CULTURA
GNTER GRASS

La primera lectura pública

Cuando uno de los más grandes escritores vivos de Alemania hace la primera lectura pública de un nuevo libro, no hay duda de que el lugar se llenará al tope. Así que no causó ninguna sorpresa que las entradas del teatro del Berliner Ensemble se agotaran de inmediato para la primera aparición en público de Günter Grass, después de la controversia que provocó su autobiografía. Esta es parte de la entrevista que le hizo el presentador de televisión Wolfgang Herles.

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HERLES: Se ha hablado mucho acerca de por qué eligió este momento para hacer estas revelaciones. Se ha dicho que es un truco publicitario para promover su libro.
GRASS: Se puede hacer publicidad para todo tipo de cosas pero no para libros; cualquiera diría que es una ley escrita. El editor imprimió un folleto, se lo envió a los críticos, y el papel quedó arrumbado por ahí durante semanas sin que nadie dijera una palabra. Entonces de pronto se inició el debate, y todo el mundo comenzó a hablar del tema, sin siquiera haber leído el libro.

H: ¿Lo sorprendió la ferocidad del debate?
G: Nunca pensé que los respetables críticos literarios se rebajaran tanto. Permítame explicarle por qué esperé tantos años antes de hablar sobre ese período de mi vida: me tomó mucho tiempo encontrar la forma apropiada. No quería pararme simplemente delante de un proyector y anunciar que formé parte de las SS durante unos cuantos meses. Quise presentarlo dentro del contexto más amplio de mi juventud, a fin de poder explicar cómo fue posible que alguien de mi generación incurriera en eso. Pero siempre desconfié de las autobiografías: la memoria tiende a limpiar el pasado y simplificar las cosas con el propósito de adecuarlas a una narrativa lógica. El objetivo ambicioso del libro era incluir esas dudas, pero no tomé en cuenta la reacción.

H: ¿No se le presentaron acaso varias oportunidades para hablar sobre esas experiencias?
G: Cualquiera que lea el libro podrá comprobar que hago críticas muy diferentes de ese muchacho de catorce, quince, dieciséis años, que fue capaz de pasar por alto ciertas cosas, que se quedó callado y no hizo preguntas. Por ejemplo, un compañero de estudios, con quien me encontré de nuevo en 1990 ya anciano, desapareció de la escuela un día. Ni siquiera le pregunté dónde se habían ido de manera tan repentina él y su familia. O mi maestro de latín, al que enviaron al campamento de concentración de Stutthof. Había campos por toda Alemania y nadie ignoraba su existencia. En Gdansk no sabíamos nada de Buchenwald o Dachau, pero sí de Stutthof. Y ninguno de nosotros hizo preguntas. Eso es lo que yo critico.

H: ¿Sabía qué era un campo de concentración?
G: Dimos por sentado que eran penales, y creímos que eran administrados con (algún sentido de) justicia. Nadie habló sobre el exterminio en masa. Recién uno o dos años después de la guerra, mientras era prisionero de los Aliados, empecé a sentirme horrorizado, a comprender la enormidad del crimen… Fue culpa de los alemanes y, en particular, de las SS. Sólo entonces me sentí avergonzado.

H: ¿Han operado algún cambio en usted estas dos o tres últimas semanas de intensas discusiones?
G: Es demasiado pronto para juzgar. Sufrí una fuerte conmoción. Algunos dijeron que, a partir de ahora, debería quedarme callado y sólo hablar de cuestiones literarias. Pero he recibido muchas cartas de apoyo, todavía estoy de pie, y seguiré abriendo la boca cuando crea que debo hacerlo.