La verdad detrás de los casos de abuso sexual en la Iglesia. Eso es lo que se propone contar Mauro Szeta en Secretos sagrados, un libro en el que reconstruye las historias de tres sacerdotes condenados por pedofilia basado en documentos judiciales y entrevistas con víctimas, familiares y testigos. “En un tema tan delicado, nada mejor que ceñirse a los expedientes, que la gente en general no conoce, porque en la cobertura diaria no se llegan a difundir”, dice el periodista.
Szeta eligió un caso emblemático –el de Julio César Grassi y la Fundación Felices los Niños– y otros menos conocidos, los de Napoleón Sasso y José Mercau, condenados por abusar sexualmente de menores en una capilla de Pilar y en un hogar dependiente del Obispado de San Isidro. Más allá de las diferencias, encontró un mismo perfil de víctimas –“eligieron pibes en situación de vulnerabilidad, no buscaron chicos de los colegios privados donde también daban misa”– y una reiterada protección de la Iglesia Católica para mantener los hechos fuera del alcance de los medios de comunicación y de la Justicia.
Uno de los títulos considerados para el libro fue Los elegidos, en referencia a las atenciones que recibieron las víctimas antes de los abusos. “Había una especie de canje entre el ofrecimiento de una vida mejor, desde una comida hasta la posibilidad de ir a la televisión, y después el sometimiento. Por eso decidí bancar el contenido completo de las cámaras Gesell, sin eufemismos. No soy de contar detalles de los abusos, pero en el libro sirven para reflejar esa asimetría de poder”, dice Szeta.
El periodista llama “pibes arrasados” a las víctimas de los sacerdotes pedófilos. “Eran NN cuando andaban en la calle y los detenían, y terminan siendo NN porque no pueden blanquear su identidad –explica–. Muchos de ellos no pueden contar a sus novias o a sus compañeros de trabajo que sufrieron abusos, porque no se animan o prefieren mantener ese anonimato. Por más que condenen a los curas, no pueden salir de la situación”.
Secretos sagrados también traza una mirada crítica sobre la actuación de la Justicia, y en particular las dilaciones en las causas y los privilegios que recibieron los pedófilos, y a la vez sobre la protección de la Iglesia a los acusados, que en el caso de Napoleón Sasso incluyó un plan de fuga a Paraguay pergeñado por superiores del cura con la participación de padres de alumnos de un colegio religioso. Mientras los relatos de las víctimas parecen dudosos, Grassi y Sasso recibieron adhesiones que revelan otra cuestión: “Cierta permisividad social que tienen estos delitos, de gente que los naturaliza o no los ve como algo grave”.
Mauro Szeta también analiza la actuación de Jorge Bergoglio ante los episodios. Dice que no pudo probar si el ahora Papa “tenía obligación de expedirse sobre esos casos cuando era arzobispo de Buenos Aires”, y reproduce las críticas que le formuló Bishop Accountability, una organización católica estadounidense. Contó con la colaboración de algunos sacerdotes, destaca, y después de la publicación recibió llamados “con buena recepción del libro” de dos obispados.
“Me hago dos preguntas –dice Mauro Szeta–. Una es por qué hay curas abusadores, si tiene que ver con el celibato, la fobia a la homosexualidad o la formación eclesiástica. Otra es si existe protección institucional cuando se comete un abuso”. El primer interrogante permanece abierto, aunque Secretos sagrados proporciona datos y reflexiones para pensar el problema. El segundo tiene respuesta: “Cuando un maestro de jardín abusa de un nene, para poner un parámetro, no te imaginás una protección del Ministerio de Educación. En la Iglesia han operado tratando de silenciar. Pero estos abusos no pueden dirimirse puertas adentro de la institución. Si un cura rompe el celibato lo defenestran; si abusa de un menor, lo mandan a reflexionar”.