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Sin duda, Marion Zilio consigue hacernos pensar a la condición humana de una manera única y original a través de eso que despreciamos, de lo que huimos, inclusive, de aquello que ignoramos: el hábitat de las larvas, de los insectos y de otros seres invisibles, anónimos, microscópicos, que tienen la potestad de conducirnos a comprender aspectos inusuales no solo del hacer sino del ser. En este sentido El libro de las larvas. Cómo nos convertimos en presas nos invita a preguntarnos acaso si como sociedad no tendremos ciertos parecidos innombrables con estos pobladores repulsivos, lo cual nos convoque a constituir una verdadera ontología de lo rechazado.

Ahora bien, dichos individuos in-mundos han sido estudiados, observados, exhibidos y combatidos por el hombre quien, adoptando un lugar de soberbia, como el único que se arroga el papel de ser “naturalista” analiza y limita todo a través de vidrieras y acuarios, como un “panóptico” de vigilancia y de control. A través del cientificismo el sujeto se posicionó como soberano del mundo, asumiendo a su entorno como si fuesen máquinas inertes, objetos a examinar y, por qué no, a destruir. Sin embargo, Zilio nos interpela a meditar que las larvas nos permiten descubrir nuestra ubicación en el entorno contemporáneo, en cómo nosotros, aún desde nuestro pedestal, nos hemos transfigurado asimismo, en agentes encerrados en el interior de una persiana de vidrio, en un escaparate, donde pretendemos ser mirados en redes sociales, en una autoexposición, colocándonos en el papel de presas, aferrándonos a una sociedad donde la existencia pasa por las visualizaciones en las pantallas. Facebook, Instagram y otras plataformas similares, en palabras de la autora, son como “jaulas de oro donde se desarrolla una escena de las apariencias que apunta a la explotación más sincera y más cruel de nuestra vida privada”.

A través del cientificismo el sujeto se posicionó como soberano del mundo, asumiendo a su entorno como si fuesen máquinas inertes, objetos a examinar y, por qué no, a destruir.

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Por otra parte, la obra nos ofrece un espejo para reflejarnos a nosotros mismos, para interrogarnos en qué nos hemos convertido. Estos “animalitos” también están presentes en el proceso de los capullos que se abren en mariposas, en tales gusanos que habitan en los cadáveres y los transforman en otros elementos para seguir siendo útiles en la cadena de la vida. Pero no todos son así, están aquellos que son parasitarios, que viven dentro de otros, de lo ajeno, del consumo inútil, lo que permite compararlos con algunos sujetos que residen en la sociedad capitalista. En suma: El libro de las larvas. Cómo nos convertimos en nuestras presas también es una concientización de lo que somos: simplemente polvo, humus, humanos que en el fondo no distamos demasiado de nuestros pequeños y viscosos compañeros de ruta de los cuales podemos aprender valiosas lecciones, ya que están aquí, omnipresentes, aún desde antes de que llegásemos a creernos los amos de nuestro castigado planeta.