Cuatro sabios entraron al Pardés: Ben Azái, Ben Zomá, Ajer y Rabí Akiva. Ben Azái vio y murió, Ben Zomá observó y enloqueció, Ajer cortó las amarras, Rabí Akiva salió en paz”. Así aparece en el Talmud esta mención, una de tantas que también están en la Torá, al prado o huerto, que es lo que significa Pardés. Sin embargo, lejos de ser únicamente un sitio, un lugar en particular, es un campo de significación y lucha por el sentido. Cada consonante de esa palabra se corresponde con una forma de conocimiento, en tanto cada sabio será su modelo. La P (Pshat) es la manera literal, lo que para el primero fue definitivo en ese contacto material como fin en sí mismo. Por su parte, la R (Remez) indica que se puede ir un poco más allá. Insinuar, entonces, pondría a la deriva la comprensión que, sin medida, se parece a la locura. El sabio, más imaginativo que cauteloso, olvidó el discernimiento. La D se refiere a la palabra Drash, que es interpretar. Esa aparente liberación es, en definitiva, para este principio del saber un corte y un abandono en el camino de la Torá. Por último, el sabio que entra y sale en paz es el de la S, la de Sod, que es el secreto. Ahí reside la manera perfecta de conocimiento: la capa final de sentido es secreta. No radica en el hecho de que no pueda ser contado o develado sino porque, incluso, cuando supuestamente hemos entendido su significado, este continúa siendo un misterio.
Con esta pequeña explicación que está en el conjunto de los textos que contienen la ley y el patrimonio identitario del pueblo judío, junto con la ley de Moisés, se puede entrar en Pardés, la instalación de Nicola Costantino en la Usina del Arte. En referencia literal a ese nombre tan completo, la impronta vegetal está muy presente. El piso tapizado de hojas mete un poco de otoño en la sala. Como complemento, las paredes recubiertas de imágenes que remedan a un bosque. Verdes intensos en abigarradas formas son la arboleda de la sabiduría.
El cuerpo de la artista, transmutado en ninfa, virgen, diosa o demiurgo que promueve un arribo complejo. Ella se vuelve pieza de arte, sujeto que se objetiva en un modelo único de estilo artístico. No es la primera vez que Costantino se “hace presente” en sus obras. Aquí es la que recibe con los manjares en la mesa servida. La que dará de comer las delicias de ese huerto que está sembrado de palabras e imágenes. En ese desdoblamiento produce inquietud y confianza. La certeza de su cuerpo presente, la validación de su arte, la rúbrica intensa de todos sus poros en escena. Por el contrario, pero como complemento, la incertidumbre de una mirada penetrante que nos observa en el tránsito por el laberinto. No puede dejarnos con nuestros pensamientos. El crujido de cada paso retumba en el hecho de que estamos siendo llevados y todavía no sabemos adónde.
Un poco de eso se trata esta pieza: de conocer y desconocer. De andar por esos pasillos a la busca de lo que sigue. El arte como una forma de condena y de atrape en entorno de máxima belleza. La duplicidad que opera en lo emotivo: por el placer de caminar y oler los matices del perfume de las plantas, percibir los ruiditos al aplastar la fronda bajo la suela, tentar la sorpresa. Asimismo, mantenerse alerta y expectante: un animal acechado.
En la construcción de ese espacio real se enhebra el imaginario, la contracara que está en el género fantástico, ese que vincula un mundo con otro. Una vez definidas cuántas y cómo son las posibilidades del relato fantástico –el crítico literario Tzvetan Todorov abunda en detalles–, aparece la que ofrece el pasaje entre las dos instancias. Por lo pronto, en general es bastante rudimentario: será la poción mágica de Dr. Jekyll, el espejo de Alicia, el ropero en Narnia, las galerías de Buenos Aires y París de Julio Cortázar, incluso el sueño, entre algunos muchos. No importa demasiado con qué se pasa –ahí los lectores somos bastante creyentes–, sino qué hay del otro lado o cómo se vuelve. Para Beatriz Sarlo, en Una literatura de pasajes Cortázar practica una especialización de lo fantástico. El pasaje de lo real a lo imaginario es una toponimia más que una construcción mental. Por eso, ella agrega: “Si los espacios permanecen cerrados son nuestra condena; pero cuando se comunican dejan abierta la posibilidad de lo siniestro”.
En un punto del recorrido de la instalación de Costantino, casi al final, hay dos pequeños agujeros para mirar del otro lado. Una imperceptible hendija que conecta con dificultad esos dos ambientes. Será cuestión de ver qué hay allí. Luego, saber con cuál de los cuatro sabios nos identificaremos a la salida.
Pardés
Nicola Costantino
Martes a jueves de 14 a 19 y viernes a domingos de 10 a 21
Usina del Arte. Agustín Caffarena 1, La Boca.
Entrada libre y gratuita