Si el ensayo se cifra en algo es el concepto y la estética: la idea reclama su forma, su estilo y el anclaje en la coyuntura, cierta urgencia e incluso radicalidad del límite. En ese sentido, cuatro ejemplos de la “vuelta del ensayo” lo evidencian: Alejandro Boverio, Sol Echevarría, Gustavo Romero y Julieta Massacese. Todos lo transitan y tienen menos de 30 años (nacidos durante los años ochenta). Motores de proyectos o partícipes de iniciativas editoriales y culturales innovadoras que traen al tablero literario cierta renovación y aire fresco.
Boverio es uno de los responsables del consejo editorial, en el retorno, de la revista El ojo mocho así como de la publicación epistolar En ciernes y del Espacio Cultural Murena. Echevarría, por su parte, dirige la revista de ensayo No Retornable y ha fundado recientemente la editorial Excursiones dedicada exclusivamente al género. Romero es un activo miembro desde hace casi diez años del Seminario de los jueves de Tomás Abraham y ha publicado sus textos en los libros del grupo filosófico, dentro de los cuales se encuentra el más reciente: Platón en el Callejón (Eudeba). Julieta Massacese es una joven filósofa especializada en género y feminismo que recibió una mención en la Antología del ensayo filosófico joven en Argentina (Fondo de Cultura Económica), del que también participó Sol, y dirige un proyecto de filosofía y teatro.
¿Qué significa esta renovación del ensayo en los últimos años? Estos cuatro jóvenes escritores dan cuenta del riesgo. La reivindicación del ensayo también implica traer a colación a nombres olvidados y revitalizados, desde Sarmiento a Sebreli, volver a colocar al café como lugar de encuentro más que las redes sociales y hacer explícita la necesidad de romper con las dicotomías políticas excluyentes en un clima de época determinante, pero no reductivo.
—¿Cuál fue el recorrido que los llevó al ensayo como género?
ROMERO: Participo del seminario de los jueves de Tomás Abraham desde el año 2004 porque hice el CBC en su cátedra. Ahí vi cosas que no encontraba en la facultad: un espacio donde se puede leer, estudiar y compartir con el otro sin ningún tipo de pudor. Eso me daba libertad para pensar lo que quería. Es un espacio donde también se puede escribir y publicar y eso es importante porque en la facultad no hay espacio. En ese sentido, el seminario conjuga el estudio y el ensayo. Me parece que el ensayo es una composición, no un sistema demostrativo. En la Argentina el pensamiento siempre se ha expresado en términos de ensayo, no como filosofía sistemática. Quizá haya un proceso de composición que haga que podamos leer Buenos Aires, vida cotidiana y alienación de Juan José Sebreli, un libro de 1964, y usarlo para pensar la actualidad. Creo que es una marca de nuestro pensamiento.
BOVERIO: Yo vengo por un paso renegado tanto por la carrera de filosofía como por la de sociología. Siempre sentí que la academia es un espacio cerrado y creo que es un sentimiento compartido. En esta idea está la de liberar los saberes a partir del ensayo como gesto de estilo y libertad. En el caso de El ojo mocho, la revista que estamos retomando a través del legado de Horacio González junto con Darío Capelli y Matías Rodeiro, en esta nueva época la idea es continuar con una herencia que surge hace más de veinte años, allá por el noventa, en un momento complicado para el país y con un gesto de pensamiento crítico desde la resistencia absoluta. Desde la perspectiva que el tiempo y la época han cambiado, como proyectar y continuar, ese es el desafío que tenemos. Nosotros nacemos en la Guerra de Malvinas o el retorno de la democracia, estamos en esa encrucijada. Nuestra conciencia política adviene durante el menemismo, una época donde la política aparece aplanada o en un desierto de lo real, como diría Baudrillard. Me parece que el trabajo del ensayismo es llevar al límite esa conciencia crítica que parte de una profunda conciencia política que existe en esta época.
ECHEVERRIA: Suscribo lo que dice Alejandro del carácter de época. Yo entré en la carrera de Letras en 2003 y había un cambio político que se percibía. El clima literario empezó con el boom de la narrativa pos 2001, así como fue la poesía en los noventa. Y nos preguntamos por qué en la academia no aparecía eso, nos sentíamos un poco solos. Ahí surgió la revista No Retornable, que es un proyecto que ya lleva siete años. Con Alejandro nos conocimos ahí, teníamos nuestras reuniones editoriales en el bar del subsuelo de la facultad. Hace un año decidimos hacer un proyecto editorial y pensamos que en el ensayo no había un espacio y estaba comenzando a aparecer una camada nueva de ensayistas o jóvenes pensadores que hacían cosas interesantes en revistas, o bien en el rescate de autores como Sebreli, que estaban volviendo a ponerse en circulación y pensamos que era el lugar y el momento de despegue para intervenir en el campo cultural con la editorial Excursiones.
MASSACESE: Yo estoy en un proyecto que se llama Tres, que es un programa interdisciplinario donde tratamos de pensar el tema de internet desde la cuestión escénica. La idea es poner a jugar a la filosofía en ese sentido, a ver si puede servir para algo. También estoy en un proyecto de reconocimiento institucional sobre feminismo y justamente pensamos esa idea persistente que fue siempre dividir qué es filosofía y qué no es, que en verdad es una operación ideológica que buscar marcar un campo de saber y de poder. ¿Qué poder tendríamos por decir qué es y qué no es filosofía?
—En ese aspecto, ¿creen que el ensayo es nuestra forma de hacer filosofía o bien está en contra de lo que se pretende debe ser la filosofía? Siempre aparece esa sacralidad de la filosofía en relación al ensayismo que pone en crisis la supuesta sistematicidad.
R: Yo no plantearía una oposición drástica entre filosofía y ensayo como si en el ensayo no hubiera filosofía. Creo que el modo de ser filosófico en Argentina sería el ensayo. No es que haya una esencia sino que históricamente en Argentina se constituyó así: desde el Facundo pasando por Ramos Mejía, Martínez Estrada, Sebreli, incluso los clásicos de la narrativa como Borges o Sabato, o los reconocidos como filósofos se han dedicado al ensayo. Todos plantean la construcción del texto no como un proceso demostrativo y cerrado. El ensayo es mostrativo, es decir, muestra una situación. Frente al lugar de poder de la filosofía académica, el ensayista se ha colocado muchas veces en combate contra esa clasificación y ha encarado al ensayo como lo antisistemático.
Como una trinchera.
B: Sí, es cierto que predominantemente no hay una voluntad sistemática. Pero volviendo a la cuestión de la sacralidad de la filosofía que hablabas está aquella anécdota de Heráclito que dos personas lo van a visitar y lo encuentran frente a un horno de barro, sorprendidos le preguntan qué hace un filósofo allí, y Heráclito dice: “aquí también se encuentran los dioses”. Eso me parece interesante con la necesidad de pensar lo que es más próximo a nosotros. Que la filosofía no es algo necesariamente puro. Me parece que el ensayo es un modo propio de hacer filosofía donde se la ejerce con libertad. Y eso abre la posibilidad del estilo. No me parece que el ensayo venga a responder nada, más bien establece y expone inquietudes, eso es lo interesante. Expone las contradicciones del pensamiento y la experiencia sin resolverlas.
E: Yo vengo de otra formación, de Letras, y los conceptos que operaban eran diferentes: estaban catalogados como teoría y crítica. Entré al ensayo cuando estos dos términos no podían aplicarse. El ensayo marca una huella más propia, experimental y de estilo, de hablar en primera persona. El ensayo que me interesa es el que le da espacio al juego.
M: Me parece que nuestros ensayistas nacionales rara vez tenían una formación filosófica, más bien eran juristas, periodistas o políticos, estaban peleando en el campo e intervenían desde todos los lugares que podían; eso lejos de ser una debilidad constituye ese interés en lo ensayístico. Lo que veo es que es que a pesar de que tenemos una tradición grande del ensayo, académicamente no se produce ni se estimula como género. Está todo muy marcado por lo monográfico. Me parece que ahora el ensayo está tomando fuerza pero desde afuera de la academia. Lo cual me parece muy saludable.
—¿No les parece que le reclaman a la academia algo que nunca les va dar? De hecho, los grandes ensayistas argentinos siempre estuvieron en crisis o fuera de la universidad.
B: En el comienzo uno piensa que va a encontrar un espacio de libertad que luego se da cuenta que no es posible. La universidad tiene una realidad que es un núcleo muy fuerte donde se aglutinan los saberes y uno conoce gente valiosa, esas dos cosas son la excusa para continuar con un pie adentro, con la voluntad siempre de imbuirle cierta densidad de debate.
E: A mí me parece fundamental el cruce con otras personas. Si bien yo terminé la carrera y salí corriendo de la universidad, no reniego de eso, me parece muy valioso el pasaje por la facultad, yo creo que donde estoy ahora se debe a eso, ya sea por oposición o coincidencia. Sin embargo, uno ve compañeros que entran en un sistema de becas y siguen produciendo en esa maquinaria atrapados, como si fueran becarios zombies.
—Me interesa la cuestión de la coyuntura, que es una palabra que apareció. En ese sentido, ¿cómo piensan la “vuelta a la política” y cómo se insertan ahí?
R: Yo no tengo una militancia ni estoy afiliado. Con respecto al retorno de la política, yo lo celebro en la medida que no se convierta en un chantaje, que a uno no lo tengan que ubicar en un lugar por dar una posición sobre un determinado tema. Por lo general te ubican en una tradición con una historia negra. Es decir, tener la libertad de apoyar una medida política, pero no convertirte en un opositor u oficialista acérrimo. Hay que aprender a pensar políticamente sin caer en el chantaje, evitar la reacción.
B: Es una tradición de nuestro país, que es relativamente joven. La dicotomía civilización-barbarie atraviesa nuestra sociedad de Sarmiento a nuestros días, con peronismo -antiperonismo o el populismo -república de hoy. Son dicotomías que para un pensamiento serio son falsas. Son modos superficiales. El desafío es establacer una democratización de todos los ámbitos de la vida política. No hay un espacio público de debate, lo que hay son debates de artificios, como el caso Darín.
R: Se está planteando mucho la relación de política con identidad, para dar una pespectiva sobre un tema uno tiene que dar aclaraciones, como por ejemplo la palabra liberal o neoliberal que es casi un insulto, lo cual es lamentable, porque aquellos que se dijeron liberales en la Argentina eran políticamente antiliberales y estuvieron siempre en contra de los derechos civiles de las minorías. Sería bueno que uno dé una opinión sin mostrar documentos todo el tiempo.
B: El Gobierno claramente no es liberal, pero aúna en un cúmulo de tradiciones donde la tradición liberal también está presente.
E: Yo creo que hay cierta saturación y me parece que el debate está superando esa división dicotómica. Es una manera facilista de pensar las cuestiones y se va a una trascendencia producto de la saturación, lo mismo con la pugna mediática.
M: Yo no soy kirchnerista pero tampoco me interesa cierto antikirchnerismo estereotipado. A mí me interesa la lucha contra la megaminería, que constituye un tema de soberanía. Personalmente, estoy muy comprometida con los pueblos originarios, me parece que el problema de la tierra sigue sin resolverse y no está democratizado. Como feminista y lesbiana me parecen fundamentales los avances en materia de derechos, pero también falta democratizar la cuestión económica, en una relación más igualitaria.
—En el sentido de la democratización entra el tema de las redes sociales ¿cómo operan con Facebook o Twitter?
B: En verdad, me parece que se establecen las mismas jerarquías que existen en la sociedad real; bajo una apariencia rizomática hay núcleos de poder fuertes como Google, Facebook o Twitter que utilizan la información como una mercancía más. Y la lógica es del espectáculo, con el agregado que se magnificó una nota nefasta, que es el narcisismo.
E: Las redes sociales permiten la posibilidad de hablar suelto, frente a las revistas o los grupos. En principio, parecía que se corrompía la jerarquía y no fue así, la verdad es que tendió a reproducirla.