Suele decirse que el último hombre de Occidente que concentró en sí todo el saber de su tiempo fue Immanuel Kant, el filósofo del siglo XVIII. Pero el Occidente del siglo XX y lo que va del XXI acaso tuvo su sabio propio: Umberto Eco. Profesor universitario, autor de una obra académica colosal (Obra abierta, Lector in fabula, La estructura ausente, Apocalípticos e integrados, entre muchas otras) y creador de conceptos ya clásicos, Eco no se privó de enamorar a la literatura. Desde su primera novela, la famosísima El nombre de la rosa –traducida a más de cuarenta idiomas y llevada al cine–, hasta la última, Número cero –una historia que hace foco en el cruce entre el periodismo y el poder y que fue publicada hace apenas un año–, Eco terminó de acostumbrarnos a encontrarlo en los más diversos anaqueles de la biblioteca: el de semiología, el de arquitectura, el de lingüística, el de literatura, el de filosofía.
Y es que Eco era como el epítome o resumen perfecto de nuestra época, un hombre de múltiples intereses y múltiples condiciones: crítico, provocador, mordaz, lúcido, irónico, polémico, original, prolífico, agudo, estimulante, inspirador, capaz de ver en el fenómeno presente lo que sólo es dado ver con la perspectiva del tiempo.
(Ahora, que no está, tal vez valga la pena imaginar al otro Eco, al de todos los días, al que pasaba las vacaciones en su abadía de Monte Cerignone como un profesor anónimo. Imaginarlo allí, en ese pueblo de 700 habitantes, donde jugaba a las bochas con otro vecino ilustre, nuestro Eliseo Verón, con quien discutía sobre los temas más trascendentales –los signos, el vino, la mejor salsa para la pasta– en el Bar Sport, mientras tomaban el aperitivo. Imaginarlo allí, donde pasó su último cumpleaños, hace poco más de un mes).
Nunca mejor que en este momento, la frase final de El nombre de la rosa –“stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemos”– nos obliga a releerlo: ¿“sólo tenemos el nombre de lo que ya no está”?, ¿sólo nos queda su nombre, el nombre de Eco? No. Umberto Eco nos lega mucho más que su obra escrita, mucho más que sus clases y su teoría: nos lega claves para entender nuestro tiempo. Es indispensable volver a visitarlo
*Doctora en Lingüística.