Filósofo joven y prolífico, el belga Laurent de Sutter (Bruselas, 1977), profesor de Teoría del Derecho en la Universidad de Vrije y editor de las colecciones de pensamiento contemporáneo en PUF y Polity Press, comienza a ser conocido en castellano a través de la reciente edición de dos de sus libros: ¿Qué es la pop-filosofía? (Editorial Cactus) y Pornografía de lo contemporáneo (Isla Desierta). Con cierta sensibilidad de dandy y una indudable influencia teórica de Gilles Deleuze, De Sutter se la aleja de los clichés de la retórica de izquierda para dejarse llevar por la seducción de la pop-filosofía, expresión que Deleuze solo pronunció en dos oportunidades, para explorar a partir de ella sus consecuencias en, según sus palabras, un “deambular arbitrario por un gran bazar constituido de encuentros con los objetos más irrisorios como los más nobles”. De Sutter tampoco se priva de sumergirse en el debate feminista o bien de decir que el Covid-19 es “la experiencia nueva de una experiencia vieja. Vivimos por primera vez después de mucho tiempo un momento que ya vivieron nuestros ancestros hace diez mil años”. El filósofo eligió a PERFIL para dar su primera entrevista a un medio argentino.
—En “¿Qué es la pop-filosofía?” desarrolla su pensamiento a partir de dos pequeñas frases de Gilles Deleuze. Encuentro este gesto muy deleuziano en el sentido de tomar un concepto casi imperceptible para construir una filosofía propia. ¿Nos puede explicar qué es la pop-filosofía?
—Tiene razón. Tengo el hábito de trabajar a partir de detalles, de frases dejadas de lado, de observaciones incidentales o de digresiones más que enfrentarme al corazón más comentado de las teorías. Se trata de un reflejo heredado de eso que Louis Althusser una vez llamó “lectura sintomática”: cuando leo un autor, una obra, un fenómeno, me intereso siempre por la manera en que su discurso explícito no cesa de dar lugar a síntomas que, quizá, dicen lo contrario. En el caso del pensamiento de Deleuze había ya realizado un trabajo similar de reconstrucción a propósito de índices dispersos que había dejado a propósito de una posible filosofía del derecho. La pop-filosofía trata de aprender a “leer” el mundo de tal manera que eso que prima no sea una empresa de inteligencia o de comprensión de lo que sería la realidad o la verdad, sino una empresa de intensificación. Como lo dijo el mismo Deleuze, la pop-filosofía es antes que nada una manera de hacer crujir a la filosofía al contacto con una “electricidad” que haría pasar por el pensamiento cualquier cosa del mundo que se pretenda pensar. Este desafío no implica lograr un nivel superior de realismo inaccesible a la filosofía tradicional sino abrir un espacio de experimentación del pensamiento. Para Deleuze, el horizonte del pensamiento era siempre un pragmatismo. Es lo que intento proponer en el libro: un manifiesto por un pragmatismo experimental.
—En “Pornografía de lo contemporáneo” reflexiona sobre la obra “Made in Heaven”, de Jeff Koons. ¿Considera que hay una relación entre la pop-filosofía de Deleuze y el arte de pop?
—La respuesta a esa pregunta es difícil. Por un lado, es incuestionable que Deleuze tenía en mente el arte de su época (mediados de los años 70) cuando inventa la expresión “pop-filosofía”. Es indiscutible también que lo podía observar en la cultura contemporánea, su relación con los nuevos medios como la televisión, la radio o el disco. En sus Diálogos con Claire Parnet no lo oculta: la pop-filosofía debe ser, dice, la traducción en la filosofía de eso que se experimenta cuando uno observa un concierto pop, escucha radio o mira la televisión. Sin embargo, por otro lado, esta inscripción en el contexto de un desarrollo masivo del pop en sentido amplio no significaba una reedición del pensamiento al interior de la forma de la cultura dominante de la época, al contrario. Creo que la relación de Deleuze con la cultura pop era elitista en el sentido que aquello que lo inspiraba no era esa cultura como tal sino la manera en la cual las energías que la atravesaban podían (o debían poder) irrigar toda la cultura. Si Deleuze deseaba algo era que con el contacto con la cultura pop una forma de intensidad superior pueda servir para elevar el pensamiento a nuevos campos de descubrimiento y experimentación. Lamentablemente, tengo la sensación que este llamado no ha sido entendido y la mayor parte de los pensadores que hoy dicen pertenecer a la tradición deleuziana no tienen otra preocupación que la reconstrucción de un muro que existiría entre la cultura pop y la alta cultura, incluso en nombre de la crítica al capitalismo y la mercantilización. Es inútil decir que eso era la único que le interesaba a Deleuze, nada más estúpido, y lo que intento mostrar en Pornografía de lo contemporáneo, es esta nueva mirada aplicada a la obra más controvertida del artista más detestado actualmente.
—¿Cómo es leído hoy Deleuze en Francia y Bélgica? En Buenos Aires es un filósofo bastante popular no solo en la universidad sino dentro de ciertos grupos privados, entre psicoanalistas y artistas.
—Si fuera necesario arriesgar una explicación diría que la lectura más lógica habría sido sin duda la de uso, la exploración experimental deseada por Deleuze. Los europeos (sin hablar de los universitarios estadounidenses) han perdido completamente esto tironeados entre deseos revolucionarios de salón y la voluntad de preservación del Estado de bienestar. La lectura de Deleuze que se hace en Francia y Bélgica ilustra este punto de manera más bien triste: si bien no hay duda que existen lectores brillantes e inventivos de su obra, la mayoría, lamentablemente, lo ha transformado en una autoridad mayor del canon universitario. Actualmente, ser deleuziano ha devenido un pasaporte para la autoridad académica en el sentido más triste del término: el policial. Hay miríadas de escrutadores de notas a pie de página repitiendo sin cesar los mantras de la “desterritorialización” sin salir de su oficina, del “cuerpo sin órganos” cuando han olvidado el propio cuerpo, del “deseo” que no alimenta más que una ambición de control. Encuentro esto siniestro.
—Algunos de sus libros (aún no traducidos al castellano) toman como objeto de reflexión el trabajo sexual: la pornografía, la prostitución, el striptease. ¿Qué es lo que le interesa de esta cuestión? ¿Cuál es su posición sobre la legalización de la prostitución?
—Tengo una posición muy clara. Apoyo la legalización integral de todo: prostitución, drogas, etc. No existe ninguna razón objetiva, salvo la de alimentar a la policía, para meter la nariz en los asuntos de los otros. Si me interesé en estos temas fue para proponer formas de intervención política al momento en que las luchas de las trabajadoras del sexo (tengo muchas amigas putas) se hacían más difíciles, pero también para protestar contra la manera en que el pensamiento las trataba bajo el ángulo del juicio. Para volver a Deleuze, creo que una de las lecciones más grandes que nos ha dejado (que reconoce heredar de Nietzsche) es la de terminar con el juicio para comenzar a pensar. Ahora bien, en el campo de la sexualidad parece que el primer reflejo es siempre el juicio que toma la forma de escándalo moral o de sonrisa irónica. He querido proponer otra cosa, otra mirada, como en la obra de Jeff Koons: una manera de subrayar eso que la pornografía o el erotismo en general nos hace, allí donde nos conduce. Deleuze y Guattari dijeron que el deseo es siempre un agenciamiento, y que este agenciamiento es siempre colectivo. Me parece que tomada en serio esta afirmación debería conducirnos a poner en cuestión las categorías mismas que utilizamos para pensar la pornografía y la prostitución.
—¿Nos puede explicar qué es lo que comprende por “poscrítica” y cómo sería este tipo de filosofía?
—Digamos que creo que el proyecto crítico, nacido con el pensamiento de las Luces y que toma su forma dominante en el “pensamiento crítico” de la izquierda universitaria y militante, está caduco. El proyecto crítico en la formulación que nos ha dado Kant tenía por objeto constituir algo así como una razón de razones dando a cada uno que argumenta las armas para enfrentar a aquellos contra quiénes debatía. En el marco del pensamiento contemporáneo de izquierda tengo miedo que esta lógica intelectual de la dominación (en la cual el juicio es uno de sus avatares) no haya sino conducido a la constitución de un espacio de discusión donde, en realidad, nada es pensado del todo. Para decirlo de manera caricaturesca, diría que hoy la mayor parte de los filósofos que se dicen críticos no se diferencian demasiado de los defensores más débiles de las teorías del complot que se multiplican en los medios. En lugar del complot masónico, judío o comunista, se trata ahora del complot capitalista o bien del complot patriarcal, cuando no se trata del complot occidental-colonial. Si bien es indudable que la historia del capitalismo, del patriarcado y del colonialismo occidental es una historia terrible, temo que continuar denunciándolos como si eso propusiera una explicación constituye un callejón sin salida. Estoy en favor de un pensamiento poscrítico que más que regodearse en la crítica retoma la ambición experimental y clínica de Deleuze.
—La cuestión feminista es un tema central en el debate contemporáneo. ¿Cuál es su posición sobre las diversas corrientes feministas?
—Creo que es importante precisar antes que nada que el feminismo no existe. Hay una historia larga y dura de luchas feministas que ha tomado el rostro de una multiplicidad de acciones y campañas, sin embargo, también de movimientos que han resultado ser todo salvo compatibles. Entre un cierto feminismo burgués, representado por Catharine MacKinnon y el feminismo pro-sex flamígero de Camille Paglia, hay tantas relaciones como entre el feminismo anarquista de Emma Goldman y el afro-feminismo de bel hooks, y así sucesivamente. Como ilustran mis libros sobre las cuestiones del sexo que usted mencionó siempre he tenido más simpatía por el feminismo que abre posibilidades que por aquel que hace de policía o busca señalar culpables. Es por esto que no dudé un segundo en publicar Xenofeminismo, de Helen Hester, del cual me gustaría que se tratara de incorporar en el combate feminista la posibilidad de que las mujeres devengan otras a las que son: un rechazo de toda identidad sea sexual o de género. Como la identidad es, en mi visión, el nombre mismo de la policía, no puedo más que tener una gran simpatía por este tipo de teoría. Me lamento que numerosas representantes de ciertos feminismos contemporáneos estén luchando por la reconstitución de identidades siguiendo un movimiento abiertamente reaccionario.
Traducción: Luis Diego Fernández.