El día que el señor y la señora Gensburg descubrieron que la niñera era fotógrafa (y de las buenas) la vida les debe haber cambiado mucho. También los Raymond pudieron haberse sorprendido. Es que Vivian Maier (Nueva York, 1926-Chicago, 2009) cuidó a sus tres hijos de la primera familia desde mediados de los años 50 hasta que se hicieron grandes y trabajando con la segunda hasta 1972 en la típica casa suburbana de la burguesía de Chicago. Más precisamente en North Shore, a poco de llegar de Francia, en 1949. Allí había empezado a sacar fotos, según cuentan, con una cámara Kodak Brownie que, como se sabe, tiene la limitación única: una sola velocidad, un diafragma, un foco. En todo caso, se le atribuye la inspiración por esta práctica al tiempo que pasaron su madre y ella, cuando su padre las abandonó, con la fotógrafa Jeanne Bertrand.
En Estados Unidos cambió por otro aparato, sin duda, mejor. Pero lo más importante para la vida secreta de la fotógrafa fue el cuarto de baño que ocupaba en la casa que la había contratado. Allí montó la sala de revelado y desde 1955 se dedicó pacientemente a tomar imágenes poderosísimas de las calles de la ciudad. En los paseos que hacía con los nenes, “aprovechaba” y sacaba fotos callejeras: niños, puestos de diarios, cielo, edificios y veredas, perspectivas, calles en diagonal, objetos y vidrieras. A veces, hasta algunas de ella misma. Con su uniforme de chaqueta con bolsillos y sombrero, una especie de Mary Poppins que en vez de paraguas encantado tenía una Rolleiflex.
Pero quién era no lo supieron ni ellos ni nadie hasta que John Maloof, un joven historiador, compró en 2007, en una subasta, unas cajas con cientos de miles de negativos, rollos y fílmico; todo por 315 dólares. Y ni él mismo se dio cuenta de que lo que tenía entre manos era oro. Maloof no era fotógrafo, estaba haciendo una investigación sobre historia local de Chicago, y buscaba más el archivo que la belleza. Tuvo que volver a mirar esas fotos más de una vez para reconocer que lo que había ahí era perfecto no sólo técnicamente (que no es poco en la manera de fotografiar de esos años) sino en la mirada que esta mujer (todavía no sabía quién era) tenía de la ciudad y sus habitantes. Para saber algo más de ella, tuvo que leer su obituario y reconstruir la doble vida de esta maravillosa fotógrafa callejera.
Después de eso Maloof, que realizó un precioso documental llamado Finding Vivian Maier (2013), pudo escribir: “Era socialista, feminista, crítica de cine y una de esas personas que dicen las cosas como son. Había aprendido inglés, yendo al teatro, que amaba. Estaba sacando fotos constantemente y nunca se las mostraba a nadie”.
Eso ya es cosa del pasado. En la sala principal de FoLa, Fototeca Latinoamericana, puede verse una selección nutrida y muy apropiada de sus fotografías. Un recorrido de su mano y su mirada por Chicago. Justo en el momento que veía, a mitad del siglo XX, trastabillar su preponderante lugar de The Second City, amenazada por la migración interna que se estaba yendo a Los Angeles.
Maier había llegado a lo más cerca que se puede de una cara y un gesto. Había retratado “las calles” como nadie: haciendo de la marginalidad una anécdota. Ella captura los esenciales en su justa medida: no estetiza ni corrompe. Acompaña y deja ser. Como si la cámara se moviera sola y le anunciara (tal como hoy lo hacen las cámaras digitales) “el disparo bello”.