CULTURA

Mi 'Aleph', por Luis Thonis

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Continué admirando y amando a Beatriz V por el modo de resistir, con valor, su agonía, y cuando vi que cambiaban los carteles de cigarrillos se inició una larga serie de acontecimientos donde, a través de recuerdos, reviví la historia pero al revés. Reencontré su belleza en sus retratos y luego repetí la experiencia a través del aleph de su primo hermano, de nombre Carlos Argentino, poeta engreído que decía ser un genio pero que en realidad era un charlatán y un mitómano. Después pude ver las cartas obscenas, increíbles, que Beatriz le había enviado, esas que me dieron una imagen que contrastaba con todas las que había exaltado –salvo la de su agonía– como un don recibiendo de ella ingratitud. Beatriz V no podía leer, cortaba las páginas de los libros que le ofrendaba para no tener que enterarme después de que no los había abierto. Carlos Argentino, que aspiraba a versificar el universo por tener en su casa la primera letra del alfabeto hebreo, en vez de escribir lechoso escribía lactario y hasta lechal. Después supe que ostentaba un aleph falso, que los había infinitos y estaban en el origen mismo de las letras al alcance de cualquiera, o según Kafka, caídos en el Pozo de Babel; a pesar de esto, lo único cierto era su oscura relación con Beatriz. A partir de ahí su recuerdo se iría disipando hasta carecer de certeza alguna sobre ella y Carlos Argentino, Premio Nacional de literatura, se repetiría en las empeoradas versiones de sus sucesores, donde nunca falta el pintoresco neologismo de “blanquiceleste”, término que reaparece cuando se cambian todos los carteles.