Si la circulación de libros, charlas y talleres tuvo un sesgo en 2022, fue el creciente protagonismo de innumerables ferias a lo largo y ancho del país.
Entre ellas se destacó la FED, feria de editores, realizada en un gran galpón en Chacarita. Desde el bar del entrepiso, la vista panorámica de la gente que inundaba los pasillos hacía pensar en un enjambre. Miles de visitantes, potenciales lectores, ajetreados frente a filas de mesas y más mesas cubiertas de libros, ¿qué buscaban? ¿Qué perseguían lectores y lectoras, escritores y escritoras, también entre la concurrencia, en estos tiempos revueltos, signados por la deconstrucción, las pandemias, la guerra y su consecuente masa de incertidumbre?
Vanina Colagiovani, de Gog & Magog, dio la pista para una posible respuesta. En la FED, dijo, “se hace evidente que las personas buscan determinados libros, libros que tienen un brillo especial. Pueden ser de poesía, que saltan el gueto de los lectores de poesía que son a su vez también poetas, o pueden ser de ensayo”.
Y es que en los tiempos que corren, más allá de la función primaria de la literatura de entretener, del goce estético del lenguaje, hacen falta nuevas ideas, líneas de pensamiento que iluminen alternativas, orienten en la maraña de información que contamina la actualidad.
A propósito, una de las charlas realizadas en la FED fue “La emoción de las ideas, sobre el ensayo como práctica literaria”. Convocada por las editoriales Gog & Magog y DocumentA/ Escénicas, las invitadas fueron las escritoras María Negroni, Betina González y Eugenia Almeida, quien no pudo viajar por un estado gripal, pero envió un comentario sobre su ensayo Inundación (publicado en esta misma nota).
Escritura y emoción, la máxima en disputa. La charla se abrió con la pregunta a las autoras acerca de los modelos y motivaciones que las llevaron a escribir un ensayo.
Betina González se refirió a su libro La obligación de ser genial (2021), que va por su tercera edición. Podría ir muy lejos, dijo, hasta Rousseau. Pero prefirió indicar en el origen un texto en particular, Le Wave in the Mind, de Ursula K. Le Guin, traducido al español como Contar es escuchar. En él, Le Guin habla de la inspiración, esa ola que captura cuando se escribe. “Uno puede tener las ideas, pero si no encuentra esa ola que lleva las ideas a las palabras y a un ritmo que se va armando solo, no se puede sentar a escribir”, sostuvo.
Por su parte, María Negroni señaló que le resulta difícil separar el ensayo de otros géneros. Su biblioteca pasa de una manera arbitraria de libros de poesía a novela, a no ficción y a ensayo, dijo. Y con el tiempo se dio cuenta de que tenía cierta predilección por la lectura de ensayos. En cuanto a cuál la marcó, citó varias referencias posibles, desde los franceses Alain Badiou y Roland Barthes a Jorge Luis Borges y Octavio Paz en la tradición latinoamericana. Lo que le resultaba interesante, subrayó, “es cuando esos ensayos vienen de la mano de la producción narrativa o poética, cuando hay un sistema de ideas que sustenta la narración. Cuando una tiene la suerte de que ese escritor o escritora ponga este sistema de ideas a la vista, le produce el mismo placer que le produciría entrar en la biblioteca de una escritora que admira y mirarle los libros que lee”.
Una de las máximas del popular decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga pregona: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. Toda la charla estuvo surcada por alusiones a esta recomendación o similares, adjudicadas a autores diferentes. Recordar las emociones, evocarlas como sugiere Quiroga, es mucho más que tenerlas en la memoria: es hacerlas pasar de nuevo por el corazón, según la bella etimología de la palabra recuerdo.
El primer ensayo que escribió González fue, precisamente, sobre la emoción en narrativa. “Tenía mucho que ver con lo que me pasaba en las clases. En ese momento yo estaba dando una clínica en casa y había discusiones con los asistentes. ¿Por qué traían textos tan planos, textos que no conmovían? ¿Cuál era el problema, por qué no lo veían?, me preguntaba parada frente a la biblioteca. No tenía que ver con una falta de destreza o maestría de los participantes, sino con una tradición narrativa, una suerte de boom en los 90 a partir de Carver. Con cierto realismo sucio norteamericano que acá se leyó y se copió de una manera muy rara”. Esta tradición, según González, se habría apoyado erróneamente en una literatura traducida y cercenada por el trabajo de Gordon Lish, el editor de los cuentos de Carver. Y trajo consigo la pretensión de escribir desde la asepsia, suprimiendo las emociones.
González escribe sobre el posible porqué de la malinterpretación de esta idea. “Creo que una de las razones por las cuales no se habla de la emoción en relación con la literatura es que con frecuencia se confunde con “lo sentimental”. Es una distinción importante. “Un texto sentimental es aquel en el que la emoción está en la superficie –generalmente en los adjetivos, en las frases declarativas de los sentimientos y en el habla de los personajes–”, se lee en La obligación de ser genial. Y más adelante: “El texto sentimental es complaciente: se complace en su descarga emocional y del otro lado no espera más que empatía. En contraposición, la buena literatura quiere tanto ser comprendida como no serlo, arriesga el malentendido, el sobreentendido y la incomprensión. Arriesga, en definitiva, el sentido, que es elusivo, siempre abierto, siempre negociado con y habilitado por la lectora”.
Ensayo y género. Para González, es inevitable que aparezcan argumentos que tienen que ver con lo autobiográfico, “sobre todo si estás escribiendo sobre qué significa ser mujer y ser escritora. Sale la historia personal, no es que partió de ahí el ensayo. Si estás mirando el campo literario y viendo que hay un canon masculino y estás trabajando ese tema, por más que estés citando a un montón de feministas que ya lo trabajaron, sería realmente muy hipócrita no involucrarse en esa escritura con la propia historia, ¿no?”, dijo.
El título de su ensayo, La obligación de ser genial, deja entrever esa exigencia superlativa que pesa sobre las artistas para hacerse un lugar y ser visibles en el modelo patriarcal. En efecto, en la segunda parte del libro, a partir de experiencias personales, la autora da cuenta de los obstáculos que, aún hoy, en el siglo XXI, debe atravesar una mujer que encara una profesión, un arte, históricamente masculino.
“La obligación de ser genial es la respuesta al lugar inferior, a la posición desplazada”, escribe Ricardo Piglia a propósito de Marechal y su lugar desplazado por su condición de peronista confeso durante y luego de la Libertadora”, cita González. Y encuentra que esta sentencia puede aplicarse a cualquier mujer que escriba. Para ser aceptada, no alcanza con ser buena. Una mujer debe ganarse su ingreso al mundo de las letras siendo brillante. Mientras que los hombres accederían de modo natural por su posición de dominio de género.
Aunque algunos capítulos del libro tienen más de diez años y fueron escritos antes de que llegara el debate por el lenguaje inclusivo, en el texto se recurre al uso del femenino. En una entrevista, la autora cuenta el porqué: “Usé el femenino deliberadamente, igual que lo hago en mis clases. Ese gesto, esa intervención, es algo que el movimiento feminista ya viene haciendo en inglés desde los 80 (marcar en femenino los posesivos para salir del ‘his’ que se usaba como regla para ‘writer’ o ‘author’) y para mí es muy potente. La intervención que logra el uso del femenino va más allá del mundo de la literatura”, señala González. “Es un modo de despertar a quien lee al hecho de que todo sujeto social siempre ha sido masculino. Siento que en Argentina nos saltamos esa marcación, que es poderoso el uso del femenino para marcar eso. Y en ese hablar, recupero, además, el sonido hermoso de la letra ‘a’”.
Escribir sobre la escritura. El ensayo en torno a la escritura incluye numerosos ejemplos en todas las tradiciones literarias, desde Eudora Welty a Marguerite Duras, desde Liliana Heker a Carlos Skliar, por citar algunos. Pero una serie de ensayos sobre el tema resulta novedosa. La colección, reunida por DocumentA/Escénicas, está inspirada, precisamente, en el libro Escribir, de Marguerite Duras. Ese libro, dice la editora Gabriela Halac, la hizo pensar en cómo acompañar, cómo mostrar ese lugar de fragilidad, pensamiento, dudas, experiencias singulares en y hacia la escritura. Así, convocó a tres autores que se cruzaron en el Festival de Literatura de Córdoba y surgieron los primeros títulos: Cómo me hice viernes, del escritor argentino Juan Forn, La partida fantasma. Apuntes sobre la vocación literaria, del poeta, narrador y cronista chileno Leonardo Sanhueza y El viaje inútil. Trans-escritura, de la actriz, dramaturga y escritora cordobesa Camila Sosa Villada. A este conjunto pertenecen también Inundación, de Eugenia Almeida, y Nadadores lentos, del escritor y guionista Santiago Loza, entre otros. Libros pequeños de tapas texturadas sin imágenes que suman un diseño cuidado al atractivo de sus prosas.
Ana Galeano, editora de Siglo XXI, también presente en la FED, habló de su catálogo. En él se incluyen ensayos de ideas, periodísticos, de temas políticos, ensayos de divulgación y de arte. Trabajan con autores que vienen del campo académico para llevarlos a una escritura más accesible.
“Tenemos conversaciones con los autores para impulsarlos a escribir por fuera del registro duro de sus disciplinas de estudio. Intentamos convencerlos del valor de ese esfuerzo. Y los resultados son sorprendentes. Muchos tienen genuino interés en que sus trabajos circulen y se conversen fuera del círculo de pares y aporten a una discusión más amplia. No se trata de que hagan cambios cosméticos o superficiales, sino de pensar los libros en otra clave, que dialoguen con preocupaciones de la época”, dijo Galeano.
Dialogar con las preocupaciones de la época. Desafiantes. Numerosas. De eso va la cuestión. De la necesidad de mentes amplias que abarquen distintos saberes (pensemos en los libros de figuras como Donna Haraway, bióloga y filósofa). Y se trata de las ideas. Porque, como bien dijo María Negroni en el transcurso de la charla, “las ideas son emociones de la mente. Cuando uno tiene una idea, una sola, que no son muy comunes las ideas –en general la gente repite cosas sin ninguna vida–, cuando aparece una idea en una conversación, en una clase, es un momento de efecto estético. Se produce una especie de sorpresa. Porque se rompe la costra del uso, se rompe el cliché. Se rompe lo que uno está acostumbrado a pensar y sentir”.
Una definición preciosa: las ideas, emociones de la mente. Las necesitamos.
Un tesoro escondido
—¿Cómo resulta el momento actual para la venta del ensayo literario?
—Creo que hay una apertura por romper las clasificaciones literarias y en ese sentido el ensayo es un género abierto, un campo de juego en donde pueden entrar escrituras sorprendentes e inclasificables. Pero no sé exactamente cómo evaluar en términos de venta y géneros porque es muy difícil de generalizar. Hay libros de ensayo que funcionan muy bien porque lxs lectorxs se enamoran de esas escrituras, porque encuentran un libro con el cual pensarse y conversar a lo largo del tiempo.
—¿Destacarías nuevas corrientes, autores?
—Creo que somos lxs lectorxs quienes hacemos esos grupos, esas “corrientes”, y depende de dónde estemos situados si podemos percibir y agrupar, coleccionar, relacionar en grupos de autores de una manera o de otra. Tengo vínculo con amigos y autores de otros lugares y me doy cuenta de que cada uno está viendo cosas diferentes. Me interesa que esas corrientes no sean únicas sino configuraciones afectivas y territoriales siempre nuevas.
—¿Cómo ves la producción de ensayo en Argentina?
—No puedo hacer un análisis de la producción del ensayo en la Argentina, porque hacer ese tipo de recortes va en contra de la esencia de lo que es el proceso de creación de libros. Y realmente implicaría conocer absolutamente todo lo que se ha publicado para hacer una valoración. Pero además creo que esa valoración en sí no contribuye a las discusiones más interesantes que se pueden dar en este campo. Una cosa es la producción y otra la publicación. Quizás ahora estemos publicando más ensayo, pero se trata de criterios editoriales que no necesariamente tiene que ver con lo que lxs escritorxs producen. Pienso que las editoriales en general vamos muy atrás de lo que se produce, y lo que vemos en las estanterías de las librerías tiene que ver más con una historia de la lectura contemporánea que de la escritura.
—¿Hay más mujeres ensayistas, notás un cambio en ese sentido?
—Creo que el cambio es social. Es la sociedad que empieza a ver a las mujeres. No creo que las mujeres que escriben tengan mejores condiciones o que haya más escritura de ensayos de mujeres. Quizás el mercado está dándose cuenta de que hay allí un tesoro escondido y que por miopía y necesidad de mantener la estructura de “patria, familia y propiedad” no podía avanzar en leer eso que ya estaba allí. Vuelvo otra vez sobre lo mismo, son categorías y formas de leer que no tienen que ver con la escritura, sino con lo que somos capaces de ver en ella en cada momento.
Entrevista a la editora Gabriela Halac.
Territorio fértil
Por Eugenia Almeida
Inundación no existiría si no fuera por Gabriela Halac. Hay libros que pueden aparecer en una editorial o en otra. No es este el caso. Inundación surgió a partir de la invitación a formar parte de la colección Escribir. Eso ya dibujaba un paisaje. Publicar en el marco de una colección implica conversar, de algún modo, con los otros libros que están allí. Y es algo que siempre propone Ediciones DocumentA/Escénicas: la charla, el encuentro, los cruces.
Yo venía trabajando en un proyecto que quería darle a Gabriela. Un libro con formato de diccionario donde aparecían algunas palabras importantes para mí. Cuando esta invitación llegó decidí seguir, en paralelo, con el antiguo proyecto. Pero hubo un momento en que descubrí que esos dos manuscritos eran uno solo. Junté todo y seguí trabajando bajo esa hermosa estructura del alfabeto.
Antes de Inundación me llamaban la atención las constricciones al estilo OuLiPo. Ciertas consignas a seguir antes de empezar la escritura. Me parecía raro marcar límites justamente en un territorio que permite la libertad absoluta. Pero cuando empecé a hacerlo me di cuenta de que hay un placer ahí. Una paradoja: esas constricciones me permitieron una libertad que no esperaba.
Traté de no pensar en el género de ensayo al escribir. Creo que de haber pensado en eso posiblemente me hubiera quedado en blanco. Lo que hice fue retomar otro sentido de ensayo: un sentido más teatral, de prueba, de boceto, de algo que se forma mientras se hace. Esa errancia, ese vagabundeo, ese andar sin rumbo era lo que me interesaba como ejercicio. Merodear en torno de una pasión: la de la escritura. Y sentir que nada de lo que escribía –y nada de lo que dice ahora el libro– es definitivo. Que se trata, más bien, de una invitación a ser testigos de los movimientos que hice tratando de decir. Lo que quise compartir es algo que está entre líneas, un cierto ritmo, una notación musical escondida.
Dije “pasión” y enseguida pensé que eso es lo que está en el hueso de la escritura: un afecto. Una afectación que hace el mundo sobre nosotros. Cuando escribo es casi como si estuviera barajando esas cartas, murmurando, dándole vueltas. No sé. Como si tuviera una piedra dentro de la boca y fuera moviéndola. Es un juego, sí. Pero es mucho más que eso.
Cuando se habla de las emociones ligadas a la escritura siempre me pregunto: ¿de qué otro modo podría ser? En todo lo que hacemos entra en juego una emoción. No estoy hablando de sentimentalismo sino de una fuerza que nos empuja a hacer las cosas. ¿Por qué levantarse a la mañana? Ahí, en ese gesto, hay emoción. Puede ser fastidio, aburrimiento, odio. ¿Cómo podríamos “recortar” eso a la hora de escribir? Si no hay emoción, no hay ningún motivo para ponerse a hacer signos sobre un papel.