El equilibrio y la originalidad de su prosa, y su enorme talento narrativo lo han convertido en uno de los mayores escritores norteamericanos. La elegancia en Richard Ford es más que un genuino atributo de su persona, forma parte, asimismo, de su integridad intelectual y moral. El resultado son sus libros, una obra literaria incomparable. Ford es, sin dudas, un escritor imprescindible, a quien no se debe distraer con abstracciones ya que su atención está puesta, como lo ha dicho a lo largo de esta entrevista, “en un hombre particular, este o aquél”. “En los detalles”. Las respuestas de Ford son pausadas, íntimas, convincentes. Mira al interlocutor con sus ojos de un celeste traslúcido a la par que reflexiona. Antes o después aparece una sonrisa amable. Se hace notorio que en su último libro Entre ellos. Recuerdo de mis padres (2017), no solo fue hijo sino también testigo privilegiado de las vidas de Edna Akin y Parker Ford. “Hasta donde pude serlo”, aclara.
—¿Comparte la idea de que si algo se extraña de los seres queridos que mueren son los secretos que se llevan consigo?
—Es una idea muy romántica –dice–. Hay cosas que yo no sé, ¿se llevan los secretos con ellos? Sí, pero no es una pérdida. Es algo solamente que yo no sé. Todas nuestras relaciones de amor son difíciles, siempre hay cosas que no sabemos de una persona. El gran desafío es conocer a otra persona. Hace cincuenta años que conozco a mi esposa. La mayor parte del tiempo no tengo idea de que está pasando en su mente. Y así debería ser, creo. Y eso es bueno. Yo sé que ella no lo ve igual que yo. Pero a veces ella me dice “¿qué estás pensando?”, y yo digo: “No vas a querer saber lo que estoy pensando”.
Un colega de Ford le ha dicho que en el libro de memorias que dedica a sus padres hay tristeza. “No niego que haya tristeza, niego que sus vidas hayan sido tristes. Por supuesto cuando murió mi padre hubo mucha tristeza. Por ahí estuvieron muy tristes cuando pasaron muchos años, y ellos no podían tener un hijo. Mi madre estuvo triste cuando era chica. Mi padre estuvo muy triste cuando su padre se suicidó. Pero en general no estaban tristes. No había tristeza”. Enseguida, cuando digo que ese libro puede leerse como lo dice ser, un libro de recuerdos, pero también como una elegía. “Sí, está bien –dice–. El tema de la elegía tiene mucho que ver con la muerte. Lamentar la muerte. Una de las razones por las que yo escribí este libro, es pensar más que solamente en la muerte de mis padres, en la exuberancia en la que ellos vivieron”.
—Con Raymond Carver se reían por ser considerados parte del llamado “realismo sucio norteamericano”. Un juicio absurdo, arbitrario, ya que sus literaturas nada tienen de sucio...
—Gracias –me interrumpe–. Nosotros también pensamos eso.
—¿Qué lo acercaba a Carver además de la amistad y la escritura? ¿Una forma de ver la vida, un credo literario, simplemente una época?
—Tengo que inventar esto. Creo que ambos entendimos que estar con vida es la cosa más seria del mundo. Que no hay nada más allá, y que a menudo en el medio de la seriedad, es muy divertido.
En la introducción a The Granta Book of the American Short Story Richard Ford habla de la incoherencia de la vida real, que ficticiamente se convierte en verosímil por la fuerza narrativa de su autor. Digo que el escritor irlandés John McGahern, afirma que la ficción tiene, entre otras muchas, la obligación de ser creíble, y que la vida no tiene esta limitación, ya que lo que sucede es creíble simplemente porque sucede. “En realidad verosímil y creíble no es lo mismo. Es difícil que la literatura se compare con la vida porque la vida es insoslayablemente verosímil. Encontrar una manera de mostrar algo que está separado de la vida, que sea tan verosímil e incluso más verosímil que la vida, no es absurdo, pero es difícil. La literatura te lleva siempre a la vida. La literatura afirma la vida porque es su tema. Esas son las cosas que yo enseño”.
Sus padres, según Ford, vivieron en un presente intenso, en un largo interludio amoroso sin hijos hasta su nacimiento. Conjeturo que eso pudo haber influido en su decisión de no tener hijos. Se lo digo. “Debe haber influido. Yo nunca pensé que podría criar un hijo de la misma manera, tan bien como mis padres me criaron a mí”. Declara ser feliz, no temer a la muerte. “No todavía”, sonríe. Haberse sentido amado y amar, a sus padres, a Kristina, su esposa, a quien dedica todos sus libros.
—¿Siente que algo le debe a la vida, o la vida a usted?
—La vida no me debe nada. Espero tener un poco más que hacer. Pero si no lo hago, si esa cosa a la que no le temo, la muerte, pasa hoy, esta noche, está bien... 64 años.
—En el epílogo a “Entre ellos. Recuerdos de mis padres” habla de ausencias que ni su vida ni su obra podrán llenar.
—No. No realmente. A medida que me hago más grande, soy más consciente de quién no está ahí. No hablo de ausencias metafísicas, sino de ausencias reales. De Carver, Sam Shepard. Esos vacíos no se pueden llenar.
Ford luego se prestó para las fotos. Al verlo me pregunté si seguía ahí, o si tomaba notas para su próxima novela.