“El jueves 10, en un hermoso día de finales de verano, después de un último almuerzo al aire libre, Franco Maria Ricci, editor, diseñador gráfico, coleccionista y bibliófilo, se quedó dormido permanentemente en su casa de Fontanellato, en la provincia de Parma. Tenía 82 años. Dejó algunos de los libros más hermosos a la vista; también deja un Laberinto, metáfora de las muchas perplejidades que alimenta el Universo.” Así lo despiden en la página web que nuclea todos los aspectos de su existencia (francomariaricci.com), que incluye la fundación homónima. Y podemos imaginar a este geólogo, que abandonó la exploración de petróleo por el arte, redactando ese mismo aviso como cortesía antes del final, para todos los que acompañaron y admiraron sus proyectos.
“Durante el invierno de 1973-1974 fui a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, que en ese momento estaba dirigida por Borges. Elegante y con camisa blanca, Borges me esperaba bajo la cúpula de la sala de lectura. Tan pronto como le dijeron que había llegado el editor de Milán comenzó a caminar hacia mí pronunciando una frase del Infierno de Dante: Tu, duca; tu, signore; tu, maestro. En ese momento pensé que era el gesto de cortesía que se reserva para un invitado italiano, o quizás que era la única línea que conocía de la Comedia. Más tarde descubrí que la sabía de memoria.”
Dante saludaba así a Virgilio, que no puede acompañarlo más allá del Purgatorio, condenado a la eternidad de las sombras. Este recuerdo de Franco Maria Ricci reaparece como símbolo de su trayectoria: iluminó el libro, unificando el objeto estético con la experiencia de lectura que el texto reproduce. Como editor, dejó una serie de colecciones donde dicho valor inmaterial se impuso al desprecio que sufrió el libro, a principios de siglo, por parte de la voracidad tecnológica que lo calificó como “contenido”.
Tal vez La Biblioteca de Babel, colección de literatura fantástica dirigida y prologada por Borges, es la más conocida por el lector en nuestra lengua. Publicada originalmente en italiano entre 1975 y 1981, tuvo una versión de 6 títulos por parte de la porteña Librería La Ciudad/F.M. Ricci (1978-79). A partir de 1983, la editorial española Siruela publicará los más de 30 volúmenes con relatos de London, Papini, Kafka, Meyrink, Melville, Chesterton, entre otros. Esta versión respeta el diseño original de Ricci en tapa y páginas interiores, así como tipos de papel y encuadernación. Con el mismo tono casi facsimilar se publicó en Francia, Turquía, Japón, Alemania y Portugal. La tipografía utilizada por Ricci siempre fue un culto y homenaje a la obra de Giambattista Bodoni (1740-1813), del que además fue coleccionista hasta la obsesión. Y fue por él que se inició en la edición en 1963 con la reimpresión anastática de su Manual Tipográfico, publicación que se convirtió en un pequeño éxito entre diseñadores y coleccionistas.
Y esto trajo otra deriva en su vida, que fue la incursión en el mundo publicitario, diseñando logotipos, avisos, embalajes, para clientes de todos los ámbitos, entre ellos Alitalia. Como hombre de mundo, tuvo su momento masivo con la revista FMR (que los franceses pronunciaban como ephémère, cuando el arte al que se dedicaba nada tenía de efímero). Para Ricci: “simplemente publicamos arte –arte oculto, curioso, sorprendente–, exhibido en todo su detalle con grandes fotografías. No hubo chismes ni vínculos con la actualidad”. Y todo esto acompañado de textos literarios y de crítica de arte, lo que potenció su trascendencia de revista hacia el objeto coleccionable, digno de relecturas y estudio. Entre 1982 y 2004, la publicación tuvo sus versiones en francés, inglés, español y alemán, convirtiéndose en referente estético ineludible, al punto que Federico Fellini la calificó como la perla negra del arte. En paralelo, Ricci publicó la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, la edición en folio de París publicada entre 1751 a 1772, cuyo éxito de ventas fue para un selecto público bibliófilo.
Pero el desafío de toda su vida, y que retomó en 2005 para bocetarlo con un estudiante de arquitectura especializado en un software de diseño, fue la construcción de un laberinto. Cuando le planteó tal inquietud a Borges, le prometió construir el laberinto más grande del mundo, a lo que el escritor lo disuadió: ya existe, es el desierto. No obstante, construyó uno que tiene por centro una propiedad familiar refaccionada como museo y “casa turística”, cuyos pasillos están delimitados por más de 200.000 plantas de bambú.
El Labirinto della Masone se encuentra en Parma, su territorio familiar, donde el niño aristócrata quedó deslumbrado por otro laberinto, de espejos, que formaba parte de un circo ambulante gitano.