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La minucia cotidiana como una de las bellas artes

“Pasiones terrenas”, de Maximiliano Crespi, retoma la vieja tradición del relato de vidas, que en la historia de la literatura ha abarcado tanto las biografías reales (Plutarco) como las imaginarias (Schwob). En este libro, que el escritor Luis Gusmán lee con particular admiración, Crespi cuenta los amores y desengaños de Lenin, Rosa Luxemburg, Walter Benjamin, Antonio Gramsci, Louis Althusser y André Gorz.

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Crespi. Las confesiones inconfesables invaden la vida de ciertas figuras casi míticas. | cedoc

El libro Pasiones terrenas (Taurus), de Maximiliano Crespi, avanza como avanzaba el historiador del arte Giovanni Morelli, a partir de los pequeños detalles casi insignificantes. Por ejemplo, de un cuerpo elegía la uña. El método fue seguido por Freud y más contemporáneamente por el historiador italiano Carlo Ginzburg. Podemos decir que el libro de Crespi progresa en su argumentación yendo de las pequeñas historias a la gran historia. Basta citar el dato biográfico de que Marx se comía las uñas hasta sangrar.

Lo importante es que no hay paralelismo entre estas dos historias. Ni el hecho nimio explica el acontecimiento mayor, ni tampoco al revés. Se puede decir que este procedimiento evita una retórica del chisme y la banalidad del bien o del mal.

Para contar una vida, la literatura como género ha encontrado más de un recurso: Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, Vidas ajenas, de León Edel, y hasta el modelo clásico de Vidas paralelas, de Plutarco.

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La biografía íntima, los celos, las amantes, los hijos bastardos, las confesiones inconfesables, invaden como un tejido oscuro la vida de estas figuras casi míticas. Por ejemplo, Marx no se atreve a confesarle a su hijo ilegítimo que es su padre; aun sabiendo que pronto se avecina su fin, lo visita después de mucho tiempo, pero se lleva su secreto a la tumba. Va a seguir siendo el tío Marx.

Marx como Freud. Este último no figura entre los biografiados. Confesó que el motor de su trabajo durante su existencia había sido fumar. Estos dos hombres no renuncian a ello durante el resto de su vida, ni siquiera en nombre de una buena salud.

Pero si no hay paralelismo, el lector se pregunta legítimamente: ¿por qué los acontecimientos mayores y los ínfimos se utilizan sin superponerse en la moraleja? ¿Por qué contar las minucias cotidianas de una vida?

La primera respuesta, quizá, es lo que figura escrito en la contratapa del libro y es una frase de Alan Badiou: “Nada impide que una historia de amor sea un enmarañamiento tan confuso como una historia política”.

Es posible. Graham Greene afirmaba que la vida es en general algo confuso, pero es cierto y posible que el lector esté más enterado de los grandes acontecimientos de la historia en que estos personajes estuvieron involucrados y se muestre, a su vez, más curioso por los detalles íntimos.

 A los autores biografiados, aunque se describan detalles íntimos e ínfimos de sus vidas, Crespi no los confina ni en una manía ni en un rasgo de carácter, ni en un matiz psicológico o moralizante. Entonces, contar las historias de amor de esos grandes personajes, el detalle, las pasiones bajas y altas, ¿los vuelve humanos, demasiado humanos?

Esos pequeños detalles a lo largo del libro, incluso, a veces, casi reducidos a una frase, pueden tener una significación en la vida de alguien como un acto decisivo. Que el amor es también una miseria que nos envuelve es algo que estos seres de carne y hueso saben y que las anécdotas que cuentan son autobiográficas hasta donde el género lo admite.

El libro se vale de una documentación basada en las cartas y en las biografías que testimonian con una solidez que soporta esos detalles ridículos que se cuentan de la vida de alguien.

En el caso de Walter Benjamin, el capítulo se llama “Relato de un sueño”. El recurso no es ajeno a lo que proponía Borges: “Se podría contar la vida de un hombre, su biografía, a partir de sus sueños”. En ese sueño está la mujer de Adorno que le recuerda a un personaje de la obra: “Un abrigo, un sombrero, un guante”. Benjamin sueña con un sombrero, faltan el abrigo y el guante.

 El otro texto inolvidable es un recuerdo de Antonio Gramsci cuando ya está enfermo de tuberculosis, pero siempre se sobrepone por el trabajo: “El médico me daba por muerto y mi madre ha conservado hasta casi 1914 el pequeño ataúd y el vestidito especial que tenían que servir para enterrarme”.

Quizá la espina en la carne sean las memorias de Louis Althusser, El porvenir es largo, donde cuenta, entre otras cosas, su crimen pasional que devino un asunto psicopatológico, lo que implicó una salida judicial que “justificó” el acto en la pérdida de las facultades mentales; con lo cual convirtió a su autor en alguien inimputable.

En esas aguas turbulentas, el libro navega, como navegaría cualquiera que se propusiera atravesarlas, corriendo el riesgo de ser arrastrado por la corriente. Es que la pasión tiene siempre un crédito a favor que le otorga la fascinación. Y el amor, una pronta idealización. La frase de Lenin citada en el libro, tan rusa, lo ejemplifica magistralmente: la santidad del amor.

Pero se podría arriesgar que Maximiliano Crespi utiliza la macrohistoria para contar esos pequeños hechos, esas nimiedades a las que la historiografía de la vida privada ya nos ha acostumbrado. Para esto, dispone de tres recursos decisivos: un estilo impecable para la anécdota y un sostén histórico que lo acompaña; sin renunciar por ello a la cuestión política.