Coloridos atuendos y extravagantes máscaras avanzan al ritmo de trompetas, bombos y platillos; niños se enredan en batallas de espuma; miles se agolpan, cerveza en mano, en cada rincón de las calles de Oruro: el carnaval más célebre de Bolivia está de regreso. Tras la suspensión de 2021 y las restricciones de 2022 por la pandemia de covid, el principal desfile del Carnaval de Oruro se realizó el sábado sin restricciones sanitarias y con mucho ánimo de fiesta.
La procesión es el evento central del Carnaval de Oruro, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2001. Unos 28.000 bailarines y 10.000 músicos de una cincuentena de conjuntos de danzas típicas participan en la "entrada folclórica". Vestidos con adornos y lentejuelas, las agrupaciones engalanan sus números con fuegos artificiales, bombas de humo y muchísimo papel picado, mientras la multitud los anima a gritos.
Aunque el Carnaval de Oruro tiene orígenes prehispánicos, se orientó hacia el cristianismo tras la conquista española. Cada conjunto concluye su desfile con el mismo ritual: atravesar de rodillas el templo del Santuario hasta el altar para recibir la bendición del sacerdote católico. Entre las danzas insignia del Carnaval de Oruro están la morenada, la diablada y los caporales, además del waca waca, el tinku, los tobas y la saya afroboliviana.
Para los habitantes de Oruro, una ciudad minera y agrícola a unos 3.700 metros de altitud en el altiplano de Bolivia, la fiesta, aunque corta, es una fuente importante de ingresos. Pero la Unesco advierte que "la explotación financiera incontrolada del carnaval", con asientos costosos y hoteles a precios inaccesibles para buena parte de la población, es un "peligro" para la icónica celebración.
ds