Si hasta fechas recientes la seducción aparecía con una cara ambivalente: por un lado remitía a lo que tiene de engaño, por otro, a la admiración que provoca, asistimos ahora a su legitimación como forma deseable de la comunicación social. Ya no se trata de que alguien quiera seducir sino de que todos quieren ser seducidos, sin que la base falsa o tramposa sobre la que pueda estar construida origine reparo alguno. Diríase incluso que los medios con que se lleve a cabo han perdido relevancia; como si la importancia residiese más en la intención que en la estrategia y su valor para los seducidos se midiese en función del prestigio de quien seduce mientras que para el seductor lo que básicamente cuenta es la cantidad de seducidos que logra alcanzar.
Con esta situación comunicacional los autores descubren que la clave de su capacidad para ser escuchados reside de manera primordial en el prestigio de su marca como autor, lo que los obliga a someter su entidad pública a las reglas de lo mediático: aparición frecuente en medios de comunicación, autopublicidad, creación de una imagen como escritor, etc., y a incorporar a su obra, como elemento relevante de su poética, las lecciones del marketing comercial: facilidad sintáctica, tratamiento de conflictos con contratado nivel de audiencia, acentuación del suspenso y el misterio, utilización de una ironía gratificadora, etc. La asunción de este hecho por parte de los autores podría explicar en parte la tendencia narrativa que juega a mantener porosas fronteras entre la ficción o la realidad o a difuminar los límites entre el autor, el narrador y el personaje. Que la publicidad bien entendida empieza por uno mismo. En aras de la engañosa soberbia del consumidor la soberbia de escribir se ve obligada (...) a aceptar al lector como cliente, es decir, a predicar una narrativa al servicio del mercado, de la estadística. Y si aquella antigua soberbia que el hecho de atreverse a hablar en público suponía tenía como contracara la humildad de quien osa someter a juicio público sus obras, en la actualidad la soberbia sólo se ve amenazada por la humillación de una cifra de ventas mediocre o ridícula, siempre en relación con las metas cuantitativas que la competencia pregone.
Vivimos en una civilización que tiene su espejo en el centro comercial, dominada por la idea de que existir es ser encontrado. Y los escritores narran con ese “inconsciente ideológico” sobre sus conciencias. Bajo este orden cultural la responsabilidad literaria tal y como la hemos presentado muy difícilmente deja sentir su presencia. Nos movemos en una situación literaria que encuentra sus premisas en un terror de baja intensidad pero de larga onda expansiva, que condena al ostracismo y amenaza con un constante estado de desaparición a quien no participe, legislando que quien no participa no difiere, simplemente no existe.
(Fragmento de La cena de los notables, Mardulce 2015).