CULTURA
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Hermia y Helena: oda a la intermitencia

La película del director argentino Matías Piñeiro ya se puede ver en salas argentinas.

Herminia y Helena de Matías Piñeiro.
Herminia y Helena de Matías Piñeiro. | Gentileza Film Society of Lincoln Center

Lisandro y Demetrio aman a Hermia. Hermia ama a Lisandro pero su padre exige, so pena de muerte, que se case con Demetrio. Ni cortos ni perezosos, Hermia y Lisandro se fugan. Su amiga Helena le avisa a Demetrio, que alguna vez la amó y a quien ella aún ama. Demetrio persigue a los prófugos. Helena persigue a Demetrio. Los cuatro se pierden en el mágico bosque lindero. Oberón, rey de las hadas, se apiada de Helena; le ordena al espíritu Puck que vuelque el jugo de una flor encantada sobre los ojos de Demetrio mientras duerme, para que al abrirlos se enamore de lo primero que vea —asume que será ella—. Puck actúa por error sobre Lisandro, que se topa con la joven en cuanto despierta; algo más tarde encanta, como corresponde, a Demetrio, a quien le ocurre otro tanto. De pronto ambos aman a la antes desdeñada Helena. Gracias a una nueva intervención puckiana, Lisandro vuelve a enamorarse de Hermia. Sin amores cruzados de por medio, ambas parejas se casan.

De eso va —en parte— Sueño de una noche de verano, que la protagonista de Hermia y Helena, Camila (Agustina Muñoz), se propone traducir al español. Cuando su amiga Carmen (María Villar) vuelve a Buenos Aires tras un año estéril de escritura como becaria en un instituto en Manhattan, ella la sucede e intenta abocarse a su proyecto. Poco después se enreda con Lukas (Keith Poulson), asistente en el instituto y presunto ex amante de Carmen; también con la enigmática Danièle (Mati Diop), una ex becaria que ha estado enviando postales a nombre de su amiga y eventualmente aparece en escena. Estos personajes dan paso a otros que pronto se revelan como motores del viaje: Gregg (Dustin Guy Defa) —un viejo novio con el que Camila fantasea pero del que siesta mediante se desenamora— y Horace (Dan Sallitt), el padre al que nunca conoció y acaba conociendo. La beca pierde peso frente a estos (des)encuentros y su proyecto, como el de Carmen, promete quedar en la nada.

Son muchos los puntos de contacto y desvío entre la historia de la joven traductora y la obra que la ocupa. Así como Demetrio y Lisandro pasan de amar a Hermia a amar a Helena (el segundo, sólo por un rato), Lukas y Danièle “cambian” a Carmen por Camila. Helena y Camila parten en busca de sus ex amantes, pero mientras que Demetrio se enamora de Helena tras su sueño encantado, Camila pierde interés por Gregg al despertar del suyo. Hermia se marcha para escapar de un padre opresivo; Camila lo hace para encontrar a un padre ausente (además hay flores, un embarazo que de algún modo remite al “niño cambiado” que se disputan Oberón y su esposa Titania, y un breve film-dentro-del-film como guiño a la obra-dentro-de-la-obra que se monta al final de la comedia shakespeariana).

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Si Hermia y Helena girase en torno a estas referencias, sería algo así como una porno fetichista de tipo intelectual: Piñeiro se tocaría con Shakespeare para que un par de voyeurs igualmente pedantes se excitaran en la oscuridad de una sala semi vacía. La mayor parte de quienes vean la película no habrá leído Sueño de una noche de verano o, si lo ha hecho, no se detendrá a pensar en los juegos de Piñeiro con el Bardo hasta luego de acabada la función. Al director, por suerte, no le importa. Asegura que a él le sirven como punto de partida pero no es fundamental que el público los capte. Además, aunque hacerlo traiga placer, no se compara con el de seguir a Camila en pantalla mientras lidia con lo que él llama “intermitencias del corazón”.

Antes de viajar, la protagonista decide seguir a distancia con Leo, su novio en Buenos Aires. Asegura que la relación ha crecido como ninguna otra y que si piensa demasiado en él no 3 se va a querer ir. Al mismo tiempo viaja para ver a Gregg. Al hacerlo se arrepiente y le asegura que “alguien” (Leo) la espera en Argentina. Se encariña con Lukas y deja de hablar con Leo, aunque no queda claro si se han separado o no. Cuando Horace le pregunta por su vida amorosa, su respuesta es irrefutable: “it’s complicated”. También lo es el vínculo con su padre: lo contacta meses antes de viajar y al conocerlo se muestra más íntima que nunca, pero cuando él sugiere un reencuentro su reacción es tibia. Más tarde dice que le gustaría quedarse en Nueva York y volver a verlo pero también habla de mudarse a Montana —donde vive Danièle—, o de nuevo a Buenos Aires.

Este vacilar constante es acaso el mayor desvío respecto de la obra de Shakespeare: el amor de Hermia y Helena por Lisandro y Demetrio es firme, y si ellos fluctúan no es motu proprio sino porque un pícaro duende ha hecho de las suyas. En todo caso, el lío entre los cuatro se resuelve y pasan del bosque al altar. Camila no sabe qué quiere ni con quién y, lejos de otorgarle epifanías, su viaje la confunde aún más (“a mí no me transformó”, dice Carmen al volver, y todo indica que su amiga secundará el dictamen).

En su afán por huirle a los placeres fáciles del self-discovery trip, Piñeiro podría haber caído en la igualmente machacada retórica indie del angst: Hermia y Helena podría haber sido el retrato de una joven burguesa que padece sus intermitencias, es decir, su libertad. Lo que hace de Camila un bicho raro es que afronta la duda, el desencanto y el cambio abrupto de parecer sin cultivar la angustia. Antes de partir comenta con despreocupación que pensó en cancelar la beca pero que ahora es demasiado tarde así que para qué. Meses después, cuando Carmen le pregunta si ya no habla con Leo, ella lo admite sin cuidado y pasa a otro tema. Al plantar a Gregg en un parque helado en Brooklyn le explica que la cosa no va y, sin llorar ni hacerlo llorar, lo induce al sueño cual Puck y sale corriendo en una escena comiquísima. Aunque ver a su padre la conmueve (la escena, de hecho, es sutilmente desgarradora), parece durarle poco: al rato ya se pregunta con usual buen ánimo si volver a verlo o no.

Camila tiene algo de los rags del legendario Scott Joplin que suenan a lo largo de la película: acompaña el pulso errático de sus anhelos en clave alegre. El resultado es un híbrido exquisito de ligereza y profundidad, lo mejor de Piñeiro hasta la fecha.

Funciones restantes de Hermia y Helena:

Malba: sábado 26 de agosto

Sala Lugones: hasta el 30 de agosto

Gaumont: a partir de septiembre