Denme un punto de apoyo y moveré, no ya el mundo pero sí el arte, parecen decir los artistas cinéticos que a fines de los años 60 se lanzaron a incorporar el movimiento y los juegos de la percepción como variantes de la producción local. Casi una consecuencia o una posible salida al arte geométrico que lo antecede y que luego se transformó en contemporáneo. Experimentación con la luz y el movimiento sobre la base de las formas que ya se habían apropiado y que habían desplazado, al menos en estos programas, a la necesidad de una representación realista.
La geometría es la nueva “madre naturaleza” que provee los cuadrados, triángulos, círculos y rectángulos para que el arte cinético se encargue de insuflarles el soplo de vida. Y todo ocurre en pocos años, que van desde los últimos de los años 60 hasta mediados de los 70, con Romero Brest y el Instituto Di Tella fogoneando con premios y exposiciones las nuevas prácticas. Por esa misma época, Eduardo Rodríguez y Perla Benveniste comienzan, cada uno a su modo, a pensar sus propios trabajos.
Con estos dos artistas que han unido su vida profesional e íntima (son marido y mujer de larga data) hay un primer impulso de seguir conectando sus obras y tratarlos como un mismo discurso. Por supuesto que ambos trabajan desde una estética que refiere a un común denominador: el arte cinético. Sin embargo, al ver las obras que están expuestas en la galería Schlifka/Molina vemos que modulan de manera bastante distinta. Rodríguez y Benveniste se diferencian en la manera en que intentan atrapar el devenir. En las obras de ella, realizadas con elásticos retorcidos y luz que los ilumina, hay una referencia oblicua a su formación en la investigación corporal. El material blando le permite la flexión que refiere de algún modo al trabajo corporal que viene haciendo desde los años 70.
En Rodríguez también se vislumbra el pasado. Sus tramas lumínicas sobre acrílico que se “encienden” cuando son impactadas por la luz indagan otras posibilidades del dibujo, que prescinden de lápices y pinceles. Su maestría en el torneado del acrílico la hizo el gran artesano de Julio Le Parc, con quien trabajó mucho tiempo, aunque no le restó pericia y creatividad para su propia obra. El tiempo, un eterno presente, título de la muestra, introduce el gran tema que liga al movimiento y la luz con la posibilidad de medir la temporalidad. Por un lado, reflexiona sobre una particularidad de esta exposición: los artistas tienen una larga trayectoria de cincuenta años. En ese sentido, las obras funcionan como un túnel del tiempo y habilitan la mirada retrospectiva e histórica. Sin embargo, hay algo en ese funcionamiento continuo de los pequeños motores que hace girar las aspas de acrílico de colores, en el aire que mueve las alas plateadas de las piezas de Rodríguez y la maquinaria que retuerce los elásticos de Benveniste, que acumula todos los presentes vividos y los eyecta hacía nuestros ojos.
Parece que el tiempo se ha detenido, mientras el movimiento sigue andando. Por el otro, el efecto de tiempo congelado se refuerza al ver que las obras están vueltas a fechar entre 2010 y 2013. Unos replicantes que señalan sus condiciones originales de producción (fines de los 60 y los convulsionados años que siguieron) y su supervivencia para integrarse al arte de estos días. Son el presente de la enunciación y del enunciado, subrayando las relaciones temporales que la obra describe.
El tiempo, un eterno presente
Galería Schlifka / Molina Arte Contemporáneo
Gorriti 4829. Martes a viernes de 13 a 19. Sábados de 14 a 18.