Las obras de arte no responden a las anomalías de las sociedades humanas, las atraviesan. Como un molde que se encastra sobre la materia viviente, el encuadre del cineasta ruso Aleksei German configura una vorágine sobre la inutilidad de los cuerpos y sus geometrías. Un personaje principal puede ser el más irrelevante, o ese espectro casi anamórfico escapado de un retrato de Arcimboldo convertirse en el dueño de la escena. En Qué difícil es ser dios (o Crónica sobre la Masacre de Arkanar), último film de German del que no pudo conocer su montaje final, tarea concluida por su esposa (Svetlana Karmalita) y su hijo a raíz del ineludible llamado de la muerte en 2013, convergen en extraña síntesis la historia del cine soviético y ruso, una tradición de su literatura fantástica, así como la excepcional escuela de fotografía que inaugurara Eduard Tisse, el fotógrafo y cámara de Eisenstein.
Como en todos sus filmes (salvo dos escenas a color en uno anterior), German utiliza el blanco y negro al estilo de Béla Tarr, iluminando las formas para evitar la divina proporción del Renacimiento pictórico, de ahí que sus cuadros remitan al Bosco, más precisamente a los meandros del caos y detalles fantásticos, infames para una pesadilla, entre el barro, detritus y sangre. Basada en una novela de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky de 1964, Qué difícil es ser dios retrata las peripecias de un humano llegado como veedor de los acontecimientos a un planeta sumido por la brutalidad de la Edad Media, tal vez más siniestra que la europea. El intocable Don Rumata es tratado como un dios, viste una armadura, presencia las matanzas, la decadencia de los cuerpos, la vileza de una civilización sin intenciones de sobrevivir a sí misma, hasta que estalla asolando y destruyendo, vengando a los pocos seres con los que había trabado una relación cercana al afecto. Durante más de tres horas, ese infierno se configura como una caldera sobrecargándose para que todo el odio y la venalidad puedan desmadrarse sobre esos habitantes o guiñapos, incapaces de algo distinto a la destrucción. Don Rumata es el Juicio Final en sí y para sí: luego del acto se condena al exilio en esa tierra yerma, carente de significado alguno.
Si bien los hermanos Strugatsky eludieron a la censura soviética con los filmes de Tarkovsky (La zona) y Sokurov (Días de eclipse), toda la carrera de German enfrentó innumerables dificultades. La paranoia censora de Stalin (subrayaba con lápiz rojo todo lo publicado) partía de buscar las ideas como un germen, y más rígida era si el texto pasaba al cine contaminando a las masas. Se estrenó en 2013, lejos de la simultaneidad mundial al estilo Star Wars, en el Festival de Roma, y siguió exhibiéndose hasta noviembre de 2015 en 24 festivales más y solamente en salas de trece países. Hay que buscar la versión online o una versión en DVD; es probable que este tesoro del cine nunca regrese. Aquí se proyectó en el Festival de Mar del Plata de 2014. Existe una versión homónima de 1989, del alemán Fleischmann, con Werner Herzog como actor de reparto. Esa no...