CULTURA
Apuntes en viaje

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El 27 de abril de 2013 llamé a mi madre para saludarla por su cumpleaños (el último antes de morir) desde la casa de mi tía Stella, en Mestre, a escasos kilómetros de Venecia

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For export. | marta toledo

El marginal es la mejor serie parida en Argentina, de todos los tiempos. No extenderé la ristra argumentativa porque no es el espíritu de esta sección. Solo diré que en El marginal funciona todo. En el segundo capítulo de la segunda temporada recrean una estafa propagada como reguero de pólvora a comienzos del milenio en nuestro país. Resumo: desde la cárcel, y en connivencia con las autoridades penitenciarias, presos discan números telefónicos al tuntún, teniendo solo como referencia características numéricas asociadas a barrios de guita (4824, 4825, y así). Me corrijo, a veces es al voleo, pero otras –las menos- lo hacen con datos precisos entregados por alguien que conoce la situación financiera (y emocional) de la posible víctima. Como sea, llaman; si una mujer atiende, es el primer paso que necesitan para proseguir; si la voz es patrimonio de una señora sexagenaria por ejemplo, mejor, y comienza la secuencia, que es casi siempre la misma. Hola, señora, tenemos secuestrado a su hijo, y lo vamos a liberar si nos da 50 mil dólares; si no lo matamos. Pero es que acá no tengo ese dinero, tal vez si me dan tiempo voy a sacar de la caja del banco. No, no podemos esperar, y no cuelgue el teléfono. Entonces vaya a buscar todo el dinero que tenga en la casa. Pero todo, ¿me entendió? No se guarde nada porque matamos a su hijo. No, no, por favor (llanto). Está bien, ahora le digo cuánto tengo. ¿Y, se fijó? Bueno, tengo 7 mil dólares y 30 mil pesos. ¿Segura que nada más? Sí, sí, se lo juro. Por favor no le haga nada a mi hijo. Eso depende de usted, señora. Escuche bien: en unos minutos le tocarán el timbre. Una mujer que le dirá que se llama Norma. Usted pone todo el dinero en una bolsa y se lo baja, ¿me entendió? Y mientras tanto se queda acá con el teléfono abierto, no puede colgar. Sí, sí, entendido. ¿Y mi hijo? Después de que Norma agarre el dinero, lo dejaremos a dos cuadras de su casa, sano y salvo. Ay, gracias, (moco fofo) muchas gracias. Una cosa más: ni se le ocurra llamar a la policía.

Esto, tal cual, le pasó a mi madre en 2007. Ante la advertencia “tenemos a su hijo”, mi madre respondió “¿quién? ¿Alejandro?”. Cartón lleno para el festín. En aquel entonces yo no tenía teléfono celular, pero mi hermano sí. Una vez clausurada la operación y al ver que yo no aparecía, mi madre llamó angustiada a mi hermano para contarle lo sucedido. A Alejandro no lo secuestran, mamá, le respondió, quédate tranquila. Ahora que lo pienso, jamás le pregunté el porqué de su afirmación, aunque no importa mucho. A lo que voy: recién por la noche de ese día, cuando arribé a mi departamento, pude hablar por teléfono con ella, que había logrado fabricar una especie de chillido un tanto desolador.

El 27 de abril de 2013 llamé a mi madre para saludarla por su cumpleaños (el último antes de morir) desde la casa de mi tía Stella, en Mestre, a escasos kilómetros de Venecia. Luego de colgar, le conté a mi tía la estafa telefónica que había sufrido mi madre años atrás. Para mi sorpresa, mi tía estaba al tanto del mecanismo, no porque lo haya vivido, sino porque se había esparcido en algunas regiones italianas, sobre todo en el sur. De hecho, me confió, una de las bandas mejor calibradas estaba comandada, cómo no, por un argentino.

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