CULTURA
James Boswell y sus entrevistas

Grandísimo fan

Imprescindible para entender el Nuevo Periodismo o la crónica, este autor escocés no sólo inventó la biografía moderna, sino también el género de la entrevista. Conoció a Samuel Johnson, a Kant, a Hume, a Voltaire y a Rousseau, y de todos ellos escribió.

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Boswell. Su retrato y el libro publicado por la editorial de la Universidad Diego Portales de Chile. | Cedoc Perfil
Redescubierto en los últimos años, diversas editoriales han publicado los libros del escocés James Boswell (1740-1795). Hace algunos años, Editorial Acantilado editó su obra cúlmine, Vida de Samuel Johnson, una monumental biografía sobre el escritor e intelectual inglés Samuel Johnson, que admiraron Borges y Bioy, y que fundó la biografía moderna al unir las tradiciones de la biografía ética, que ponía como ejemplos la vida de santos y militares, y de la biografía anecdótica, que ponía énfasis en los defectos o particularidades de intelectuales o artistas. Pero además Boswell inventó el género de la entrevista, cosa que consigna Miguel Martínez-Lage, el mayor entendido en este autor, en las notas de James Boswell visita al profesor Kant (La Uña Rota): “Si bien se ha dicho que Boswell, además de fundar el género de la entrevista, sentó las bases de la biografía moderna, fue antes que nada un ‘fan’, e incluso un ‘groupie’, perpetuamente empeñado en frecuentar el trato de los famosos de su tiempo”.
Como todo fan, sus entrevistados fueron motivados por la admiración intelectual: David Hume, Immanuel Kant, Jean-Jacques Rousseau y Voltaire fueron estos primeros entrevistados. Ediciones Universidad Diego Portales publica ahora Una visita a Voltaire y Rousseau, con traducción y prólogo de José Manuel de Prada-Samper. Las entrevistas pertenecen a sus diarios, y la gracia de estas dos primeras es que estamos ante los primeros textos de este autor, donde quedan en evidencia todas las deficiencias y todos los aciertos que todo acto inaugural tiene.

A diferencia de la entrevista a Kant, la de Rousseau es torpe e ingenua, y Boswell aparece como un charlatán, en un papel demasiado protagónico. Su fino humor aún no aparece, pero se entiende que a veces el entusiasmo y la juventud pueden ser malos aliados. Pese a ello, este viaje que hace a Suiza para conocer a Rousseau y a Voltaire, dos enemigos que a la sazón compartían suelo en distintas ciudades, resulta fundamental para entender el espíritu intelectual de la segunda mitad del siglo XVIII, esto es, el clima previo a la Revolución Francesa.

El encuentro con el intelectual suizo se produce en parte por una recomendación que lleva de quien le ha dado protección a Rousseau en el pequeño pueblo de Mótiers y en otra parte por una carta que le escribe a modo de presentación: “Señor: Soy un caballero de antigua familia. Ahora sabe usted mi rango. Tengo veinticuatro años. Ahora sabe mi edad. Hace dieciséis meses, cuando partí de Gran Bretaña, era un ser completamente insular, que apenas sabía palabra de francés”. El suizo le responde cortésmente y le dice que en vista de su salud el encuentro deberá ser breve. Boswell encuentra en la puerta de calle a quien describe como su sirvienta, mademoiselle Le Vasseur, que, como más tarde escribió Mary Shelley en una breve biografía de Rousseau, también era su amante y compañera. Mientras que para Shelley, Le Vasseur era fea y vulgar, para Boswell era “una muchacha francesa pulcra, menuda y vivaz”.

 “Finalmente, se abrió su puerta y lo contemplé, un hombre agraciado, de tez oscura, vestido al modo armenio”, es la primera impresión que tiene de él. El traje armenio le permitía a Rousseau esconder una sonda uretral. Boswell lo visita varios días y es bien recibido. Sin embargo, busca incesantemente su aprobación, como si el autor del Emilio tuviera la llave para el ingreso al mundo intelectual. En otros momentos es bastante banal y no sólo con Rousseau: por ejemplo, le fascina ver comer a sus ídolos, porque está convencido de que en el modo de comer hay algo de sus libros. Le dice a Rousseau: “En vuestros libros escribís a favor de la voracidad. Sé lo que usted va a decir, y es precisamente lo que esperaba oír. Quería hacer que me invitara a almorzar”. Y al igual que con Kant, quiere caminar con Rousseau, aunque esa caminata sea por la habitación.

Justo por Navidad conoce a Voltaire en Ginebra. Lo hace usando la misma táctica que con Rousseau; sin embargo, el retrato que entrega de Voltaire es mucho mejor. Voltaire aparece como un sujeto que no se deja ver salvo en ocasiones especiales; es, por decirlo así, inalcanzable, y logra sacarle muchas menos palabras, así y todo en el no decir, en esa lejanía tan bien descripta, se dice mucho. Voltaire es la estrella de esa época y se comporta como tal. Es de mucha ayuda que Boswell se haya hospedado durante días en la casa del autor de Cándido, cosa que lo transforma en un observador de primera línea: desde cómo funciona la rutina de la casa hasta la siempre triunfal aparición del anfitrión.

En 1764, Boswell ya había conocido al doctor Samuel Johnson, el intelectual inglés que colocó a Shakespeare en el lugar canónico que hoy tiene. Con Voltaire precisamente charla sobre él: “Boswell: Johnson es un hombre muy ortodoxo, pero de gran saber: tiene mucho genio y mucha valía. Voltaire: Entonces es un perro. Un perro supersticioso. Ningún hombre de mérito fue nunca supersticioso”. En este volumen, Boswell no es el Boswell de Vida de Samuel Johnson, aún no logra captar las frases de su interlocutor con ese fino oído que lo caracterizaría, ni menos posee la sensibilidad para reconstruir una conversación en los tiempos en los que el grabador no existía. Sin embargo, Una visita a Voltaire y Rousseau sirve para introducirse en la obra de un autor imprescindible para la no-ficción. Quizá sin Boswell no hubiera sido posible el Truman Capote de A sangre fría, ni menos de lo que se llamó Nuevo Periodismo en Estados Unidos y crónica en Latinoamérica.