CULTURA
EZRA POUND

La palabra enemiga

Prolífico, contradictorio y fascista, Ezra Pound sigue despertando enconos y pasiones que se justifican siempre en la voracidad y el poder de su mastodóntica obra. Provocador de la opinión pública, sus libros siguen escaseando en librerías, lo que demuestra que en Argentina el autor de los Cantos es un clásico vivo.

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Aún no sabemos si la poesía de Ezra Pound está circulando dentro de su propio efecto de sentido, aunque ya es notorio el creciente y renovado interés por su trabajo. Este año, por ejemplo, se distribuyó con notable visibilidad en nuestro país el extenso volumen de sus Primeros poemas (PUV). Los tres tomos de los Cantos (Cátedra), o bien Personae (Hiperión), desaparecen rápidamente de las librerías de nuestra ciudad, convirtiéndose así (y por su particular ausencia) en libros sagrados. Recientemente, en Buenos Aires se editó un número especial en conmemoración del autor que rescata los valiosos ensayos sobre la poética de Pound, de W.C. Williams y T.S. Eliot.
Pero no sólo se trata de un extraño fenómeno editorial: en Buenos Aires se preparan cursos y seminarios relacionados con el autor. Es, además, un claro fenómeno comunicacional. Le basta encontrar sólo una excusa a Poetry o a The Paris Review (cenit de la hegemonía mundial en el género) para regresar una vez más al autor y generar nuevos contenidos.
Pero antes de avanzar, y dado que Pound excede el ordinario interés que puede generar un poeta dentro de una cultura de masas, será mejor presentarlo a aquellos lectores que todavía no lo conocen. Ezra Pound (nacido en 1885 en Hailey, Idaho, una pequeña ciudad de los EE.UU.), poeta, traductor (políglota), mentor (de autores como Joyce y Eliot), editor (The Egoist, Blast) y político de la economía. Enemigo de toda forma de positivismo, luego de viajar por Europa abandonó sus estudios doctorales y su beca para instalarse definitivamente en el exilio de Londres. Sumergido en la pobreza, en Inglaterra se hizo amigo de Yeats, dictó algunos seminarios, financió sus primeros libros y colaboró en diversas publicaciones. Básicamente hizo un escándalo (como Rimbaud en París), escribió muchísimo y, a pesar de sus escasos recursos, gritó a favor de su existencia y de sus hermosos cantos.
No nos confundimos al hablar de Pound como un gran publicista: encontró a tantos amigos como enemigos, y llegó a cercar el mal gusto de la época. Su agresión hacia The Times, como a otras tantas instituciones, literatos y medios, fue explícita: “¡Burlémonos de la presunción vanidosa de The Times: risotada! / Que les baste a los reseñadores amordazados: / será buena la paga cuando las lombrices serpenteen en sus órganos vitales”.
Lo cierto es que Pound cosechó mundialmente una fama muy temprana: véase si no la foto que tomó Hopper para la revista Life de 1920 (¡Pound, con sólo 35 años, posando soberbiamente como una celebridad!). Nadie hubiera pensado que ese mismo joven, veinte años después, terminaría encerrado en un manicomio de los EE.UU. O algo más cruel: algunas versiones atestiguan que fue capturado y exhibido públicamente por los norteamericanos en una jaula de hierro, diseñada exclusivamente para que no pudiera ponerse de pie.
De forma desafortunada –tampoco original, si pensamos en Clare, Lowell o Schubert–,  éste es uno de los gastados tópicos con el que la historia nombra al poeta: “locura”. Una supuesta “locura” alegada, en realidad, para que el autor no vaya a prisión; y que a su vez responde de forma causal al segundo de los tópicos que me gustaría enumerar: “fascismo”.
Si bien Pound inició su travesía en Londres, más tarde la siguió en París, para finalmente instalarse en Italia, y si bien en Italia continuó con su actividad literaria, comenzó a alternar sus versos con ensayos sobre economía, obsesionado por su teoría de la usura (ese interés excesivo que no está relacionado con la producción).  
Hacia 1940, cuando estalla la guerra, Pound comienza con una serie de trasmisiones de propaganda política por Radio Roma. Su principal enemigo, al que consideraba el mayor de los criminales, era el propio presidente de los EE.UU., Roosevelt. Lo que queda claro es que Pound estaba en contra de la usura y la traición de la verdadera herencia americana: soñaba un paraíso terrestre con un sistema económico justo, sin necesidad de recurrir a la revolución.
Cuando terminó la guerra Pound fue arrestado por traicionar a su patria. En 1945, una pericia psiquiátrica lo salvó del arresto, y fue recluido en el manicomio de St. Elizabeth.
En esos 12 años continuó con su actividad literaria, publicando libros y traducciones, conformando una estética sistemática (influida por Cátulo y Rimbaud). Incluso recibió, en medio de su encierro, el Premio Bollingen de Poesía.  
Fueron sus amigos, los poetas Eliot, Frost y Williams, los que ayudaron a Pound a salir del manicomio. Finalmente, regresó a Italia en 1958, donde permaneció hasta su muerte.
Lo cierto es que Pound dejó una extensa bibliografía, iluminadora como la de un profeta, y que ya tiene en el mundo fieles seguidores, aquellos extraños “artistas destrozados por estar en contra”. Sin embargo, todavía no sabemos si este creciente interés en la figura de Pound responde al valor intrínseco de su obra, o bien a otros efectos que me gustaría enumerar.
Por un lado tenemos una producción mucho más vasta de prensa no especializada  (extraliteraria) que sobre su específico trabajo poético (basta revisar el archivo sensacionalista que Eliot preparó en uno de sus ensayos). Pero no hará falta recurrir a este libro. Podríamos, en cambio, hacer un ejercicio más rápido y poner su nombre en un buscador. A primera vista aparecerán objetivas muestras de una apariencia. Pero pronto comenzaremos a encontrar titulares como “el poeta que traicionó a EE.UU.”, “Pound: santo laico, poeta loco”. De hecho, incluso la crítica literaria incorporó en su análisis las contradicciones más superficiales: el inexplicable cruce de un humanista que participó de la propaganda “fascista”.  ¿Acaso el mundo entero reconocerá a Pound, en unos años, como esa extraña cosa que es un poeta? Existen muchas otras áreas que todavía no fueron explicadas de la vida y la obra de Pound, además de las estéticas: por ejemplo, sus aportes para una teoría económica de la usura.
¿O acaso Pound está siendo culturalmente digerido, efectivamente espectacularizado? Lo cierto es que el usual mecanismo estigmatizador prefirió ordenar el sentido y los lugares comunes de “locura” y “fascismo” en la reserva instantánea de historia sobre Pound, dos elementos centrales y posiblemente explicables dentro de un sistema cultural de explotación capitalista. ¿O todavía es novedoso afirmar, con clara determinación adorniana que nuestra sociedad tiende a transformar una leve demencia en mercancía?
Esta conveniente lectura dejó de lado el propio balance de los poderes que subyacen en una de las más extensas e inagotables poéticas del siglo XX: desde sus primeros poemas hasta los Cantos, lo que encontramos es una clara resistencia a la instalación materialista de la realidad; y por tanto una alabanza a distintas formas primitivas de organización social (desde la antigua China, la orden de los esenios o la forma de vida de los trovadores provenzales…) donde la concepción de  “usura”  encuentra su línea de pensamiento en las críticas económicas hacia el espíritu capitalista de Sombart, Weber y Marx.