Leo el último libro de Carlo Ginzburg, Nondimanco: Machiavelli, Pascal (Adelphi, 2018), y no pienso en Maquiavelo ni en Pascal, sino en Louis C.K. En un monólogo conocido informalmente como Of course, but maybe, el comediante americano señala dos categorías de pensamientos que cohabitan en su mente. Los primeros son los buenos pensamientos, el saber deontológico heredado, lo que “está bien”. Los segundos son los malos pensamientos que, por más horribles que sean, por más abyectos que nos resulten, ahí están y no desaparecen. Louis da tres ejemplos, cada uno más escandaloso que el anterior. El primero concierne a los niños alérgicos al maní. Por supuesto que hay que hacer todo lo que sea necesario para protegerlos, por supuesto que hay que asegurarse de que su comida nunca tenga resabios de maní, por supuesto que hay que tener siempre a mano la medicación necesaria en caso de un accidente. Por supuesto, no hay duda: of course. Pero quizás (but maybe…), dice el cómico, si hiciéramos la vista gorda durante un año eliminaríamos para siempre el problema de la alergia al maní. Segundo ejemplo: por supuesto que si un soldado muere en la guerra luchando por su país es una tragedia. Por supuesto, claro que sí. Of course! “Pero quizás no sea tan raro que te maten si agarrás un arma y te vas a otro país; y si te mata un tipo al que estabas a punto de matar, quizás sea un poquitito culpa tuya”, remata Louis C.K. Por último, insiste jugando con el límite de lo tolerable a los oídos de sus espectadores biempensantes: sin duda, la esclavitud es un horror. Pero quizás muchos de los mayores logros de la humanidad habrían sido imposibles sin mano de obra esclava.
El chiste funciona porque, si bien todos conocemos ese lado oscuro de nuestro foro interno en el que deseamos el mal, o en el que comprendemos las ventajas del mal y nos complacemos en la tragedia de otros, son muy pocos quienes se atreven a hablar de ello abiertamente. La diatriba de Louis nos permite reírnos de nosotros mismos y aceptar nuestros malos pensamientos sin necesidad de penitencia, o autorreproche, en la alegre compañía de otros malpensantes. Qué diferente de la parodia, que funciona porque uno se ríe de otro, a pesar de que muchas veces, aunque no lo sepamos, ese otro sea uno mismo. Pero el estilo de Louis tiene otra característica interesante y, llamémosla así, metacómica. Al explicar la lógica del of course, but maybe, el humorista comparte con el público la radiografía de su arte y se expone por completo, como un mago que revela sus trucos. Claro que esta estrategia, que en el caso de un mago seguramente arruinaría el show, en Louis es efectiva. Hay una complicidad forjada sobre la base de la regla, hecha de principios y valores comunes (“la esclavitud es un horror”, “morir en la guerra es una tragedia”, etcétera), que no solo no se ve puesta en jaque, sino que se refuerza con la revelación de los pensamientos más abyectos, muchos de los cuales consisten, precisamente, en la negación de esos valores en común, la terrible excepción. El último libro de Carlo Ginzburg pone en relieve una estrategia que estimo similar y que, según el autor, acaso sea la nota más original del pensamiento de Maquiavelo.
Nondimanco: Machiavelli, Pascal es una colección de nueve ensayos (tres de ellos, inéditos) centrados en los dos pensadores del subtítulo y en la influencia en la obra de ambos de tradiciones como la casuística medieval, el anticuarianismo de la modernidad temprana y el heliocentrismo de Galileo. El primer ensayo, Maquiavelo, la excepción y la regla, es un ejemplo brillante de la estrategia interpretativa periférica y a contrapelo, que dio a Ginzburg su merecida fama. El autor propone repensar a Maquiavelo evitando anclarse en conceptos claves, como “virtud”, o “fortuna”. En cambio, Ginzburg prefiere prestar atención a un adverbio que Maquiavelo usa en pasajes claves de los Discursos y de El príncipe. Nondimanco (un arcaísmo, hoy en italiano se dice nondimeno) es un adverbio restrictivo que indica que la segunda parte de una proposición no resulta necesariamente imposible a pesar de lo que se dice en la primera. En español se traduciría como “sin embargo”, “no obstante”, o mejor, “aun así”. Ginzburg da el siguiente ejemplo del célebre capítulo 18 de El príncipe: “Cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con astucia, todo el mundo lo sabe. Aun así (nondimanco), la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres”.
Pensar que en la primera parte del argumento Maquiavelo ironiza sobre el lugar común, la doxa, el deber ser, es un error. Para Maquiavelo ambas proposiciones son verdaderas. Es loable que el príncipe mantenga su palabra. También es loable que no lo haga. Todo depende de las circunstancias. Esto va más allá de una mera inclinación pragmática y lejos está de lo que la vulgata presenta como cinismo amoral, o espíritu “maquiavélico”. La esfera de lo político para Maquiavelo, explica Ginzburg, es distinta de la esfera de lo ético. Pueden entrar en contacto ocasionalmente, por supuesto. El político puede entrar y salir de la esfera ética, jugar con ella, coquetear con ella, utilizarla en su favor si las circunstancias así lo requieren. Pero no dejan de ser dimensiones fundamentalmente diferentes. Aquí, Ginzburg se basa en el que, según él, es uno de los más brillantes estudios sobre Maquiavelo jamás escritos, una conferencia de Charles Singleton titulada “The Perspective of Art” (The Kenyon Review, vol. 15, Nº 2: 1953). La política, señala Singleton recuperando nociones de Aristóteles y Tomás de Aquino, es un arte como la escultura, o la arquitectura, en la que importa la calidad del producto final, que es externo al agente. Ello explica que una persona moralmente deleznable, criminal incluso, pueda desenvolverse exitosamente en la política, o crear obras de arte de gran belleza. La ética, en cambio, se desarrolla en el foro interno y sus resultados se ven en cambios concretos en el temperamento del individuo agente y en su conducta. El bien y el mal, el deber ser y el ser, la regla y la excepción, el paradigma y la copia coexisten armónicamente en la visión política maquiaveliana, que se funda no en la retórica, sino en la historiografía. La historia demuestra, según Maquiavelo, que en política la regla y la excepción no son polos opuestos, sino instancias complementarias de un proceso interminable de acción y planificación, de ensayo y error. En otras palabras, la excepción confirma la regla y la regla es impracticable sin la posibilidad de la excepción.
Una esfera política independiente de la ética, anclada en la historia y en la que se opera como en el mundo de la creación artística, es la gran innovación de Maquiavelo. Ahora bien, así como es fundamental que el príncipe actúe en una dimensión separada de aquella de la ética, es igualmente fundamental que simule frente a sus súbditos y finja operar estrictamente dentro de la dimensión ética. A diferencia del cómico de stand up, si el príncipe revela sus secretos pierde credibilidad y, con ello, poder.
Después de la presentación de Nondimanco en la Feria del Libro de Torino, Ginzburg me recibió en un búnker en el stand de Adelphi, y hablamos sobre el libro y algunas cosas más.
—Un principio fundamental del maquiavelismo es que el político tiene que ser “pragmático” y regirse por la lógica del “nondimanco”, pero sin hacerlo público jamás. En este sentido, “El príncipe” es una obra “esotérica” destinada estrictamente a quienes ejercen el poder y no a quienes viven sujetos a este poder. Es crucial para el ejercicio efectivo del poder que la gente, el pueblo, la sociedad, los votantes, los usuarios o como quiera usted llamarles, crean que el político cree en lo que dice. Me gustaría saber qué opina usted sobre esta tensión entre lo esotérico y lo exotérico en el contexto de los mecanismos de poder actuales.
—Las sociedades contemporáneas, si bien muy distintas entre sí, están lejísimos de aquella en la cual escribía Maquiavelo. Pero el derecho a la palabra, garantizado por la democracia parlamentaria (en los países donde, de hecho, rige la democracia parlamentaria) y hecho posible por Google, no coincide, obviamente, con el ejercicio real del poder. En este sentido, la distinción entre un nivel esotérico y uno exotérico sigue bien viva. En términos muy distintos de aquellos presupuestos por Maquiavelo, sin duda, pero bien viva.
—En la introducción a “Nondimanco” dice que, en los últimos años, ha habido una revalorización del pensamiento de Maquiavelo y asocia esto con el trabajo de ciertos críticos anglosajones. ¿Puede hablar un poco más sobre las razones que están en la base de este giro?
—Es cierto, sí. El Maquiavelo republicano, modelo del ciudadano virtuoso que se sacrifica por el bien común, es una relativa novedad de las últimas décadas, sobre todo en el mundo anglosajón. Esto tiene que ver con haber movido el foco de atención de El príncipe, una obra que todavía resulta incómoda y, por momentos, intolerable, y haberlo dirigido a los Discursos. A mí me interesa particularmente el hecho de que el 11 de septiembre de 2001 volvió evidente que el proceso de secularización –para muchos, un fait accompli–, lejos de haber concluido, está todavía en marcha, a medias, digamos. Maquiavelo es uno de los grandes pioneros en este proceso de separar la esfera de la religión de la de la política, un proceso que, de alguna manera, atraviesa lo que conocemos como modernidad. Por ello es que tiene todavía mucho para decirnos al respecto.
—Usted decide centrar su lectura de Maquiavelo no en uno de los conceptos clásicos de análisis (“fortuna”, “virtud”), sino en una conjunción, “nondimanco”.
—Así es. No soy el primero en notar esto. Fredi Chiappelli, en sus Nuovi studi sul linguaggio di Machiavelli, ya había señalado la frecuencia con que aparece este adverbio en la obra de Maquiavelo. Entiendo el nondimanco, en primer lugar, como un privilegio de la casuística, tradición que Maquiavelo muy posiblemente absorbe temprano en la vida, de la biblioteca de su padre, que, sabemos, incluía obras del jurista medieval Giovanni d’Andrea. La conjunción afirma a la vez la existencia de la norma y la legitimidad de la excepción. En sí es un mero instrumento, una fórmula vacía que se llena de contenido dependiendo del contexto específico. La estrategia argumentativa del nondimanco es interesante, sobre todo, porque se pasa de la regla a la excepción, y no a la inversa. Es loable que el príncipe cumpla sus promesas; aun así, muchos príncipes son exitosos precisamente porque no las mantienen. Lo que el pensador expresa con esta fórmula, sin decirlo, es que la reflexión política se nutre tanto de la excepción como de la regla, pero sobre todo de la tensión entre ambas.
—¿Diría usted que el “nondimanco” es una estrategia basada en la contradicción?
—Sí y no. Vive de la tensión, de la contradicción si se quiere, pero a la vez permite resolverla gracias a un contexto específico. Es una estrategia de la circunstancia, del contexto, en todo caso. Por ello es que trazo el vínculo tan fuerte con la tradición de la casuística, pero también con la disciplina de la historiografía más que de la ética o de la teoría política.
—Hace tiempo que insiste en la importancia de reconciliar las nuevas tecnologías con la labor del historiador y el filólogo. Una de las cuestiones sobre las que vuelve una y otra vez es la de la lectura lenta y la lectura rápida, por ejemplo, aquella que uno hace a través de Google. ¿Puede hablar un poco más de esto? Para muchos intelectuales, las nuevas tecnologías son enemigas de la cultura, e incluso de la inteligencia.
—Hace poco hice referencia al poder ilusorio que nos ofrece Google. Pero la tecnología es, como siempre, ambivalente. Puede ser utilizada con objetivos muy distintos, opuestos incluso. Todos los que usan Google (me incluyo) buscan en las redes respuestas a sus propias preguntas. Pero se puede usar Google de otra manera, buscando no solo respuestas sino preguntas inesperadas, que puedan generar nuevas preguntas y estas nuevas respuestas, y así. Si se lo usa de este modo, Google puede convertirse en un instrumento de conocimiento extraordinario que nos ayude a cuestionar nuestros propios esquemas y nuestros propios prejuicios. Pero este uso oblicuo de Google, además de presuponer una serie de instrumentos culturales, requiere el aprendizaje de una técnica que solo puede ser transmitida por docentes de carne y hueso. Hoy más que nunca, el rol de la escuela es fundamental. Respecto de la velocidad de la lectura, Nietzsche decía que la filología es el arte de leer lentamente. Hoy en día, siempre gracias a Google, tenemos a nuestra disposición un sinnúmero de archivos y de obras que se nos aparecen frente a los ojos a una velocidad desorbitante. La clave, entonces, es usar la lectura velocísima de Google para ejercitar la lectura lenta. Poner las posibilidades infinitas que nos ofrece la herramienta virtual al servicio de la filología, en vez de rechazar la maravillosa innovación que representa la red, algo que me parece absurdo.
—Para terminar, ya ha pasado más de medio siglo desde la publicación de “I benandanti” (1966), la obra con la que, de alguna manera, se inauguró la microhistoria. ¿Cómo evalúa el impacto de esta disciplina, o subdisciplina, sobre la historiografía en general?
—Pienso que, en mi recorrido hacia la microhistoria, I benandanti fue una etapa fundamental, si bien en ese libro el término no aparece. Las discusiones en torno a la microhistoria en la revista Quaderni Storici empezaron unos diez años más tarde. De todos modos, yo no definiría a la microhistoria como una disciplina sino, más bien, como una perspectiva que, con el correr de los años, se desarrolló en muchas direcciones –a mi parecer, no siempre aceptables–. No me canso de repetir que el prefijo -micro no alude a la dimensión, real o simbólica, del objeto de estudio, sino a la mirada analítica dirigida al objeto. Es una referencia al microscopio. El estudio de distintos casos y la comparación, que es un componente necesario de este estudio, son cada vez más importantes en un mundo globalizado. De aquí la impredecible fortuna internacional de la microhistoria.