CULTURA

Lo que el fútbol absorbe, metaboliza, descarga y desactiva

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La Bombonera es un estadio único, ilógico y surreal. ¿Consiguen imaginarlo? Bien, ahora viertan dentro sesenta mil desquiciados a quienes todavía no les pasaron la información de que el fútbol es un bellísimo espectáculo familiar y no un rito tribal. Depositen en el fondo del vaso veintidós jugadores y una pelota. Para la versión fuerte, elijan once de Boca y once de River. Mezclen bien. Suerte. [...] Estos sesenta mil cantan, gritan, silban y saltan de un modo que fuera de aquí no existe. Así es como uno siente encima una intensidad tan desmesurada que da miedo: tenés la clarísima impresión de que la misma intensidad descargada en otra parte llevaría a una masacre. Tanto es así que se me ocurrió pensar que nos concentramos mucho, y tal vez con justicia, en la violencia que el fútbol produce, abriendo debates sesudos sobre cuatro idiotas que tiran molotovs y piedras contra un pullman, pero no nos detenemos nunca lo suficiente a reflexionar en la cantidad de violencia que el fútbol absorbe, metaboliza, descarga y de alguna manera desactiva. No pienso en los que tienen un prontuario sucio, pienso en la violencia que anida, inevitable, en las vidas de los que consideramos “normales”.  Donde voy yo, al estadio del Torino, hay un señor, un socio, que se sienta a un par de asientos del mío. Una persona educada, te saluda cuando llegás, aplaude cuando los jugadores sacan la bandera contra el racismo. Un día en que el Torino jugaba contra el Nápoles, se sacó de quicio, se puso de pie y exasperado por no sé qué tontería que había ocurrido en la cancha, lanzó una serie de insultos sin el más mínimo intento de controlar el tono de voz, con la yugular afuera y con los ojos que se salían de las órbitas. Estuvo así como un minuto. Después se sentó, se arregló el saco, y ese día no volvimos a oírlo. Buenos días, buenas noches, aplausos a la bandera contra el racismo.