CULTURA
Querido, lleg el correo!

Rechazo editorial

Que los editores rechacen manuscritos es algo que ocurre todos los días. Lo que no ocurre todos los días es que un editor rechace Lolita, de Nabokov, o Moby Dick, de Melville...

Suprimida. Primera edición de los “Diarios” de Anna Frank.
| Cedoc

Un día gélido de 1996, Tristan Egolf tocaba un blues descalzo, acompañándose con la guitarra en el Pont des Arts de París, cuando una joven observó que tenía los pies morados por el frío y lo invitó a tomar un café. Tristan, entre otras cosas, le contó que había escrito una novela que en Estados Unidos habían rechazado setenta y cuatro editoriales. La joven era Zina Modiano, una de las hijas del escritor galardonado, quien después de leerla se la llevó a su padre, niño mimado de la Editorial Gallimard, que decidió publicarla. El libro se llamaba El amo del corral y fue un éxito rotundo en todo el mundo (Egolf se suicidaría de un tiro en la cabeza en 2005, pero Modiano no tuvo nada que ver con eso). Dos años después, Camilien Roy, un autor canadiense nacido en 1963, publicó El arte de rechazar una novela. El libro es un ejercicio de estilo muy a lo Raymond Queneau; en él se compilan noventa y nueve cartas de editores que, tras recibir una novela inédita, le escriben al autor rechazando su publicación.
Los casos que conocemos de rechazos editoriales son  demasiados, pero tal vez el prototipo esté dado por André Gide rechazando la publicación de Por el camino de Swan de Proust, que entonces trabajaba para la Nouvelle Revue Française y como conocía a Proust ni siquiera se tomó el trabajo de leer su libro. “Fue uno de los errores más graves de la NRF y uno de los remordimientos más agudos de mi vida”, le diría luego en una carta a Marcel. El prejuicio, ese instinto del pensamiento, a veces puede jugar malas pasadas. Como el de Italo Calvino, editor de Einaudi, rechazando el manuscrito de El comunista, de Guido Morselli (“Permítame que se lo diga, yo que conozco ese mundo [...]: ni las palabras, ni las actitudes, ni las posiciones ideológicas son verdaderas”. “Soy uno, sólo uno, solamente uno. Un solo ser, uno en cada instante. No dos, no tres, sólo uno. Sólo una vida por vivir, sólo sesenta minutos en una hora. Sólo un par de ojos. Sólo un cerebro. Siendo sólo un ser humano con un solo par de ojos y una sola vida por vivir, no puedo leer tu manuscrito tres o cuatro veces. Ni siquiera una vez sola. Difícilmente se venderá un ejemplar aquí. Difícilmente uno. Solamente uno”. Así le escribía Arthur Fifield, fundador de la editorial británica AC Fifield, a Gertrude Stein después de haber recibido uno (sólo uno) de sus manuscritos en 1912.

Después de haber sido rechazada durante nueve años por distintas editoriales, Eimear McBride, la autora de A Girl is a Half-Formed Thing,  fue el año pasado premiada con el Baileys Women’s Prize, uno de los más prestigiosos premios literarios del Reino Unido. Era su primera novela y muchos editores la habían considerado demasiado complicada; salvo una pequeña editorial independiente, la Galley Beggar Press.
Todos son casos bastante comunes: William Burroughs, Gabriel García Márquez, J.K. Rowling y muchos otros escritores tuvieron finalmente mucho éxito, pero inicialmente recibieron brutales cartas de rechazo de muchos editores.
A raíz del caso McBride, el diario británico The Telegraph compiló algunos rechazos célebres. “En gran parte es nauseabunda, incluso para un freudiano iluminado... es una especie de cruce inestable entre una realidad horrible y una fantasía improbable. A menudo se vuelve un sueño con los ojos abiertos, neurótico y salvaje... Aconsejo sepultarlo debajo de una piedra y dejarlo allí al menos por mil años”. Vladimir Nabokov no sepultó Lolita y consiguió publicarlo en Francia en 1955 con The Olympia Press, una editorial especializada en literatura erótica, después de que durante dos años la novela fuera rechazada por sucesivas editoriales estadounidenses (Viking Press, Simon & Schuster, New Directions, Farrar y Doubleday). De hecho, la primera edición en Estados Unidos se remonta a 1958. En la Argentina se publicó por primera vez en 1959.
“En mi opinión, la muchacha no posee una especial percepción o sensibilidad que eleve ese libro por encima del nivel de curiosidad”. Ese fue uno de los quince editores que no consideraron que el Diario de Anna Frank valiese la pena ser leído. El texto, revisado por el padre de Anna, Otto Frank, después de muchas tentativas inútiles, terminó en las manos de la pareja de historiadores holandeses Jean Romein y Annie Romein-Verschoor, que después de otros tantos intentos de encontrarle una editorial interesada en publicarlo, el 3 de abril de 1946 escribieron un breve artículo sobre el Diario en la primera página del periódico Het Parool. Finalmente, la editorial Contact de Amsterdam publicó el libro con la condición de que fueran suprimidos algunos pasajes en los que Anna Frank hablaba de su sexualidad. El Diario salió el 25 de junio de 1947 con el título de La casa de atrás. Diario personal del 14 de junio de 1942 al 1º de agosto de 1944, con una tirada de 3 mil ejemplares.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

“Antes que nada, para saber: ¿tiene que ser una ballena? Entiendo que sea una óptima herramienta narrativa, en ciertos aspectos incluso esotérica, pero quisiéramos que el antagonista tuviese un aspecto potencialmente más popular entre los jóvenes lectores”. Eso le dijo Peter J. Bentley, editor del sello británico Bentley & Son, a Herman Melville, quien de todos modos le ofreció un contrato por la novela en 1851. Moby Dick fue publicada dieciocho meses más tarde de lo previsto. Su antagonista fue una ballena.
“Te lo digo por tu bien: no publiques este libro”. El amante de Lady Chatterley se publicó por primera vez en 1928 en Florencia (Italia) y fue inmediatamente considerada obscena a causa de las referencias explícitas de carácter sexual y de su contenido (la novela cuenta la relación entre una mujer de la burguesía británica y un hombre perteneciente a la clase obrera. Nadie quiso publicarla en el Reino Unido, que pasaba por su época victoriana. Recién en 1960 fue publicada en el país natal de su autor, David Herbert Lawrence).

“¿Te das cuenta, muchachita, que sos el primer escritor norteamericano que le toma el pelo al sexo?”. Los caballeros las prefieren rubias, de Anita Loos, fue publicado con éxito en 1925. Lo raro es que el primer rechazo que recibió suena hoy como un gran reconocimiento.
“Miss Play tiene familiaridad con las palabras y una mirada atenta para las cosas inusuales y los detalles vívidos. Pero tal vez, ahora que se deshizo de este libro, la próxima vez usará su talento con más eficacia. Dudo de que a alguien se le ocurra leer este libro, de modo que podría tener una segunda posibilidad”. Un editor del sello neoyorquino Alfred A. Knopf rechazó La campana de cristal por primera vez en 1963, cuando Sylvia Plath lo presentó con el seudónimo de Victoria Lucas. Después de que se supo que su autora era Sylvia Plat, que ya había publicado un par de libros de poesía, el mismo editor volvió a leer la novela y le envió una segunda carta en la que volvía a rechazarla. Incluso, como detalle encantador, consiguió escribir tres veces el nombre de la autora, de tres maneras distintas, todos equivocados. No hubo “próxima vez”: Sylvia Plath se suicidó el 11 de febrero de 1963, seis semanas antes de la salida de su libro.
“Bienvenido a Le Carré. No tiene ningún futuro.” Así rezaba el mensaje de un editor a su colega para introducirlo con pocas esperanzas al manuscrito que le estaba enviando: El espía que surgió del frío, de John Le Carré.

“Estamos de acuerdo en que es una destacada obra literaria: la fábula está tratada con gran habilidad y la narrativa mantiene siempre el interés del lector, algo que muy pocos autores han conseguido desde Gulliver. No estamos convencidos de que sea el punto de vista correcto desde el que criticar la situación política en este momento. Es obligación de cualquier editorial que pretende intereses y motivos distintos de los meramente comerciales publicar libros que van contra la corriente del momento. [...] Después de todo, tus cerdos son de lejos más inteligentes que los demás animales y por tanto están más capacitados para dirigir la granja –de hecho, no habría existido una granja de los animales en absoluto sin ellos: de modo que lo necesario (podría aducir alguien) no era más comunismo, sino más cerdos impulsados por el civismo. Lo siento mucho, porque quienquiera que publique este libro tendrá, naturalmente, la posibilidad de publicar tu obra futura”. Rebelión en la granja, de George Orwell, vendió más de 20 mil ejemplares cuando fue publicada, en agosto de 1945, pero antes, en 1944, fue rechazada por la prestigiosa editorial Faber & Faber, y nada menos que por T.S. Eliot, gran escritor, gran ensayista, gran poeta, pero pésimo editor. La carta íntegra del rechazo fue publicada en el Times en 1969, después de la muerte de ambos implicados, en la sección “Cartas al editor”. Fue enviada al diario por la segunda y última esposa de Eliot, Valerie.

“No estamos interesados en la ciencia ficción distópica. No vende”. Carrie fue la primera novela de Stephen King que fue publicada, en 1974, pero fue rechazada tantas veces que el autor tiene una colección de las cartas de las editoriales en su dormitorio. La primera tirada fue de 30 mil ejemplares. Al año siguiente superó el millón. Muchos todavía nos preguntamos qué tiene Carrie de ciencia ficción distópica.
“Si me permite ser sincera, señor Hemingway –usted sin duda lo es en su prosa–, encontré su libro al mismo tiempo aburrido y ofensivo. Usted es seguramente un ‘verdadero hombre’, ¿no es así? No me sorprendería que escribió toda la historia encerrado en un club, con la lapicera en una mano y un vaso de brandy en la otra”. Fiesta (The Sun Also Rises) fue la primera novela de Ernest Hemingway, publicada en Nueva York en 1926 y en Londres al año siguiente. Pero fue con estas palabras que Moberley Luger, de la editorial Peacock & Peacock, rechazó en 1925 su publicación.