CULTURA

Pensamiento artístico en acción

Una exposición abre sus puertas en el Espacio de Arte de la Fundación OSDE, inaugurando el calendario 2015. “Pintura Post Post” reúne obras de 11 artistas argentinos que atraviesan distintas tendencias y generaciones.

‘Tabula Rasa’. Al lado, obras de Paola Vega (1979), Sin título (2015).
| Gustavo Barugel. Gentileza Fundacion Osde

Como ninguna otra de las demás artes visuales, la pintura tuvo varias muertes y resurrecciones. Pero, también, cuando algunos decretaron su defunción, siguió viviendo para otros. Abandonada en su versión más tradicional, la pintura continuó ejerciendo un poder magnético contra el que sublevarse, al tiempo que resistió en la bandera de los que se consideraron “pintores” desde siempre, desestimando la oferta generosa que la contemporaneidad les hizo para pensarse como artistas. El siglo XX, sobre todo, propuso, en la historia del arte, a la pintura la tremenda tarea de ser superada, aún por ella misma. Las vanguardias dispusieron una nueva mesa, una tabula rasa, para servir los manjares de lo nuevo y evitaron empacharse con la novedad.

He ahí un rápido repaso de su petit histoire, a partir de la cual es posible pensar Pintura Post Post, la muestra colectiva que Cristina Schiavi curó para la magnífica sala de la Fundación OSDE. Las de Noé y González Perrín inician el recorrido en el sentido convencional de las agujas del reloj y prefiguran ese desplazamiento de la pared hacia el suelo, un lugar no tan habitual de la pintura. Además de los rojos, las líneas de una abstracción no geométrica que tendrá influjo en toda la muestra. Musotto y Bisolino eligen el piso para desplegar una instalación y un video, respectivamente. En ambos casos, bajarse de las paredes y mutar en formatos sirve para resignificar pintura por pictórico, mucho más abarcador y contundente.

Paola Vega, por su parte, parece no alcanzarle con los bastidores y avanza sobre la pared. Una obra enorme y potente que se proyecta y se vincula con el mural, pero sosegado y con el silencio de sus colores pasteles. Saravia refiere con sus telas montadas sobre atriles a esa práctica de pintar sus colores planos, mientras que Sofía Bohtlingk “encierra” a las telas en bloques de cemento con el doble gesto de atraparlas o modelar su lápida. Astica sobre tela y Salamanco sobre metal oscurecen el espacio: pintan, chorrean, tapan y crean. Bourse talla la madera para luego darle color. Vuelve a integrar los restos en nuevas piezas y arma un propio ecosistema con sus obras.
 Juan Tessi opera sobre sus telas con desgarros que cubre con materia. Un gesto que trae a la escena a Lucio Fontana como una cita que sobrevuela su trabajo y que permite leer, además, algo de lo que la muestra pone en relación. Esa mención diferida al artista, el fundador del Espacialismo a mediados del siglo XX, podría ligar de una manera sutil las obras de muchos de los que están aquí. El tajo de Fontana en todas sus anticipaciones de los “artes” por venir funcionaría como corte no tanto en la fisura en la tela sino en lo que se presenta hacia el futuro y se vincula con la tradición.

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Despejada de sus tabiques y cerramientos, el enorme primer piso de ese edificio es perfecto para el desarrollo, con ejemplos y todo, de la tesis que se avecina desde el nombre. La reiteración del sufijo, en este caso antepuesto, introduce con cierto humor e inteligencia ese problema tan delicioso que atañe a la disciplina. Duplicado, el post post, genera una puesta en abismo que va desde las palabras a la propia disposición de las obras en la sala. Los artistas que conviven son de diferentes generaciones, pero de producciones contemporáneas. Cada uno se vincula, por color, por uso del espacio, por tradición, por materiales e intereses, imaginariamente, con el otro. Schiavi utiliza la sala, con su cúpula vidriada promotora de vistas inesperadas, para poner su pensamiento artístico en acción.