CULTURA

En una especie de sobrevuelo inspirador

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Una novela como Hasta que te conocí, cuya precuela está en un cuento memorable, tiene la estabilidad madura y la decisión argumental –la calidad– a las que la reedición de una novela anterior –Villa– nos tenía acostumbrados. La lenta adecuación contrasta con el rápido y suave tránsito de “Planeta cuerpo” a “El charco”, el capítulo inicial y el último. La voz de Walenski ha sufrido –como hasta hace poco dijo un eslogan partidista– el cambio justo (algo que parece una meiosis y es sólo una preterición). Es esa carraspera inadecuada y rugosa la que deja asomar también el narrador, parecido, de manera menos ostensible, al que desde el epígrafe de Elliott Chaze susurra que algo fácil de conseguir es también algo fácil de perder. Del comienzo al fin, la voz combina el noir americano con el gris de su empeño arrabalero local, y se reserva el hilo de voz capaz de moralizar un repertorio sentencioso semejante. 
     A veces con Gusmán, a quien le provoca una enojosa emoción detectarlo, salimos en busca de “lo poético”. Es curioso –o no, en absoluto– que se lo pierda cuando se le entrevera con la urgencia y la morosidad del estilo propio. A Gargiulo y a mí nos confesó que el título provenía de una canción de Manal. Nos devanamos los sesos buscando suavidades de tal índole en los temas del trío de Javier Martínez hasta que una dicción aclaratoria nos reveló que en realidad se trataba de Maná, el grupo mexicano. Implacable y leal, el Flaco es incapaz de hacer una concesión a la nostalgia roquera. 
     En una especie de sobrevuelo inspirador, todo Gusmán puede expandirse, aunque él mismo lo disimule en cadencias y ritmos que nos confunden, fingiendo parsimonia y regularidad. En Hasta que te conocí se reconocen, en estado de complot de lengua, matices e inflexiones que  trasplantan o transportan curiosidades locales en o a no se sabe dónde. Como si la brújula señalara, digamos, El juego de las decapitaciones, de Lezama Lima, pero la solución del relato nos arrojara, irreductiblemente, a Bienvenido Bob, de Onetti. Alguna vez contó que se trata, en su caso, de 4x4. A Gusmán, que la música (sobre todo el tango) no le cuesta, siempre le dio trabajo la matemática.