza a convertirse en algo distinto, en posthumano, y a convivir con otras entidades no humanas.
A su vez, lo posthumano habita en el imaginario audiovisual contemporáneo. El manual Palgrave de posthumanismo en cine y televisión (2015), por ejemplo, de Michael Hauskeller, Thomas D. Philbeck y Curtis D. Carbonel, proponen una “cartografía del posthumanismo”. En el cine o la televisión abundan superhéroes, vampiros, zombis, transformers, mutantes o cyborgs. Entidades posthumanas en el universo cinematográfico de Marvel estudios, o de DC, la editorial de cómics estadounidenses. En su representación fílmica, lo posthumano incluye inteligencias artificiales como el “alma” de robot humanoides. Seres aún ficcionales de Science fiction, como Terminator, el replicante Roy de Blade Runner, o Ava en Ex Machina.
Pero la posthumanización es también lo no tecnológico. Por ejemplo, la narrativa mitopoética de las culturas antiguas ya “posthumanizaba” el mundo al imaginar la coexistencia del humano con lo que no es propiamente humano: ángeles, fantasmas, o héroes que funden lo humano con lo divino, como el caso de Hércules. Lo mitológico como primera matriz de lo posthumano.
Y, por su parte, la posthumanización tecnológica modela robots sociales, y el humano en mutación posthumana cyborg, como el caso de Neil Harbisson, artista vanguardista británico, con una antena implantada en su cabeza. Con residencia en New York y Barcelona, es considerado como el primer cyborg del mundo. En la primera edición de Posthumania, brindó una conferencia.
Hoy, para muchos, lo humano rompe la frontera de lo biológico, y deviene posthumano postorgánico por la incorporación de lo artificial (implantes oculares, auditivos, marcapasos).
Y toda la dinámica del posthumano aspira a un punto superior de sus posibilidades: el transhumanismo y su emergente imaginario futurista.
Emergencias transhumanas. Con mi esposa, salimos de Posthumania por un momento, para estirar las piernas. Hablamos de todo lo que vimos y escuchamos. La tarde se disipa en lánguidos colores, Y, cerca, en las aguas poco cristalinas del Riachuelo, nada impide imaginar al transhumano que emerge, se acerca y representa al posthumano modificado por añadidos tecnológicos.
El transhumanismo es el propio humanismo que, en la crítica de sus límites, ambiciona trascender las limitaciones biológicas e intelectuales del sapiens, desde un optimismo tecnológico.
El transhumanismo (abreviado como H+) lleva al posthumanismo a su posibilidad más alta mediante la evolución artificial, que se diferencia de lo evolutivo por selección natural, por los cambios en la adaptación al medio como lo propone Darwin. La evolución tecno dirigida quiere rebasar al humano tal como surge en la naturaleza, y llegar al Homo Deus, según lo postula Yuval Noah Harari.
Y para Raymond Kurzweil, director de ingeniería de Google desde 2012, experto en inteligencia artificial e impulsor de la Universidad de la Singularidad de Silicon Valley, el transhumano llegará con la singularidad. Un punto de quiebre en el futuro con el hipotético efecto de, por un lado, la autonomía plena de la inteligencia artificial (su autoprogramarse sin ya un programador humano); y que, por otra parte, será “la culminación de la fusión entre nuestro pensamiento y existencia biológica y nuestra tecnología, resultando en un mundo aún humano, pero que trascienda nuestras raíces biológicas”.
El transhumano como fusión de tecnología y cuerpo del posthumano, en un grado más elevado. Y el transhumanismo es, a su vez, un “solucionismo tecnológico”, como sugiere Luc Ferry, filósofo y ex ministro de Educación de Francia. Si las limitaciones intelectivas y sensoriales del humano, que incluyen el envejecimiento y la muerte, son entendidas como “problemas”, estos se solucionarán mediante tecnologías emergentes. Como la nanotecnología, la biónica, la inteligencia artificial, la ingeniería genética. En este proceso tiene lugar también el movimiento grinder (la modificación corporal para aumentar las capacidades sensoriales del ser humano), emparentado con el controvertido biohacking (Biología DIY, practicada por ciudadanos y no solo científicos especialistas, y relacionado también con el bioarte); la práctica de bioha-ckers cuya intención es, entre otras experimentaciones, modificar los sistemas vivos para incorporar nuevas capacidades y funciones.
La idea central del trashumanismo como trascendencia superadora del humano, surge desde diversas fuentes. En 1957, el biólogo inglés Julian Huxley (abuelo de Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz), alude al término “transhumanismo”, en cuanto al “hombre en tanto hombre, pero autotranscendido”.
Por su parte, Fereidoun M. Esfandiary, filósofo y futurólogo transhumanista, adopta como nombre FM-2030, y manifiesta una “gran nostalgia por el futuro”. En 1966, Esfandiary usa el término “transhuman” en sus disertaciones en la New School for Social Research de Nueva York. O, en 1988, Max More, otro de los pensadores transhumanistas originales, introduce el concepto de extropía (neologismo que se contrapone a entropía), denominación para un movimiento de un prometeico optimismo tecnológico lanzado a extender las capacidades humanas. Búsqueda que, para algunos, es origen de una tecnoreligión mesiánica parida por un capitalismo hipertecnologizado en el molde de Silicon Valley (meca de la vanguardia tecnológica), y cuestionado por autores como Éric Sadin, Franco Berardi, o Francis Fukuyama.
En la diversidad de sus variantes, el transhumanismo es representado, entre muchos otros, por Nick Bostrom. Raymond Kurzweil, David Peare, Andy Clark, Hans Morovec, Robert Ettinger, Gilbert Hottois, James Hughes; e incluso Peter Sloterdijk, desde su controvertida conferencia Normas para el parque humano (1997), y desde su concepto de “antropotécnica”, o el humano como ser “operable”, o modificable.
En 1998, los mencionados Bostrom y Pearce, crean la Asociación Mundial Transhumanista. En su manifiesto fundacional se subrayan antecedentes de mentalidad transhumanista: la autodeterminación humana, pero como autotransformación, en el humanista florentino Pico della Mirandola (1486); o el materialismo mecanicista de Julien Offray de La Mettrie (1750), y su Hombre máquina.
En contra de sus detractores, que impugnan al transhumano como un antihumanismo, Bostrom propone que “el transhumanismo hunde sus raíces en el humanismo racionalista”; traza así una supuesta continuidad, y no una ruptura, entre humanismo y transhumanismo. Desde 2001, la Asociación es conducida por el sociólogo canadiense James Hughes, cultor del tecnoprogresismo, la versión del transhumanismo que promueve la coincidencia entre progreso tecnológico y social.
El médico Laurent Alexan-dre, presentado muchas veces como futurista, reflexiona en torno al deterioro del genoma limitado a la selección natural. Argumenta entonces que es necesario su mejoramiento artificial mediante una tecnomedicina que propicie el salto desde una ciencia de la salud preventiva, curativa o terapéutica, hacia una medicina mejorativa, cuyo propósito no es ya curar disfunciones corporales, sino optimizar y ampliar funciones. Mejora que discurre desde una corrección celular por nanorobots, (los dispositivos nanotecnológicos ultra pequeños), hasta el ansiado Santo Grial transhumanista: la inmortalidad.
En la serie Black Mirror, en torno a la cual en su momento escribimos el libro Sociedad pantalla, su creador, Charlie Brooker, imagina un sistema ficcional, llamado San Junípero. Su funcionamiento asegura una inmortalidad digital. Pero, en su comienzo, un primer sueño de lo inmortal por lo tecnológico se expresa por Alcor Life Extension, la compañía de criopreservación más grande del mundo, creada en 1972. La criopreservación es el congelamiento del cuerpo a temperaturas cerca de los -196 °C, punto de ebullición del nitrógeno líquido, que preserva las funciones vitales en condiciones de vida suspendida hasta el momento de su reanimación.
La imaginación transhumanista respira en el terreno de la utopía futurista, como la emulación cerebral. Para muchos neurocientíficos el cerebro es un software que se podrá escanear y reproducir en una computadora. Punto que revela el materialismo filosófico transhumanista: la mente son datos, información que como un programa descargado podría almacenarse, sin fin, en un nanochip, fuera del cuerpo. La inmortalidad digital imaginada por Brooker.
En el Poema de Gilgamesh, el héroe sumerio Gilgamesh emprende un viaje al fin del mundo en pos de la vida inmortal. Hoy, el llamado Proyecto Gilgamesh pretende acercarse a “curar la muerte” hacia el 2045, mediante los avances en nanomedicina, por ejemplo.
A su vez, el cosmismo ruso es un destacado antecedente también del ideal transhumanista de la inmortalidad. Surgido después de la revolución de 1917, a través de personajes como Nicolai Fedorov, Alexander Svyatogor, o Alexander Bodganov, el cosmismo ruso alienta diversos sueños de resurrección e inmortalidad, por mediaciones técnicas.
Transhumanismo, política y futuro. Y también el transhumanismo se mueve en una dimensión política, con posiciones contrapuestas. Peter Thiel, por ejemplo, cofundador de PayPal, transhumano libertario, se identifica con una derecha desentendida del igualitarismo del legado humanista; o el transhumanismo liberal liderado por el filósofo Zoltan Istvan, autor The Transhumanist Wager (La Apuesta Transhumanista), creó el primer partido transhumanista en los EE.UU.: “Transhumanist Party”, con un revelador lema “Poner la ciencia, la salud y la tecnología en la primera línea de la política americana”. O el transhumanismo de giro izquierdista, como en Peter Singer, exponente de un “darwinismo de izquierda”, apela a la genética para modificar la agresividad humana.
Y también despunta un transhumanismo democrático, como el de ya mencionado James Hughes en su obra Citizen cyborg, favorable a políticas públicas que garanticen el control tecnológico del propio cuerpo.
Como se ve, el transhumanismo es diverso. Polémico. Según como se lo vea, es progreso, o es distopia del tecno control total del humano que no se demora en cuestiones éticas o políticas, y que prescinde del debate sobre el peligro de una excesiva invasión tecnológica de la vida.
Lo transhumano como senda evolutiva legítima; como futura convivencia posthumana entre humanos y androides robóticos; o solo como un paso en beneficio de un capitalismo hipertecnológico concentrado.
Pero, en todos los casos, el transhumanismo teje una específica dialéctica entre lo presente y futuro.
El futuro es puerta del mañana que se abre por llaves de alta tecnología, y que demanda una evolución ético espiritual que limite sus excesos. La creación tecnológica ya ha iniciado el proceso de revertirse sobre su creador para transformarlo; para liberarlo de la naturaleza, pero, para algunos, a condición de someterlo a la tecnología, y radicalizarlo en el desprecio por nuestro cuerpo real. El transhumano, entonces, como el posthumano que asciende a un cielo radiante, o como lo que degenera en tecnopesadilla.
Mientras tanto, el atardecer ya vierte sobre La Boca sus últimas luces. La noche casi renace. En Posthumania entrevimos un pensamiento pleno de ciencia, tecnología, y expresiones artísticas afines. En 2023, llegará su tercera edición.
Y caminamos por el pintoresco entorno. La brisa que sopla en La Boca ya no es solo nostalgia del pasado, sino también, ahora, susurro de un incierto futuro.