Había nacido en Sanaüja, Lérida, durante la Guerra Civil y, si cómo dicen, la política no es otra cosa que la guerra por otros medios, haber llegado al mundo justito en medio del gran “conflicto político” que atravesaba y aún hoy atraviesa a España, podemos aventurar, no sin cierta apelación a los cielos y al sino, que el niño llevará una marca y que esta no se borrará nunca, por más que a los 80 años y después de recibir de manos del Rey el Premio Cervantes, diga estar sólo por las cosas serias de mi vida, para agradecer los premios porque es una persona educada y para que nadie le diga lo que tiene que hacer aunque eso sea un deporte muy practicado actualmente.
Hijo de un arquitecto y una maestra, siguió los caminos de su padre y en 1964 se graduó en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona con la calificación de excelente cum laude. Título en mano y al mismo tiempo en que comienza a ejercer la profesión que lo acompañará toda su vida –hasta hace unos años formó parte de la construcción de la Sagrada Familia de Gaudí–, en 1963 Margarit se da a conocer como poeta en español con su libro Cantos para la coral de un hombre solo (con prólogo de Camilo José Cela e ilustraciones de Josep María Subirachs)
Pero no será sino a partir de 1981 y a instancias de su amigo el poeta Miquel Martí i Pol, que comenzará a escribir en su lengua materna, de la cual siempre manifestó no tener responsabilidad alguna pero si un sentir de inevitabilidad, algo imprescindible para lograr la altura poética que buscaba y que sentencia en uno de sus últimos poemas: “Ahí es donde empezó o bien nuestro fracaso, o bien donde surgió en el lugar de los dioses alguna nueva inteligencia humana con la que he convivido ya más de 80 años./ Quizá ha acabado el tiempo de Babel y ha comenzado el nuestro, dependiendo tan sólo de una fuerza, la que mantiene el cielo de la noche alrededor de mí y de los que amo./ Bien protegidos y al abrigo de lo peor de todo, que es la nada.”
Seguramente esta idea poética y también política, que parece haberlo habitado hace mucho tiempo, hizo que Maragarit jamás abandonara el castellano, la lengua que le impusieron a los cachetazos, y que desde entonces haya sido un escritor bilingüe que se tradujo a sí mismo y también a muchos poetas catalanes, razón por la cual, al momento de otorgarle el Premio Cervantes –circunstancia que abrió todo tipo de especulaciones políticas– el fallo daba cuenta de una “obra poética de honda trascendencia y lúcido lenguaje, siempre innovador que ha enriquecido tanto la lengua española como la lengua catalana, y representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal de gran maestría.”
Esto se comprueba de inmediato, como así también ese preciado don que poseía de poder albergar en un mismo poema “lo que pasa” con “lo que le pasa” sin distancias ni estridencias: “El padre fusilado./ O, como dice el juez, ejecutado./ La madre, ahora, la miseria, el hambre,/ la instancia que le escribe alguien a máquina:/ Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,/ Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos/ en esta Casa de Misericòrdia.
Ha muerto un poeta. ¡Viva la poesía!