Inspirada en el imaginario neo-noir de los 70, la nueva película de Todd Phillips explora el origen del célebre villano de Batman, creado en 1940 por Bob Kane, Bill Finger y Jerry Robinson. A través de referencias al cine de Martin Scorsese, Sidney Lumet y William Friedkin, la historia se centra en Arthur Fleck, un hombre solitario que cuida a su madre enferma y fantasea con ser comediante (una oscura versión del Rupert Pupkin de The King of Comedy). Fleck trabaja como payaso en una ciudad hostil que lo margina cada día más. Cuando se pone nervioso, larga una carcajada compulsiva que lo deja al borde del llanto.
La Gotham City de Fleck es muy parecida a la New York de los 70, una ciudad decadente donde se respira desigualdad y violencia, registrada a la manera caótica de The French Connection. En esas calles salvajes, Fleck es humillado constantemente sin que nadie repare en su trastorno mental. Entre sus fantasías y su angustia, el protagonista espera, como Travis Bickle en Taxi Driver, su momento de revelación. Ese momento llega después de tocar fondo: cuando no puede caer más bajo, Fleck comprende que la tragedia de su vida es una forma de comedia demencial. Este amparo en la locura es un elemento clave en la historia de Joker, un agente del caos en un mundo sin reglas, como bien lo interpreta Heath Ledger en la película de Christopher Nolan, The Dark Knight.
Joker, un marginal convertido en violento asesino, lo más esperado de la cartelera
La visión de Phillips no se apoya tanto sobre los efectos de esa demencia, sino sobre las causas que llevan a un individuo desamparado a una situación extrema: traumas de la infancia, falta de trabajo, recorte en el suministro de medicamentos, indiferencia social. En ese sentido, la película es un retrato intenso de una angustia creciente que Joaquin Phoenix lleva con maestría. Sin embargo, en su intento realista de reflejar una problemática contemporánea, la historia reduce al personaje del Joker a una condición de víctima que descarta uno de sus rasgos más interesantes: la locura sin motivo. “¡Todo es una broma!”, dice Joker en The Killing Joke, el extraordinario cómic de Alan Moore donde el villano intenta demostrarle a Batman que la verdadera locura es pensar que el mundo tiene reglas.
Joker impresiona por su manejo de la tensión, sus climas opresivos y, sobre todo, por el trabajo de Phoenix, pero su problema central es la decisión de presentarse como una obra maestra con una fuerte carga moral. Esta decisión torna previsible el desarrollo del personaje y no contempla la ambigüedad del payaso asesino más famoso del mundo.