Suele afirmarse que Zenón de Elea (495 a.C. – 430 a.C.) es uno de los representantes de la llamada “escuela eleática” junto a Parménides de Elea, Jenófanes de Colofón y Meliso de Samos. El nombre de la escuela se refiere a la polis griega Elea (hoy Italia, cerca de Salerno), donde nacieron los dos primeros. El “eleatismo”, sin embargo, más que una realidad histórica y filosófica del período presocrático, nombra una invención de Platón en el Sofista para clasificar a un grupo de filósofos como “monistas”, lo cual quiere decir que afirman la unidad del ser y niegan su multiplicidad. En otras palabras, los “eleáticos” habrían pensado que todo lo que verdaderamente es (el ser) se conforma sólo como Uno –una sola substancia– y que, en consecuencia, lo múltiple de las cosas o de la realidad supone una mera ilusión. En el Parménides, de acuerdo con este esquema, Platón plantea que Zenón decía lo mismo que su maestro, Parménides, a saber, que la multiplicidad no existe de ninguna manera.
En realidad, Zenón de Elea juzgó que no existe ni la multiplicidad ni la unidad del ser, además de otras nociones canónicas de la filosofía. En otros diálogos, el mismo Platón relativiza lo que dice en el Parménides y el Sofista, y considera a Zenón más bien un experto en erística (de la palabra griega eris: “disputa”), un polemista, una especie de sofista. Según Diógenes Laercio, en Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, fue el inventor de la dialéctica, en el sentido que creó una técnica argumentativa para refutar a otros discursos mostrando sus contradicciones e inconsistencias lógicas. Entre otros, por este motivo, Aristóteles se interesó por los razonamientos zenonianos. Al parecer, Zenón escribió un libro compuesto de hipótesis y demostraciones que se ha perdido, pero Simplicio (490-560), en su Comentario a la Física de Aristóteles, lo cita textualmente. Hoy se conservan varios argumentos paradójicos de Zenón que cuestionan nociones como la multiplicidad, la unidad, el movimiento, el espacio, la percepción.
La paradoja de Zenón contra la existencia de lo múltiple dice que no es posible que exista, porque si el ser se compone de una sola sustancia no es divisible, y si lo fuera, lo sería infinitamente, de manera que no habría realidad. Además, tampoco la multiplicidad puede existir como un conjunto de unidades, ya que como estas son indivisibles, la totalidad también lo sería y, por lo tanto, no habría nada múltiple. Por otra parte, Zenón también propone una paradoja contra la unidad. Argumenta que si el ser es uno, no admite la división y, por consiguiente, carece de dimensiones, de modo que si se agrega a algo no lo aumenta y si se lo sustrae no lo disminuye, pero aquello que agregado a un conjunto no lo aumenta ni sustraído lo disminuye no existe. La única manera de evitar esta disolución de la unidad del ser consiste en aceptar que tiene dimensiones. Sin embargo, al poseerlas, se torna divisible hasta llegar a cero, y lo que alcanza la ausencia de dimensión evidentemente no existe.
En todo caso, estas refutaciones de Zenón de la realidad de lo Uno y lo múltiple, fundamentales para la metafísica, no son tan célebres como sus paradojas contra la existencia del movimiento y del espacio. Todas ellas han llamado la atención de muchos filósofos y matemáticos con el fin de impugnarlas o explicarlas. La más famosa es la paradoja de Aquiles y la tortuga, que supone una división al infinito. Hay varias maneras de formularla. En ella el corredor más rápido, Aquiles, jamás alcanza a la tortuga, el corredor más lento. Digamos, Aquiles corre diez veces más que ella y le da, por ello, diez metros de ventaja. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno, Aquiles corre ese metro, la tortuga un decímetro, Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro, Aquiles ese centímetro, la tortuga un milímetro, Aquiles el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro, y así infinitamente. En conclusión, Aquiles, “el de los pies ligeros”, jamás logrará darle alcance a la tortuga.
Los argumentos de Zenón implican que la realidad, en este caso del movimiento y del espacio (en otros, de la percepción o el tiempo), no es accesible racionalmente sin caer en paradojas y antinomias. Si esto se admite, no sólo fundó la dialéctica, como propone Diógenes Laercio, sino también el escepticismo, cuya creación la historia de la filosofía adjudica a Pirrón de Elis (360-270 a. C.), precursor de Descartes y de algunos otros. Como los grandes escépticos, Zenón dudaría radicalmente acerca de la relación (si la hay) entre lo inteligible y lo sensible y sus paradojas, por lo tanto, se dedicarían a mostrar una desavenencia entre ambos, una falta de armonía, aunque se limitó simplemente a eso, sin desarrollar una doctrina. En definitiva, un maestro de la incredulidad y la sospecha, quizá uno de los pocos filósofos que no pactó con ninguna creencia.