Delia Cancela (Buenos Aires, 1940) enciende la computadora en su pequeño estudio de Palermo, y mientras una chica glamourosa danza en la pantalla, llenando de goce un espacio casi vacío, dice: “Uno, a veces, se niega a cosas que puede hacer”. Cosas como este video sin título con el que acaba de debutar como directora en Estudio Abierto. “Cuando vi el lugar, el Palacio de Correos que fue lema de Estudio, dije esto, tan amplio, es para bailar. Yo adoro los musicales, todo Fred Astaire, las películas, la música. La escucho cuando trabajo y acá, con tan poco espacio, paro y bailo”. Todo en la cinta –y en la obra y en ella– es así de natural. Fluye como un arroyo con una dinámica zen. La protagonista del video se desvanece sobre un sillón. Delia dice: “¿Preguntás si miro más al pasado? Siempre fue así. Es cierto que cuando uno tiene 20 años quiere romper con todo y a mí ya no me importa romper con nada. Hago mi camino y si aporto, bien”.
—¿Cómo es ese camino?
—¿Querés que te haga unos pasos de danza?
Delia se sienta en el sofá e insiste: “¿Preguntás si miro más al pasado?”
—Cuando presentó la serie de las flores, en 2004, dijo sarcásticamente que se estaba poniendo muy clásica.
—Claro, porque pintar flores hoy es ir a contramano. Pero no lo pienso, sale, es espontáneo.
—¿Cómo nacieron los nuevos corazones?
—Los hago desde los 60. Quería seguir sin recurrir a lo pop, ya está, no estamos en esa época.
—¿Hay demasiadas reversiones en el arte contemporáneo?
— Recién ahora se tomó conciencia de la importancia de algunas tendencias. Pero yo no me quiero quedar histórica. En los 60 sabíamos que el pasado es importante para entender el presente. Ahora hay un desborde de información, de influencias. O peor: ni siquiera se tiene a mano el pasado. Todo es presente, todo va rápido y por la superficie. Y el vértigo te lleva puesto sin reflexión.
Moda y arte. Con Pablo Mesejean (1937-1991), Cancela emprendió desde el 64 y por el Instituto Di Tella, “la primera aventura artística a dúo de la historia del arte argentino”, según María José Herrera, curadora del MNBA. Con él se instaló en Francia en el 67. Pasaron por Londres y Nueva York, diseñaron una colección de ropa comprada por el V & A Museum y colaboraron con la revista Vogue.
—¿El diseño o la moda ya son formas del arte?
—A veces. No todos los libros son para leer.
Alza la vista y sonríe. En un estante están sus Favoritos, una serie de objetos construidos con libros envueltos en telas dibujadas con retratos. Si se quiere saber qué títulos guardan, hay que descoser las obras. Contienen textos para olvidar.
—¿Cuándo hay arte?
—Cuando me pasa como cuando voy a ver una exposición de Pierre Bonnard, en el Museo de Arte Moderno de París. Ya está: queda ahí... Mirá: ahora es muy fácil decir: “Moda y arte”. ¡Agh! Se me ponen los pelos de punta. ¡Qué pavada! Te pongo un cuadro con una modelo y es moda y arte... Cuando diseñamos ropa con Pablo, pusimos la mirada de artistas. Lo nuestro era moda hecha por artistas.
En Delicias… hay pinturas, móviles y una serie de dibujos magistrales que apelan a la pasión y al drama. Hay sangre, peleas, corazones rotos. Dice Delia: “Muchos amores contrariados, mucho amor no compartido. Pero no tiene que ver con arrastrarse llorando como en una telenovela, si no con cuestiones profundas: no puedo pensar en el romance. Por eso tomé la estética de las ilustraciones inglesas del siglo XIX, para entender aquello, que ahora negamos”.
A principios de 2000, un incendio destruyó su obra. Ya contó que estaba en un depósito en Núñez, contratado por el Centro Cultural Rojas, que estaba organizando una retrospectiva. Se quemaron dibujos de los 60, bocetos y fotografías de los 70, prendas y accesorios, sus muñecas Barbie y documentos.
—¿Cómo se relaciona esta muestra con la pérdida de su obra?
—Todo se conecta. Antes del incendio, con algunas alumnas, habíamos construido un vestido de gasa de seis metros de alto, lleno de flores de lapacho, y ese trabajo se perdió. Después hice una instalación con un gran vestido rosa, que era un vestido sin cuerpo, vacío. Y no paré, pero trabajé alrededor de eso.
Delia no quiere hablar del incendio: “El otro día me preguntaron en una radio: se me fue la voz, me angustié y toda la nota, que venía muy bien, se cayó. Bueno, es eso. Estoy en juicio con el Rojas y con la UBA porque no se hicieron responsables”.
—¿Cómo cambió su relación con las piezas?
—Me puse más cuidadosa. Nada más. Soy así: una optimista desesperada.
—Que sigue centrando su trabajo en el cliché de la femineidad...
—El otro día Maja Lascano vino a ayudarme a terminar de coser cintas que cuelgan de estas piezas. Y me reía mientras le decía que hacíamos manualidades, que un hombre no hubiera cosido, hubiera pensado otra solución.
— Una vez dijo, también irónicamente, que su trabajo roza la cursilería.
—Sí, los corazones hablan de eso. Como las flores o el pastel, están al borde de otra cosa. Justamente la pregunta es por qué eso es o no arte. Y tiene que ver con el manifiesto que hicimos con Pablo.
El documento se publicó en 1966. Y decía: “Nosotros amamos los días de sol, las plantas, los Rolling Stones, las medias blancas, rosas, plateadas, a Sony y a Cher, a Rita Tushingam y a Bob Dylan. Las pieles, Saint Laurent...” Delia plantea: “Mucha gente no se dio cuenta de que mostraba qué fue el Di Tella. Tiene placer y humor, pero es muy serio. Trata de repensar lo que creemos superficial: ‘¿Dónde existe el amor, reina la felicidad?’".