En 1965, Oscar Masotta leyó en el Salón de Artes y Ciencias Roberto Arlt, yo mismo, un escrito con el que presentó su libro Sexo y traición en Roberto Arlt, que había publicado Jorge Alvarez. Esa introducción o discurso inaugural está situado, más o menos, en el medio de lo que sería su carrera intelectual, que empezó en la década del 50 y terminó con su muerte a fines de los 70 en Barcelona por un cáncer que lo dejó sin voz. Esa posición tan particular de este escrito en el medio término, sumada a las referencias que se hacen en el texto, esas que trae de sus intereses originales como la filosofía, y un poco de especulación imaginaria de ver cifrado el futuro de Masotta en esas líneas, lo convierten en un terreno de experimentación e hipótesis. También el presente de esa enunciación, Masotta oral, diciendo esas palabras, habilita a una confluencia más: él mismo como performer. Un gesto anticipatorio de su reflexión sobre el happening que vendrá a continuación en su vida y en esta reflexión.
Pero lo que importa acá es la literatura. Lo que es mejor: la manera como Oscar Masotta leyó a Roberto Arlt. En su papel de crítico literario, entonces, fue filósofo, militante, activista, sociólogo, semiólogo y psicoanalista. Como en su propia vida, esa totalidad fragmentaria de Masotta, hacia atrás con sus intereses por Jean-Paul Sartre, en el presente con la figura de Roberto Arlt y en el decir con todas las reflexiones e inflexiones del pensamiento y la semiología que ese texto evidencia: “Pero debo decirlo: cuando escribí el libro yo no era un apasionado de Arlt sino de Sartre. Y habiendo leído a Sartre no solamente no era difícil encontrar lo fundamental de las intuiciones de Arlt (o mejor: de esa única intuición que define y constituye su obra), sino que era imposible no hacerlo. Lean ustedes el Saint Genet de Sartre y lean después El juguete rabioso. El punto crítico, culminante, de esa novela que tengo por un gran libro, es el final. Después de leer a Sartre será difícil encontrar el sentido de ese final, tan aparentemente sorprendente. ¿Por qué Astier se convertía tan repentinamente en un delator? En fin, yo diría, mi libro sobre Arlt ya estaba escrito. Y en un sentido yo no fui esencial a su escritura: cualquiera que hubiera leído a Sartre podría haber escrito ese libro”.
La veta psi, introspección y análisis de su propia existencia, da la puntada final de lo que estaría por venir después de esto y aquello: “Pero en el hecho de tener que ser yo mismo quien ha de presentar a mi propio libro, hay una situación paradojal de la que debiera, al menos, sacar provecho. En primer lugar, podría preguntarme por lo ocurrido entre 1958 y 1965; o bien, y ya que fui yo quien escribió aquel libro, ¿qué ha pasado en mí durante y a lo largo del transcurso de ese tiempo? En segundo lugar, podría reflexionar sobre las causas que hicieron que durante ese tiempo yo escribiera bastante poco. Y en tercer lugar, y si es cierto que los productos de la actividad individual no se separan de la persona, podría hacerme esta pregunta: ¿quién era yo, entonces, cuando escribí ese libro?; y también: ¿qué pienso yo en el fondo y de verdad sobre ese libro?”. Incluso, las artes visuales en su extrema radicalidad, en tanto vanguardia, tal y como creyó que debería ser el arte si tenía intenciones de ser algo: “Pero me pongo en el lugar de ustedes que me están escuchando. ¿Sobre qué estoy hablando? O bien: ¿de qué me estoy confesando? Pues bien: de nada”.
Esa nada que se vuelve todo. O como bien explicita La teoría como acción, la muestra sobre Masotta curada por Ana Longoni, que reconoce ese punto de inflexión en su práctica: cuando la teoría se vuelve acción. Una suerte de torsión difícil en una época en la que esos dos sustantivos andaban por carriles separados y hasta llegaron a ser antónimos.
La exposición es plural y de alguna manera “sigue” la vida de Masotta. Menos como una biografía que como el intento de atrapar esa multiplicidad del autor argentino. Se anticipa al fracaso de totalizar y en eso está su éxito. Lo elude fragmentando como un espejo roto. Cada pedazo es el reflejo total. Dividida en partes, que se implican unas a otras solo con el fin de trazar un itinerario, la exposición realiza y “desrealiza” a Masotta. Consigue un justo medio entre la explicación y la percepción alterada de un intelectual extraño. Anómalo, multifacético, original, inventivo: todo lo que fue se puede ver en La teoría como acción. Al tiempo que acierta en el dispositivo para eso: es muy “visual”. Los documentos, las fotografías, las obras de arte de sus contemporáneos, sus libros, las tapas, el diseño de muebles, las estampitas de Eva, el yacaré embalsamado, las imágenes de los happenings originales y los videos de las reconstrucciones forman un friso perfecto e inconcluso. Tampoco estos dos adjetivos son contrarios.
La teoría como acción
- Curadora: Ana Longoni.
- Asistencia en curaduría e investigación: Guillermina Mongan.
- Parque de la Memoria, Av. Costanera Norte Rafael Obligado 6745
- Hasta el 24 de febrero de 2019.