—¿Qué te preguntarías si tuvieras que entrevistarte a vos mismo?
—Bueno... hay tres clases de entrevistadores: los del tipo periodístico, los del tipo académico y los del tipo que mezcla los dos anteriores. Los primeros buscan la vuelta de lo novedoso, lo llamativo, algún detalle que, creen ellos, pudiera atraer la atención del lector común. Estos son los que más insisten en el tema de “los raros” en la literatura: por qué alguna vez la crítica me consideró un escritor “raro”, etcétera. Sería mucho más interesante para ellos si, en vez de escribir, yo hubiera por ejemplo cometido algún asesinato. Los del segundo tipo tienen interés en que yo me sitúe exactamente en una especie de diagrama histórico-sociológico, como si ése fuera un trabajo mío y no de ellos. Pero una vez, curiosamente, fui reporteado por un señor que había leído mis libros, y se interesó mucho por mi vida personal y por mis mecanismos creativos, y por la relación entre ambas cosas. Lamentablemente no vi todavía la revista donde salió publicado, de modo que ignoro cómo es el producto final; pero me pareció que la intención era buena y, por lo menos, original. Si yo tuviera que hacer una entrevista, creo que intentaría ajustarme a la fórmula de este señor, quien, por otra parte, no entra en ninguna de las tres categorías que mencionaba antes.
—Cuando te referís a “examinar” una imagen, o lo que sea, ¿qué querés decir exactamente?
—Prestarle atención, permitirle que viva su vida. Y tratar de hacer conciencia de esa vida. Cuando, como ahora, no tengo tiempo de escribir, trato entonces de recrear el fragmento de sueño o lo que sea cerrando los ojos, evocando esa imagen o clima y dejando la mente libre para que surjan asociaciones. Allí ocurre un desdoblamiento, un estado reflexivo, de modo que por un lado pueda asociar y por otro prestar atención consciente a esas asociaciones. Así es posible liberarse de lo que podría seguir molestando u obsediendo.
—¿De qué modo?
—Llegando a comprender el mensaje del llamado “inconsciente”, que por lo general se relaciona con hechos importantes en la vida de uno que uno ha dejado pasar sin ocuparse de ellos, sin tomar conciencia de su verdadera importancia. Claro que ésta es una forma bastante superficial de autoterapia; pero me es útil.
—¿La literatura sería para vos, entonces, una forma de terapia?
—No simplifiquemos las cosas. Yo estaba hablando de una forma particular de disipar una molestia que puede llegar a ser obsesión, que suelo aplicar cuando no puedo escribir. Cuando puedo escribir, el fenómeno se vuelve más complejo. La recreación del fragmento del sueño, o de la imagen o del clima perturbador, cualquiera sea su origen (que de todos modos, siempre es el mismo: viene del llamado “inconsciente”), ya no es el intento de disipar la molestia atendiendo a un reclamo en lo que tiene de urgente e inmediato, sino de profundizar y extender ese clima para rescatar toda una historia, un pequeño mundo, algo que podríamos llamar una “experiencia completa”; sólo que ya no se trata del “inconsciente” actuando como en un sueño, libremente, sino que hay una interacción con la conciencia, la que tiene sus exigencias en una lógica vigil, de coherencia con la vigilia. Las asociaciones son, por así decirlo, perturbadas por la conciencia, limitadas, controladas, hasta cierto punto dirigidas o estimuladas. El resultado final puede llegar a ser más o menos largo o breve, pero siempre es algo completo
* Este extracto pertenece a La entrevista imaginaria con Mario Levrero, publicada en 1993 en el libro El portero y el otro y posteriormente incluida en Nuestro iglú en el Artico.