Un altar discreto y sigiloso levantó Elba Bairon en el subsuelo de Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires. La muestra lleva el nombre Sin título, y en ese aparente juego de palabras hay una opción de sentido. Por un lado, refiere al lugar común de la nominación de muchas obras de arte: las que no lo tienen. Por el otro, crea una puesta en abismo de la referencialidad: el título que no tiene palabras pero es expresado por medio de dos: “sin” y “título”. Un vaciado semántico que, inmediatamente, se vincula con el procedimiento de la escultura que vacía para llenar.
Esa cavidad que deja en el lenguaje también está en el plano del conocimiento. No se sabe muy bien a qué refieren las formas que esta artista nacida en Bolivia en 1947 ha emplazado en el sitio del museo. En el centro de la sala, una construcción de grandes dimensiones con escalera puede ser recorrida en el perímetro de sus murallas y esconde un interior. Allí no se accede con el cuerpo pero sí es posible hacerlo de otro modo. La atmósfera de luces tenues y cálidas promueve cierta espiritualidad. De ahí que inventemos lo del altar y nos volvamos propensos a la devoción. Pensemos en el Ara Pacis y su centro sobre un pedestal escalonado. Deliremos con los animales sacrificiales, el sumo sacerdote y los posibles adornos de guirnaldas y bucráneos ocultos. La máxima pureza y simplicidad de las formas desata la más furiosa imaginación.
Bairon concibe una escenografía perfecta con las superficies pulidas del blanco. Las dos figuras que acompañan a la pieza central, esa construcción abandonada, quizá, por sus fieles, recuperan las curvas que las líneas rectas de la escalera tomaron para sí. Las sombras despliegan una paleta de blancos casi tan extensa como la que pueden ver los esquimales. Viran al gris y al negro y en ese trío neutro está toda la intención pictórica de Elba.
Escultora, escenógrafa y pintora con luces es Bairon, todo eso al mismo tiempo en esta instalación realizada específicamente para este lugar. Ante los sonidos ausentes y los significados difusos, ella levanta el volumen. Ocupa el espacio deshabitado del tiempo. Vierte las formas en los intersticios abandonados por la comprensión y el murmullo.
Ha logrado modelar el tamaño de un templo mudo poblado de seres que no se ven y voces que no se oyen. El carácter sustractivo y elusivo de su obra es tierra fértil de historias contadas entre susurros y ronroneos. Una sintaxis desujetada, en tanto le faltan las letras y los signos.
Tan importante como las palabras, para la comunicación, es el silencio. La pausa entre ellas, el corte y el vacío modulan el intercambio. La cinta incesante de ruidos articulados sin sosiego ni cesura es el desquicio. La extensión del silencio, su apagada calma, es la responsable de los mejores momentos de entendimientos. Quizá podamos vivir sin palabras; lo que es seguro que no, sin silencios.
Elba Bairon, como Hölderlin, cree que “en el país de los bienaventurados, quien habita es el silencio, y más arriba de las estrellas olvida el corazón su indigencia y su lenguaje”. Es verdad, sobre toda la pieza hay un cielo oscuro en el que se pueden buscar, como quien adivina las constelaciones en las noches estrelladas, dónde se han ido las palabras para dejar libre este paisaje de misterio.
SIN TITULO
Elba Bairon
Curadora: Sofía Durron
Museo de Arte Moderno
San Juan 350