CULTURA
retrospectiva

La fotografía en la historia amazónica

Un fantasma recorre Europa: son las obras de Claudia Andujar. Activista y artista suiza de origen brasileño, su muestra The Yanomami Struggle está conmocionando a los visitantes que, con limitaciones, la recorren.

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Andujar. Una muestra de sus fotografías visitó la Argentina en 2016. Hoy una retrospectiva de sus obras recorre toda Europa. | cedoc

El 12 de junio acaba de cumplir 90 años la fotógrafa Claudia Andujar. Una muestra retrospectiva de su obra, denominada la más grande y completa en este rubro, recorre Europa desde 2020, con limitaciones a raíz de la pandemia global. El comisario de la muestra es Thyago Nogueira, del Instituto Moreira Salles (Brasil), y es organizada por la Fundación Cartier, con más de 300 fotografías, videoinstalaciones, dibujos y documentación, que cubren las distintas etapas de la artista centrándose en su vínculo con un pueblo originario del Amazonas. Su título: The Yanomami Struggle. Inaugurada en París, recorre otros lugares como Milán, Barcelona, y a partir del jueves pasado, Londres (Barbican Centre). 

La biografía de Andujar está ligada a la migración y la búsqueda de un espacio, un objetivo existencial, donde su trabajo forma parte armónica de cierta historia. Nace bajo el nombre de Claudine Haas en Neuchâtel, Suiza, de madre protestante y padre judío húngaro, Siegfried Haas. La pareja reside en Transilvania, hoy Rumania, zona que a sus casi 10 años abandona con su madre tras la ocupación nazi. Siegfried y toda la familia paterna es desplazada al gueto de Oradea, luego deportados a  Dachau y Auschwitz, donde son asesinados. Al final de la guerra, Claudine viaja a Nueva York, donde se casa con el exiliado español Julio Andujar, mientras trabaja como guía, incursionando en la pintura abstracta. En 1955, ya divorciada, viaja a Brasil y allí comienza su trabajo fotográfico con el nombre de Claudia.

Será la mirada de la fotógrafa, los espacios que encuadra, lo que creará un futuro para el pasado. Por ello, a partir de 1956, viaja por Perú, Bolivia, Argentina, Chile, y retrata el Karajá en el centro del Brasil. Los pueblos originarios atraen su objetivo, pero también incursiona en el fotoperiodismo, retratando familias de agricultores, pescadores, de clase media y colonos de Brasil. Diez años después retrata al pueblo Xikrin, y en la revista Realidade publica fotos sobre migrantes, drogadictos y homosexuales. El otro, marginado, a espaldas del orden y el progreso, se corporiza en su relación creciente con el pueblo Yanomami a partir de 1971. En sus viajes a esa zona de la amazonia lindante entre Venezuela y Brasil contraerá enfermedades enfrentando la dificultad de fotografiar en un clima de calor, humedad y oscuridad, donde lo extremo no reconoce tecnología.

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Para retratar la vida colectiva, Claudia no solo debió ser aceptada, sino también vencer una tradición. Al morir, el espíritu de los yanomamis debe llegar al fondo del cielo, para eso toda huella de su paso en el mundo de los vivos debe ser borrada, como pertenencias o imagen que los representa. Tal barrera fue superada por la necesidad de que sus imágenes circulen denunciando el acoso del mundo exterior.

La innovación de esta fotógrafa la define Fernanda Piderit en su artículo “Claudia Andujar y los Yanomami: hacia una etnopoética de la fotografía” (Transas, Unsam): “Tomando prestado el término del antropólogo Carlos Rodríguez Brandao, podemos considerar una suerte de etnopoética fotográfica: una imagen de tipo etnográfica que pase de la información dura al diálogo disonante, de la objetividad unívoca a la multiplicidad de interpretaciones personales, del registro etnográfico a la sugestión mitopoética del gesto; una fotografía que no solo es un objeto útil (...) para la antropología, mera ilustración, sino una fotografía que vuelve a ser imagen en sí misma.”

En 2016, en el Malba se realizó la exposición Marcados. Allí, cada una de las fotografías de los miembros de la tribu lucen un número. La similitud con las marcas para el genocidio llevaron a la artista a establecer la serie, porque las mismas surgieron como única forma de identificarlos para la vacunación contra las enfermedades de la “invasión” extractivista. Como la selva, los nombres mutan con la edad, cambian al crecer.