El paisaje de la literatura local se puede asociar con el de un archipiélago. Hay islas que se asemejan a continentes, como el de la novela romántica o el policial, y otras pequeñas, como el de la poesía o las obras teatrales. La escala no determina la importancia en esa geografía diversa, con puentes, algunos rotos deliberadamente. El caso de la literatura de las llamadas minorías sexuales, adscripta a una temática común o a cargo de autores que asumen públicamente su sexualidad como una condición de escritura, como una perspectiva que domina el relato, es interesante porque permite el seguimiento de una producción estética en desarrollo aquí y ahora, en paralelo a la legitimación de derechos civiles de esas minorías, discusiones en la acotada agenda social y mayor visibilidad.
Alejandro Modarelli, autor con Flavio Rapisardi de Fiestas, baños y exilios, los gays porteños en la última dictadura, piensa su propia homosexualidad como parte de “una faena arqueológica” y como una experiencia colectiva. “La homosexualidad es apenas un punto de partida para distintas opciones políticas y maneras de vivirla. Lo único que tenemos en común y de permanente es la injuria sufrida y el amor al pene. Yo elegí un modelo anacrónico que desaparece bajo las redes sociales y la disco. En mis crónicas coexisten Pedro Lemebel, Carlos Monsiváis, María Moreno, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Néstor Perlongher. Un locario continental”, define el autor, que pronto publicará en Mansalva La noche del tiempo. Varios de los nombres que Modarelli enuncia integran el mapa de la literatura que las minorías sexuales reivindican en un gesto a la vez político y estético.
En la persecución de derechos, negados durante la mayor parte del siglo XX a gays, lesbianas y trans en nuestro país, la literatura operó como un registro etnográfico más bien cruel (del que el presunto asesinato del homosexual en The Buenos Aires Affair, de Puig, es sólo un botón de muestra) y como una proclama de aspiraciones. Gustavo Pecoraro, activista, periodista y escritor, opina que la literatura Lgbti (lésbica, gay, bisexual, transexual e intersexual) ha servido como refugio para resguardar el amor secreto, “ése que Wilde no podía llamar por su nombre y que se fue gritando con menos ocultamientos pero no exento de metáforas con los devenires políticos”. Para el autor de Palabra y pluma la irrupción de esa literatura es paralela a la irrupción social del colectivo Lgbti. “A pesar de que la masividad trajo mediocridad, ¿quién no se ha emocionado leyendo a Lorca, a Capote o a Highsmith? ¿Quién no se metió alguna vez en la piel de Valentín, el personaje de El beso de la mujer araña, o en el Sergio de Manuel Mujica Lainez?”.
Tensión y reflexión. Sin embargo, ¿es atinado postular la existencia de una literatura Lgbti, como si fuera una esencia más allá de la historia y el contexto, que se definiría por darles protagonismo a otras sensibilidades, a otras luchas y destinos? “Me resulta difícil pensar en la ficción bajo esos términos: creo que la literatura es literatura o es otra cosa –dice Gabriela Cabezón Cámara, escritora y colaboradora en el suplemento Soy de Página/12−. Entre nosotros existen trabajos notables que encaran temáticas Lgbti. El de Mariano Blatt, esos hermosos poemas de amor de chicos que toman birra en la esquina y se juntan en el club a jugar a la pelota. El trabajo que está desarrollando Facundo Soto. Open Door de Iosi Havilio. La novela de Patricia Kolesnicov, No es amor. Habitaciones, novela todavía no tan leída como merece, de Emma Barrandeguy. Dame pelota: fútbol exquisita, la novela desopilante de Dalia Rosetti o Ladrilleros, de Selva Almada”.
El enfoque de Adrián Melo, historiador de la literatura gay en la Argentina, es diferente. “Me preocupa cuando, debido a cierta proliferación de discursos sobre lo gay, lo lésbico o lo trans, algunos artistas, críticos o intelectuales comienzan a negar o a renegar de que exista una literatura Lgbti. Autodenominarse escritor gay, lesbiana o trans tiene un sentido. El de insertarse en una genealogía, una tradición forjada por luchas sociales que lenta y dolorosamente llevaron a alcanzar algunos derechos”. Para el autor asumirse como escritor Lgbti es dar continuidad a esas luchas. “Por supuesto que sería deseable que la literatura Lgbti no hubiera tenido razón de existir. Pero mientras haya batallas que librar, mientras se sigan vulnerando derechos, la literatura Lgbti debe existir.”
Otra investigadora, Laura Arnés, integrante del Centro de Investigaciones Artísticas, explica su visión sobre el asunto. “No me gusta el término literatura Lgbti: nos sitúa en un contexto muy contemporáneo, en el que las letras de esa sigla se cargan de sentidos comprensibles, y señala hacia identidades preestablecidas. Además, construye un cuerpo textual a partir de un ‘tema’ que resulta difícil de definir y recortar. En pocas palabras, el término ‘literatura Lgbti’ limita las potencialidades de la literatura y de la sexualidad”. Arnés prefiere hablar de una tradición o genealogía minoritaria que construye o recupera afectividades disidentes y desarticula los modos hegemónicos de la literatura y del erotismo en la ficción. “Nunca hay que perder de vista que la literatura es un dispositivo político donde se modulan múltiples distribuciones de lo que afecta nuestros mundos sensibles, un espacio en el que se ensayan formas posibles de la vida en común y en donde se estrenan, constantemente, nuevas relaciones entre los cuerpos. La sexualidad es siempre inestable y las imaginaciones literarias siempre variables”, agrega Arnés, que también ha publicado varios libros de poesía. Pronto se editará su esperado ensayo Ficciones lesbianas. Literatura y afectos en la cultura argentina en la editorial Madreselva.
¿Es posible que el recorte de una literatura definida por la orientación política de la sexualidad de autores o personajes de la trama conlleve planteos sobre esa categoría? ¿No se reivindican obras de siglos pasados como precursores de una política libertaria? Fermín Acosta, docente e investigador de micropolíticas de la desobediencia sexual en la Universidad Nacional de La Plata, lo plantea claramente: “Categorías como literatura Lgbti me provocan una doble sensación; por un lado, me encuentro frente a un artefacto atravesado por cierto orden temático cerrado (aquella literatura signada por un espectro de inquietudes caras a esas identidades minoritarias) y, por otro, la idea que aún no se ha producido una literatura actual argentina atravesada en su naturaleza por las inquietudes que vienen planteando los activismos y la teoría queer contra los activismos y las políticas Lgbti. Es decir, una pregunta y una distancia hacia esas identidades concentradas en los reclamos liberales Lgbti y una fuga o un habitar incómodo de esas categorías identitarias de las minorías sexuales y eróticas que constituyen los movimientos queer”. Acosta señala las aproximaciones que hicieron, en otras latitudes, Monique Wittig, Djuna Barnes, Gertrude Stein, Violette Leduc o Virginia Woolf al revisar y remover, desde sus ficciones, supuestos del feminismo. “Sería interesante pensar una literatura queer nacional, con todas las salvedades y fugas que requiere ese campo de interrogantes”, indica. Leonor Silvestri, traductora, narradora y teórica de la disidencia sexual, es más rotunda que Acosta: “Ya no creo en el movimiento Lgbti, aunque hay nombres importantes para una tradición queer: desde Safo, Teócrito y la poesía bucólica pastoril hasta Jean Genet, Pier Paolo Pasolini, Jean Cocteau, Sylvia Molloy y la Diana Bellessi de Eroica”.
Verónica Dema es periodista y editora del blog Boquitas Pintadas del diario La Nación, espacio que difunde trabajos de autores de la comunidad Lgbti. “Es muy importante el aporte de la literatura Lgbti local en el reclamo de derechos civiles –opina Dema–. Recuerdo un ejemplo simbólico para graficarlo: en el debate previo a la sanción de la ley de matrimonio igualitario, el libro Historia de la homosexualidad en la Argentina de Osvaldo Bazán fue fundamental porque aportó argumentos irrefutables. Fragmentos citados por el diputado Agustín Rossi y luego por otros miembros del Congreso enriquecieron el debate”.
Diferencia. Paula Jiménez España es poeta, narradora y activista por los derechos humanos. En Pollera pantalón, un clásico sobre el amor entre mujeres, registró con sensibilidad otras posibilidades del deseo, poco frecuentadas por la ficción local. “En los últimos años la literatura Lgbti creció muchísimo en términos de producción y publicación, como consecuencia de la visibilidad; por lo tanto, es una literatura ligada al activismo, de modo indirecto en el caso de la ficción y la poesía, y de modo directo en el caso del ensayo”, dice la autora de Canciones de amor. “En poesía no es lo mismo hablar de Osvaldo Bossi que de Ioshua o Mariano Blatt, sin embargo, sí tienen en común la pertenencia a una comunidad literaria disidente, que levanta la bandera de una diferencia inquietante. En cuanto a las lesbianas, creo que empieza a ceder el silenciamiento histórico de un yo que parecía desear, en la poesía amorosa, un objeto neutro”. Para Jiménez España, la escritura y traducción de ensayos de los últimos tiempos es fundamental como lectura para todo el conjunto social, no sólo para la comunidad Lgbti.
Fernando Noy y Naty Menstrual son protagonistas de la escena Lgbti local y narradores. Sus comentarios desde el oficio son reveladores. “Yo no trabajo el tema de la identidad trans en mis obras; ése es el encasillamiento de los demás. Escribo sobre la vida, sobre cosas que les pueden pasar a muchos –dice Menstrual, autora de Continuadísimo–. Llaman literatura de género a lo que escriben putos, tortas o travas, y nadie habla de literatura heterosexual. Puedo escribir sobre experiencias vividas pero no me encasillo en trava, trans o puto: soy lo que soy, a veces me siento una cosa y a veces otra.” Noy, performer, poeta y autor, entre otros libros, de Sofoco, comenta: “La literatura Lgbti es una maraña donde el tiempo nos va incluyendo desde Wilde hasta Lemebel, pasando por Modarelli, Monsiváis, tan sólo por mencionar algunos. Ellos abrieron el sendero por el que vamos todos. Es una diversidad absoluta como la de esos vitrales antiguos que caleidoscopian nuestro eterno trajinar. Son las vivencias transmitidas por una necesidad que podríamos llamar el eterno comadreo de ángeles androgin@s que también se abren hacia infinidad de nuevos paradigmas siempre evolucionando”.
Modelo de una literatura de la posibilidad, la potencia de la literatura Lgbti radica en la ampliación de fronteras de manera permanente, con herramientas incisivas, humorísticas y contradictorias; una literatura en tensión con su propio estatuto literario. A los autores mencionados, cabría sumar otros, como Vanesa Guerra, Cristian Godoy, Claudio Zeiger, Eduardo Muslip, Agustín Romero, Mariana Docampo, Camila Sosa Villada y Nicolás Cuello. Ellos y muchos más imaginan nuevas formas de narrar otras formas de vida.