CULTURA
Entrevista con Mario Ortiz

Escribir, luego existir

A contrapelo de las modas y los desplantes del mercado –que circunscriben la prosa a la narrativa–, Ortiz viene explorando distintos mecanismos para construir una obra diferente y autocrítica. Una bocanada de aire fresco que recuerda a Francis Ponge.

Docencia. Su trabajo expone y explora diversos mecanismos para que otros los transiten.
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Con la aparición de Cuadernos de Lengua y Literatura. Volúmenes V, VI y VII (Eterna Cadencia), su autor Mario Ortiz brinda una escritura híbrida cuyo núcleo es el análisis exhaustivo de las asociaciones arborescentes entre objeto y sujeto. Estos Cuadernos desarrollan un proyecto funcional a una poética que se revela a medida que se analiza obsesivamente. El resultado es un mapa de ruta, un compendio de tanteos, anotaciones, indagaciones etimológicas y semánticas sobre el misterio de las pequeñas cosas.
Su metodología parte de la incertidumbre, poniendo en cuestión ciertos fundamentos de la literatura a través de estudios pacientemente deductivos. Ortiz analiza la realidad inmediata, el modo en que el lenguaje convive con los objetos, revelando todo un nuevo entramado de significantes. Un yuyo o una pava, por ejemplo, lentamente son empleados para reconstruir su contexto y, así, revelar la funcionalidad que ejercen las palabras en las cosas y viceversa. Una mirada empírica que opera en sintonía con un pensamiento fenomenológico de la realidad. “Hay, efectivamente, una aproximación a una cosa cualquiera que llama mi atención y que dispara una serie de indagaciones y reflexiones sobre todo acerca de los aspectos menos tenidos en cuenta de ese objeto –asiente agazapado detrás de sus anteojos–. Se establece una función recíproca entre las palabras y las cosas, tomada en su sentido matemático: dependencia funcional. Creo allí se encuentra el núcleo central de mis preocupaciones: lo que nosotros hacemos con el lenguaje y, fundamentalmente, lo que el lenguaje hace con nosotros. El texto es el espacio en el cual se realiza una experiencia de conocimiento que implica una serie de verdaderas transformaciones”.
A partir del volumen V, las evoluciones formales dejan de lado la poesía en verso para trabajar un personalísimo formato de prosa. Un cruce crítico entre Maurice Maeterlinck y Francis Ponge, esa escritura a medio camino entre la descripción minuciosa y la definición. Con ello subraya la intención de alejarse de un lirismo convencional e interiorista, adoptando una posición cambiante de distancia y objetivismo. “Había una variedad de cosas que quería expresar y para la cual necesitaba una herramienta más dúctil todavía, que se ajustase a los distintos materiales con los que trabajaba. Esto derivó en un híbrido, un monstruo genérico en el que la forma verbal, según lo requiera la circunstancia, se amplía, expande sus fronteras y da lugar a un desarrollo prosaico, o se reconcentra y adquiere una escansión más cercana a lo poemático. Pero en todos los casos considero que el conjunto es en sí un poema”. Lo que implica también la inclusión de imágenes en sus libros, ampliando el espacio textual, permitiendo ingresar códigos no verbales.
El poeta bahiense construye múltiples series de observaciones a través de un vocabulario personal, una escritura transgenérica, arisca a las clasificaciones. A menudo afirma que lo suyo no es una obra sino investigaciones, los ejercicios tentativos de alguien que está haciendo sus primeras letras en un sentido casi literal. Desconfía categóricamente de la certeza en su escritura. “Si tuviese certezas, a) fundaría una corriente estética con programa incluido, y b) no habría necesidad de exploración –responde sin dudar–. Cuando escribo, la única certeza es la de que estoy escribiendo. Aunque, por cierto, no es poca cosa. No estoy seguro de nada, salvo de estos trazos que marco en el papel: ‘escribo, por lo tanto existo’, dije por allí”.
En sus escritos hay una fuerte presencia de lo autobiográfico. El pulso empírico articula un trabajo atento en torno a la memoria, el recuerdo. Parece ser un work in progress donde cada cuaderno –frente a problemáticas diversas– alterna la estrategia de análisis, pues hay pasajes líricos, narrativos, dramáticos e historiográficos. “Para decirlo con Brecht, problemas nuevos requieren formas nuevas. Esto es lo que idealmente debería ocurrir. Por otra parte, es necesario transformar el aparato de producción literaria porque de lo contrario caeríamos en un proceso de estandarización: poner en marcha una maquinita que uno sabe que funciona y repetir lo mismo.”
Su propuesta tiene una fuerte presencia en el procedimiento. Lo explorativo vertebra buena parte de estos cuadernos. “Me interesa particularmente la idea de procedimiento. Descreo cada vez más de la idea del artista romántico; lo que hay son mecanismos generadores que uno puede aprender y poner en funcionamiento. Ya Novalis pensaba en la posibilidad de una física de la imaginación, proyecto que Gianni Rodari puso en marcha. Ahí también está la docencia: investigar y transmitir determinados resultados parciales sobre algunos mecanismos para que otros estén en condiciones de ponerlos en marcha si lo desean. ‘La poésie doit être faite par tous. Non par un’, afirmó Lautréamont (‘la poesía debe ser hecha por todos, no por uno solo’)”.
Para Ortiz, la escritura siempre es una forma de acción. Así, las palabras son un campo de maniobras, como quien mira el mundo por primera vez. Una propuesta que avanza recolectando derivaciones, especulando, comprobando los límites y las posibilidades de la realidad. En sus textos siempre inician de cero, el texto, el escritor y el lector, en un largo y paciente ejercicio de aprendizaje.