" Escribo por venganza. No por justicia, no por santidad, no por gloria, sino por venganza”, escribió el escritor italiano Ferdinando Camon (Padua, 1935), dos décadas atrás, cuando el periódico francés Libération lo invitó a participar del número especial en el que 400 escritores responden a una sola pregunta: por qué escribir. Camon se refiría allí a su niñez, en la que más de una vez el juego fue interrumpido por los rastrillajes y los bombardeos. Editado en más de diez idiomas, Camon adquirió notoriedad en el resto de Europa con Il Quinto Stato , con prefacio de Pier Paolo Pasolini y traducido en Francia por iniciativa de Jean-Paul Sartre. En el pueblo en que nació, los campesinos recurrían al cura cada vez que recibían una carta del municipio o del ejército. “ Soñé en poseerme de la escritura para usarla a favor de aquellos que no la conocían; para realizarles sus venganzas”, explicó Camon en aquel volumen del 15 de marzo de 1985.
Un altar para la madre es su obra de ficción más destacada en América, una vendetta social: el personaje santificado es el más pobre. La escribió diecinueve veces (“ quería que durara, que no tuviera defectos”). En los Estados Unidos se editó bajo el título Memorial y Raymond Carver la describió como “ una sublime obra de arte”.
Aquella búsqueda de venganza, convertida en el impulso de su escritura, sigue acompañando a Camon, que en los últimos años sumó una nueva pregunta en relación a la escritura: por qué leer. Una pregunta que vale formularse en la Argentina, donde cada alumno lee 1.33 libro en la escuela por año, de acuerdo a un estudio del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, difundido a comienzos de 2006.
—¿Qué busca con la escritura, además de venganza?
—El que escribe quiere permanecer por siempre. Lo que está al comienzo de la escritura es registrar el trabajo del mundo, ser un narrador para otros o estar en la memoria de otros. Inconscientemente, quien escribe tiene estos dos deseos. Ser recordado es en esencia ser amado. Se muere con más ánimo, o menos desánimo, si se tiene la esperanza de ser querido.
—¿Por qué cree que se lee poco?
—Porque muchos tienen una idea alienada de la vida, quieren tener y no entender, se sienten felices si se integran. La vida del pobre es infeliz, pero la vida del inculto es insensata.
—Truman Capote comparó a la escritura con un látigo. Usted la siente como una culpa.
—Lo digo por mí, no por el resto. Yo describía a los campesinos y ellos no querían ser contados. Sentían mi descripción como una traición. Describiéndolos, los revelaba al lector burgués, es decir, al enemigo.
—¿Qué recuerda de la Segunda Guerra (1939-1945)?
—Cuando terminó tenía diez años. Una edad en la que se comprende y se recuerda. La noche más terrible fue la que los partisanos hicieron saltar los puentes sobre los afluentes del río Adige. En la madrugada, los alemanas tomaron represalias y un familiar mío fue ahorcado en el puente Bevilacqua, en Verona.
—¿A qué llama crisis de la civilización campesina?
—En la posguerra hubo años de miseria negra, de la región del Veneto emigraban sobre todo a Francia y Alemania, y en América a la Argentina y Brasil. Los campesinos que emigraron al llamado triángulo industrial (Milán, Turín, Génova) se convertían en operarios, aprendían otra cultura. Los que regresaron lo encontraron transformado: los primeros equipos de televisión, hijos con motocicletas. Los campesinos que usaban sus propios brazos o animales, ahora usaban maquinaria. Se convirtieron en pequeños industriales de la tierra. La civilización campesina había muerto.
—Después de “Conversación con Primo Levi”, ¿por qué concluyó que “Auschwitz se explica desde el corazón mismo del Cristianismo”?
—Siento que en el exterminio de judíos el Cristianismo tuvo un rol. En la primera fase, los cristianos les decían “pueden estar con nosotros a cambio de que sean como nosotros”. En la segunda fase, “no se volvieron como nosotros, entonces váyanse a otra parte”. En la última fase, “no pueden vivir, ni con nosotros ni lejos de nosotros, los mataremos”. Primo Levi (escritor italiano, sobrevivió al horror de los campos de concentración) fue el principal testimonio de esta última fase.
—¿Qué satisfacción le trajo la publicación de “Il Quinto Stato” y “La vita eterna” (en la Argentina traducida como “Novelas de la llanura”)?
—Algunos magistrados las leyeron y a partir de ellas procesaron al comandante alemán Lembcke. La noche anterior a la primera audiencia este comandante estaba en su casa con los actos de acusación y mis libros en la mano, y tuvo un infarto. Dos días después murió.
—Usted narró el paso de los pobres hacia la condición burguesa, que es la aspiración de Occidente. Oswald Spengler (1880-1936) vaticinó la decadencia de Occidente. Aquella aspiración, ¿es una ilusión?
—Claro, pero es un sueño contagioso. Una vez fuimos inmigrantes. Ahora vienen acá millares cada noche, a escondidas, en barcos precarios, arriesgando la vida. Los que se quedan necesitarán de dos o tres generaciones para tener una vida decente. En el medio perderán todo: cultura, lengua, Dios, religión. Cabe preguntarse si lo que obtendrán valdrá por lo que pierdan.