Instalado en las reglas de su juego, resulta paradójico –aunque no inconsistente– que uno de los libros más hermosos de Borges sea al mismo tiempo un catálogo de monstruosidades. Escrito a cuatro manos con Margarita Guerrero, El libro de los seres imaginarios (publicado por primera vez en México bajo el nombre Manual de zoología fantástica) recopila toda suerte de seres extraños nacidos del delirio y la ensoñación de los mortales.
La naturaleza del bestiario, tierra ignota que contiene animales mitológicos, leyendas folclóricas y esperpentos literarios, es la de representar, con un discurso a medio camino entre la ciencia, la alegoría y la magia, los entramados de la fantasía, que para fortuna del que observa son siempre un prodigio de la forma: arte, amén de forma y contenido, es sobre todo materia sensible. Se trata de realidades autónomas que cumplen funciones estéticas distintas a las de la cotidianidad, o para decirlo en buen cristiano, un bestiario encarna la posibilidad de enfrentarnos contra engendros fascinantes.
La muestra inaugurada el sábado 19 de julio en el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata (MAR), curada por Rodrigo Alonso, demuestra que una visión de largo alcance permite el encuentro de universos autónomos con la capacidad de dialogar en el reino de la imaginación. Bajo el título El museo de los mundos imaginarios, y con la organización del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, presidido por Jorge Telerman, se recoge un muestrario de instalaciones, espacios intervenidos, figuraciones, videos, fotografías, multimedia, esculturas, luces, maquetas y paisajes sonoros a cargo de algunos de los principales artistas argentinos y otros emergentes en quienes la tónica que aglutina, por fortuna, es la experimentación y la calidad.
Dividida en tres salas complementarias que lo mismo contienen obras de Xul Solar –acaso el único maestro de Borges junto con Macedonio Fernández– que de otros artistas consagrados como Marcos López, Dolores Avendaño, Gyula Kosice, Liliana Porter, Sebastián Gordín o valores más recientes como Eugenia Calvo, el colectivo Proyecto Biopus o Daniela Mutis, la muestra es una prueba palpable de que el arte contemporáneo argentino, como el texto que lo anuncia, tiene una cuota de universalidad e intimismo que ofrece a quien lo explora los mapas de navegación de una geografía fantástica.
Es pertinente recordar que la muestra no pretende “ilustrar” el mundo borgeano, sino tomarlo como disparador o punto de partida hacia cualquier parte, de ahí la obra que abre la muestra –pieza que destaca más por su tamaño que por su originalidad– sea una serie de nubes con escaleras que no conducen a ningún lado, o mejor aun, a todos los rumbos posibles.
Como en cualquier muestra generosa, la selección es heterogénea y despareja. Hay obras absolutamente memorables, como la de Provisorio Permanente, que con un cuidado exquisito por el detalle reconstruye la escena en que la casa de Dorothy, aquella nena entre cándida y perversa de El Mago de Oz, asesina a la bruja del Este aplastándole la mitad del cuerpo (con todo y mono descarnado). Otra que hará la delicia de los infantes es el esqueleto de ballena de Proyecto Bipus, Osedax, en la que es posible ser partícipe de los pequeños organismos –carroñeros y luminosos– que devoran incendiando a un titán de los océanos (acaso el animal más noble del planeta).
La ternura es un componente activo en las ilustraciones de Dolores Avendaño, donde animales cotidianos –y otras bestias conocidas por ilustrar la saga de Harry Potter– son contemplados con ojos de otro mirar (cosa que también sucede con las obras de Jorge Luis Ihlenfeld y el tigre plateado de Ananké Assef).
Uno de los instantes estelares de la muestra lo conforman, desde mi perspectiva, las fotografías, las instalaciones y sobre todo los videos de Liliana Porter, que con una equilibrada dosis de piedad e ironía como de extrañamiento y misterio consigue de manera perturbadora explorar la vida emocional de los objetos, esos pequeños testimonios de un mundo diminuto condenado casi siempre al reino de las apariencias, pero que mirado con su lente cobran un inusitado resplandor. Con un humor finísimo que se vertebra a la perfección con la estupenda musicalización de Sylvia Meyer –otra obra en sí misma, con un procedimiento intertextual que apela a la sensibilidad más que al bagaje teórico del observador–, las distintas escenas recortan un determinado carácter emparentado con un juguete o algún elemento decorativo para tejer relaciones insospechadas entre diversos estados anímicos, que van desde la ternura y la tristeza hasta la violencia pornográfica de un pingüino que se derrama inundando para siempre la mirada.
El sireno del río de la Plata es una pieza de Marcos López inscrita en el ecocidio simbólico, digno habitante cenagoso de la pieza El silencio de las sirenas de Eduardo Basualdo, suerte de lago inmundo que se expande y se retrotrae a las entrañas de la inmundicia terrenal.
Pocas veces es posible apreciar una muestra de tan alta factura fuera del circuito porteño, que acapara los reflectores y los espacios. Con El museo de los mundos imaginarios, el MAR apuesta por el diálogo con una escena artística descentralizada, haciendo del espacio privilegiado que custodia un león marino un auténtico gabinete de curiosidades.