CULTURA
CIENCIA FICCIÓN CRIOLLA

Horizonte cercano

Escindidos entre la civilización y la barbarie, menos como un destino político y más como un mantra lisérgico, La Pampa aún es el paisaje predilecto de los escritores de terror y ciencia ficción argentinos para ambientar sus historias ciberpunk y de terror gauchesco. En PERFIL, un vistazo a nuestro futuro degradado.

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Ciencia ficción criolla. | Pablo Temes

Se sabe: las redes sociales como Twitter y los foros al estilo 4Chan son el caldo de cultivo ideal para todo tipo de hipótesis delirantes y teorías conspiranoicas. El terraplanismo y los Iluminati, por poner dos ejemplos populares, proliferaron gracias a internet, y otras teorías como el Pizzagate, una supuesta red de pedófilos satanistas que sacrifican niños para obtener una droga llamada adrenocromo, entre quienes se encontrarían Hillary Clinton y Tom Hanks, directamente nacieron al calor de las redes sociales. En nuestro país, que no es inmune a la viralización de estas ideas descabelladas, comenzó a circular hace unas semanas un hilo de Twitter con una ridícula teoría que aseguraba que la provincia de La Pampa no existe. Este tuitero resultó un “viajero inmóvil” que desde la comodidad de su hogar en la ciudad de Banfield había mezclado personalidades históricas como Rosas o el cacique Calfucurá, los tehuelches, datos demográficos, avistamiento de ovnis y celebridades locales como Carolina “Pampita” Ardohain para crear una ficción conspirativa y fantástica narrada en mensajes de 280 caracteres. Lo curioso es que, para algunos investigadores, Domingo Sarmiento se habría manejado de forma similar –salvando las diferencias– para crear su obra magna, pieza fundacional de la literatura argentina: Facundo o civilización y barbarie en la pampas argentinas (1845), la cual escribió mientras se encontraba a cientos de kilómetros del territorio al que hace alusión. “Uno de los aspectos no siempre debidamente subrayados sobre el ya tan comentado Facundo, tratado arquetípico sobre la pampa argentina, es que cuando Sarmiento la escribió, jamás había pisado la pampa”, asegura Michel Nieva en uno de los ensayos de su libro Tecnología y barbarie (2020). Es un hecho fáctico que cuando Sarmiento escribió el Facundo se encontraba exiliado en Chile, pero algunos historiadores como Narciso Binayán Carmona o Fermín Rodríguez van un paso más allá y aseguran que “el padre del aula” no solo se encontraba geográficamente alejado de nuestras pampas al momento de describirlas, sino que incluso se basó en libros de aventureros, exploradores y naturalistas extranjeros como Francis Bond Head, Joseph Andrews, Alexander Von Humboldt o Aimé Bonpland para configurar su narración. Sarmiento describió en Facundo un desierto que no conocía más que por libros de viajeros, novelas de Cooper y relatos de arrieros, como un mundo informe de fuerzas múltiples que se consumen en el terror y la violencia de la guerra civil,”escribe Fermín Rodríguez en el prólogo de su ensayo Un desierto para la nación (2010). Michel Nieva le adjudica a Sarmiento la fundación de una tradición literaria y lo califica como el primer viajero inmóvil de la literatura argentina, para concluir que todos aquellos lugares comunes que aprendemos y repetimos sobre la región más emblemática de la geografía argentina “provienen de la traducción y el remiendo sarmientino” de fuentes dudosas. Es decir: probablemente una de las obras literarias más importantes de nuestra historia describa al desierto pampeano a partir de lo que escritores extranjeros hicieron de él, transformándolo en un espacio mitológico, en parte real en parte ficticio. Esta región de límites difusos e historias míticas desde siempre ha ejercido una poderosa atracción en naturalistas, exploradores y aventureros de todo tipo, pero sobre todo ha influido en la imaginación de los narradores argentinos de ficción de principios y mediados de siglo XIX, también conocidos como la Generación del 37. No es casual, entonces, que el escenario del nacimiento de nuestra literatura sea la región pampeana: el poema épico La cautiva (1837), de Esteban Echeverría –uno de los primeros grandes escritos argentinos de ficción, precursor de la novela nacional–, el Facundo de Sarmiento –considerado por muchos como la primera novela argentina– o el Martín Fierro (1872) de José Hernández –obra cumbre de la poesía épica gauchesca– son textos fundacionales de la literatura argentina que transcurren en algún rincón de nuestras pampas. Lo interesante es que, casi 200 años después de la generación del 37, esta región aún ejerce un fuerte influjo en nuestra literatura de ficción, sobre todo en algunos géneros que aún no existían en aquella época: la ciencia ficción y el terror. En 2005 se publicó la novela El año del desierto, de Pedro Mairal, un relato de ciencia ficción distópica y apocalíptica donde el autor propone un repliegue histórico –de forma literal– propiciado por una especie de viento entrópico, un vendaval del tiempo llamado la intemperie”que hace retroceder la historia del país hacia estadios anteriores, reemplazando civilización por barbarie y ciudad por desierto, hasta los tiempos de la formación de nuestro país. En este contexto es lógico que la pampa adquiera protagonismo como espacio geográfico fundante de nuestra historia, pero ¿cómo se explica que en los últimos años se haya vuelto una costumbre que ciertos relatos ciberpunk transcurran en los campos, las llanuras y los desiertos pampeamos? El escritor Michel Nieva viene trabajando la relación entre el imaginario pampeano y la ciencia ficción desde su libro ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (2014), una antología de cuentos paródicos inscriptos en su proyecto de escritura particular que el mismo denominó “literatura gauchapunk, es decir, relatos de la violencia política contra cuerpos y territorios de América Latina mediante el lenguaje de la ciencia ficción. Estas ideas de la pampa como escenario de narraciones ciberpunk, la violencia contra los gauchos y el exterminio indígena, la tecnología y la viropolítica las extendió a través de varios ensayos y conferencias que compiló en el libro Tecnología y barbarie. Allí expone algunas teorías que intentan explicar este maridaje entre la literatura ciberpunk argentina y la pampa: este tema, el progreso tecnológico como degradación de la vida, es también el núcleo del género literario llamado cyberpunk: por un lado, el de la distopía, expresado en la descripción geográfica de la pampa como un “desierto”, una vasta llanura posapocalíptica en la que no hay nada ni nadie, la cual Martínez Estrada define incierta, vaporosa, yerma, un páramo en el que solo florecen el peligro y la muerte, que solo despierta la tristeza y la angustia y que no puede ser el hogar de nada ni de nadie. Nuestra literatura entonces nace y es recorrida por este nudo problemático, la idea de que la tecnología es la frontera entre la civilización y la barbarie, su punto exacto de unión, de fricción y de cruce.”En su novela La infancia del mundo (2023), Nieva retorna otra vez a la (ciencia) ficción para insistir con estos temas a través de una novela gauchopunk posapocalíptica que narra la vida del Niño Dengue, un híbrido humano-mosquito portador del virus del dengue nacido en Victorica, una provincia de la pampa argentina que a causa del derretimiento de los hielos antárticos en el año 2197 consiguió su salida al mar y se transformó en una vía de navegación interoceánica conocida como el Caribe Pampeano. Allí, entre videojuegos de realidad virtual inmersiva que enfrentan a cristianos contras indios, piedras primigenias telepáticas y el capitalismo de las virofinanzas, la identificación y tasación de virus desconocidos y el cálculo de probabilidad del advenimiento de nuevas pandemias para monetizar sus efectos, el Niño Dengue buscará su sangrienta y virósica venganza. “Me interesaba especular un futuro en el que, por el calentamiento climático y el deshielo de los glaciares antárticos, dos geografías centrales en los imaginarios literarios, turísticos, económicos y políticos de la Argentina como son la pampa y la Patagonia sufrían una transformación radical que devastaba todos los lugares comunes que sobre estos paisajes tenemos”, nos cuenta Nieva, y cierra: “En particular, en esta novela me interesaba pensar la violencia como un virus, en el sentido de que los virus, al no nacer ni morir, se pueden activar y desactivar en cualquier momento. En la novela, los personajes juegan a un videojuego que transcurre en la pampa y la Patagonia durante la Conquista del Desierto, pero la violencia de ese siglo XIX virtual es idéntica a la que padecen los personajes en el siglo XXIII en el que ocurre la historia”. Este universo ficcional desbocado tiene ecos de J.G. Ballard (El mundo sumergido) y Cronenberg (La mosca) –dos autores que a pesar de narrar en distintos lenguajes tienen obras con mucho en común–, Osvaldo Lamborghini (El niño proletario) y William Burroughs (Blade Runner. Una película), pero con una impronta particular, la de un autor joven que con una corta bibliografía ha conseguido una voz propia y muy original. 

Pero la obra literaria de Michel Nieva no es la única que se interesa por la extraña relación entre la región pampeana y la ciencia ficción: en su nouvelle pulp Pampa alucinada (2023), Gonzalo Santos retoma el tema de los androides –que ya había tratado en su ensayo Únicos y repetibles. Autómatas, robots, androides y cyborgs en la literatura argentina (2022)– pero esta vez a través del lenguaje de la ficción para contar una historia acelerada, trash y llena de humor negro sobre entidades alienígenas, androides abusados y productores de películas snuff que fantasean con la versión porno weird del poema Santos Vega (1885) de Rafael Obligado. Santos eligió la pampa como escenario para su relato ciberpunk porque, en coincidencia con Michel Nieva, entiende que en el imaginario popular argentino esta región representa un tema típico de la ciencia ficción: ese punto donde se cruzan las distintas “cosmovisiones”, la civilización y la barbarie. La otra es que, al ser un país agroexportador, utilizamos tecnología de punta, robots por ejemplo, para tareas agrícolas en el campo, donde se mezclan los avances tecnológicos con la precariedad y la explotación, una combinación que permite explorar otra dirección para el ciberpunk local. Allí donde Michel Nieva habla de literatura gauchopunk, Gonzalo Santos ve la posibilidad de un “ciberpunk rural”, donde el Estado está ausente y solo interviene para llevarse algunas monedas de lo que se exporta. La segunda lengua materna (2022), novela de ciencia ficción weird de Flor Canosa, es la confirmación de que la pampa y el ciberpunk argentinos se atraen mutuamente: la escritora eligió ambientar su relato en un futuro extraño e indefinido y en un espacio que bautizó Pampa Bávara, para contar la historia de un triángulo amoroso tóxico y una maternidad monstruosa en un mundo donde las inteligencias artificiales son parte del paisaje cotidiano del ser humano e interactúan con él a través de implantes cerebrales que generan nuevos seres híbridos, poshumanos, cyborgs. “Recuerdo atravesar la provincia camino a la cordillera y que fuera una línea recta, kilómetros de nada. Esa ruta recta, de casi 300 kilómetros con pocas curvas llamada coloquialmente ‘la ruta del desierto’, era la representación más gráfica de lo que uno se imagina como lo pampeano: la llanura interminable. El desierto chato, la impresión de estar atravesando un túnel donde las cosas se repiten como en una cinta de Moebius, quedó clavado en mi subconsciente más como una sensación que como una realidad”, confiesa Flor Canosa. “Buscaba, con fines narrativos, un lugar yermo, casi virgen, que no tuviera atractivos topográficos. Quería que fuera un lienzo en blanco donde erigir un nuevo imperio, un lugar que (fuera de lo real) estuviera detenido en el tiempo. Por supuesto que no es así, que la pampa no es todo desierto ni atraso tecnológico, pero era divertido imaginar levantar una ciudad hipercientífica en el medio de esa naturaleza inhóspita.

Al igual que la ciencia ficción, la literatura de terror argentina también parece haber adoptado la pampa como escenario predilecto para narrar sus historias folk horror. En 2015 Diego Muzzio publicó Las esferas invisibles, uno de los mejores libros de terror de las últimas décadas, compuesto por tres nouvelles entre las cuales sobresale El antecesor, un relato gótico que transcurre en el año 1871 en un fortín ubicado sobre las llanuras pampeanas, donde un grupo de soldados debe enfrentar a una entidad demoníaca y violenta desatada gracias a la rotura de un cerco mágico. Libros como Las esferas invisibles, Las bestias (2021), de Vicky García,–una antología de relatos de terror ambientados en la pampa, entre gauchos violentos, ritos salvajes, mitos de campo y monstruos humanos, o La misa de los suicidas (2022), de Pablo Forcinito, lograron que en los últimos años en nuestro país se comience a hablar de “gótico pampeano”o gótico rural, una mezcla entre folk horror local y literatura gauchesca cruel. Dentro de esta corriente literaria particularmente argentina y actual cabe destacar Las mil maravillas, novela del escritor y editor Denis Fernández que supo encontrar el balance ideal entre folk horror, gótico rural y horror cósmico para escribir el que quizá sea el mejor libro de terror de 2022, un pesadillesco relato de sectas, sacrificios humanos e invocaciones de entidades oscuras en un paisaje que parece remitir a unas ominosas sierras pampeanas. 

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“Que la ciencia ficción y el terror del presente se ocupen del espacio pampeano supone, como una de sus facetas centrales, la actualización del conflicto por la tradición y, por ende, de los propios contornos de esa nación”, afirma Juan Pisano, autor del libro de terror zombi-gauchesco El viento de la pampa los vio (2021), una novela que narra las vacaciones de una joven pareja y su pequeña hija que se transforma en pesadilla cuando deben huir hacia el campo escapando de una epidemia zombi que los obligará a enfrentarse a malones zombificados, estancieros malditos y gauchos-zombis esclavos. Para Pisano, en la región pampeana se pone en juego un costado de nuestra cultura que no es posible pensar desde la ciudad: “Borges lo supo muy bien, e inventó al orillero. Lo supo en el alba del Sol de Mayo Bartolomé Hidalgo, y habilitó la emergencia definitiva, aunque no originaria, de la gauchesca. La pulsión pampeana finalizará cuando otro paisaje domine nuestra imaginación histórica. Y eso, ni siquiera en la más radical de las ficciones futuristas aún es posible”. Por lo pronto, la pampa aún es el paisaje predilecto de los escritores de terror y ciencia ficción argentinos para ambientar sus historias ciberpunk y de terror gauchesco.

 

El uso de la pampa

Juan Pisano*

Una cadena de significantes opera como fuerza vital de la tradición nacional. Enumero, a riesgo de no ser exhaustivo: gaucho-criollo-pampa-campo-indio (este último, mayormente, como alteridad excluida). Una tradición que encuentra su día en el natalicio de José Hernández, autor del Martín Fierro, libro de lectura escolar obligatoria y poema épico nacional. Cuando esos significantes entran en acción, se pone en movimiento el andamiaje simbólico en el que la nación se reconoce a sí misma. No hay determinación a priori para dar sentido a esa relación. Ante cada uso de esa cadena de significantes se abren posibilidades: reivindicación o rechazo, nostalgia o emancipación, disidencia o desinterés. En el centro de ese andamiaje simbólico hay otro significante, emancipador y excluyente a la vez, promesa y clausura, terreno de conflicto y marca conservadora: pueblo. Entonces, aquello que articula la relación entre la nación, instancia simbólica, y los usos posibles de esos significantes es una concepción de lo que se espera sea el pueblo argentino. (Pueblo, vale aclarar, es un significante abierto, determinado coyuntural e históricamente por los modos en que se imagina una comunidad política). Que la ciencia ficción y el terror del presente se ocupen del espacio pampeano supone, como una de sus facetas centrales, la actualización del conflicto por la tradición y, por ende, de los propios contornos de esa nación. ¿Dónde está el límite de lo decible y de lo visible en el marco de esos contornos? Esa pregunta acontece cuando Michel Nieva publica ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? y muestra a un gauchoide sometido a vejaciones múltiples que repite sin cesar preferiría no hacerlo, como el personaje de Melville. O cuando Pedro Mairal da a conocer El año del desierto, esa distopía de temporalidad regresiva que se publica en el post 2001 y que lleva a la protagonista hacia el siglo XIX. Además, los textos de ciencia ficción y terror que ubican sus acciones en la pampa deben ser leídos más allá del género, en el marco de los movimientos de la literatura argentina. Sobre todo, en relación con las reescrituras del Martín Fierro en los bicentenarios: El guacho Martín Fierro, de Oscar Fariña; El amor, de Martín Kohan; Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, de Pablo Katchadjian. Estos textos proponen una disidencia con la tradición cristalizada, amplían lo posible en la representación de lo gaucho y lo pampeano y, al hacerlo, ponen en juego una política de la literatura que tensiona límites. Crean otros mundos (pampeanos) posibles; y otro mundo es, también, otro pueblo (Rancière dixit). El uso de la pampa, y sus significantes asociados, se aplacará (tal vez) cuando otra nación asome en la faz del territorio argentino. Mientras, será un campo de batalla predilecto; espacio indiscernible donde se juega el fundamento simbólico de lo que somos como nación y, por lo tanto, como pueblo.

*Doctor en Letras por la UBA, autor de las novelas El último Falcon sobre la tierra (2019) y El viento de la pampa los vio (2021), y del libro de ensayos Ficciones de pueblo. Una política de la gauchesca (2022).