Atenazada entre una vocación por el desastre y el instinto de supervivencia, América Latina es una arena incendiada de manera permanente cuyas realidades asimétricas –extrañamente complementarias– encarnan paisajes políticos de vértigo que estremecen con solo nombrarlos: Argentina y la inflación, el Brasil y la Amazonia (junto con los justificados temores de un próximo fraude electoral por parte del mismo gobierno), Colombia y la imposibilidad de la paz, Venezuela y el militarismo o México y la escalada exponencial de la violencia. Por ello, es notable que en su libro más reciente editado por Sexto Piso, Los años de la espiral, el estadounidense Jon Lee Anderson (1957), reportero, biógrafo y cronista, trace un mapa sobre los diversas escenarios, ciudades y personajes que conforman el concepto acuñado por el chileno Francisco Bilbao, más tarde apuntalado por Michel Chevalier y algunos ideólogos de Napoleón III.
Desde algún punto en Etiopía, Jon Lee contestó a esta entrevista por correo.
—A causa de su ebullición continua, resulta muy complejo dar cuenta de los conflictivos paisajes en movimiento que cunden por toda América Latina; sin embargo, tu libro lo intenta y, de alguna manera, lo consigue. ¿Cómo imprimir vigencia a textos dictados no solo por la contingencia política, sino también por el formato del periodismo?
—La pregunta es muy valida y atañe la esencia a lo que solemos llamar el periodismo long-form: crónicas de larga investigación y elaboración que intentan llegar al meollo de algo en este mundo, que va más allá de lo meramente temporal. No es fácil, pero creo que sí se puede lograr cierta vigencia –según cómo lo midas– y si lo que uno escribe ahora, sobre una situación en Brasil o Panamá no sirve de estampa actualizada en años venideros, tal vez sí pueda ser un espejo más o menos duradero de alguna verdad de la sociedad o de algún personaje central. Uno tiene que tener el ojo puesto más allá de lo coyuntural. Pienso en el encuentro que tuve con Cristina Kirchner en Panamá en 2014, quien se encontraba allí a razón de la Cumbre de las Américas. Fue un encuentro por la casualidad del hotel en que nos encontrábamos, (porque yo contaba con información previa sobre el hotel y sus orígenes, como un lugar abocado al lavado de plata), lo que me ofreció la posibilidad de rumiar sobre la corrupción y hasta cierto punto, la naturaleza mercantilista de la sociedad panameña, así como, por último, hacer una semblanza pasajera de la presidenta, quien a su vez resultaba tener problemas de, digamos, transparencia fiscal.
—Dentro del mundo de la cosmonáutica, es conocido el concepto de la “visión de conjunto”, que responde a la sensación que experimentan los astronautas al mirar la Tierra desde fuera. ¿Es posible lograr una visión de conjunto de una zona tan asimétrica? Y de ser así, ¿te ayuda tener un pie adentro y otro afuera?
—Acaso no todas las zonas son asimétricas en la medida que las vamos conociendo de cerca. Visto desde lejos, Estados Unidos luce homogéneo ¿no es así? O al menos así parece a muchos extranjeros. Creo sin embargo, que pocos en los últimos años discreparían con mi aseveración de que hay múltiples realidades estadounidenses dentro de esa misma nación –Massachusetts versus Texas versus California versus Wisconsin– o sea que se trata de una sociedad asimétrica. En todo caso sí; en muchos casos sirve tener un pie adentro y otro afuera en cualquiera zona. Por ello Alexis de Tocqueville pudo observar y medir la sociedad norteamericana de una forma quizás más descarnada que los propios americanos, cuando hizo su famoso recorrido por la joven república en 1831. Es interesante señalar que en España, hasta años muy recientes, pocos historiadores españoles supieron cómo analizar su propia historia. El síndrome del ombliguismo ibérico puede ser la causa: en cualquier caso cuando pensamos en los hispanistas anglosajones como Raymond Carr, Hugh Thomas, Paul Preston, Ian Gibson y Giles Tremlett lo hacemos antes que en algún historiador español. Por supuesto, hay autóctonos que son magníficos cronistas de sus propias sociedades, como en el caso de Alex Ayala Ugarte, vasco que vivió en Bolivia durante 17 años y lo ilustró íntimamente con una mezcla de avidez exploradora y palpable cariño.
—Los personajes de tu libro han sido protagonistas de la historia reciente, hombres y mujeres de poder tan cuestionables como vigorosos. ¿Qué rasgos comparten líderes del presente, tanto negativos como positivos, si los hubiera?
—Los rasgos negativos de los líderes del presente, si estamos generalizando, serían principalmente su egocentrismo y su tendencia a gobernar a través de las redes sociales. Hay muchos casos de líderes así, desde Chávez y Maduro hasta Bolsonaro, Bukele, Martinelli y AML0. Muchos han perdido así su estatura como estadistas, si es que alguna vez la tuvieron, y han afligido a sus conciudadanos con sus humores y prejuicios; eso tuvo un efecto muy negativo en sociedades democráticas, que ya de por sí eran frágiles.
El altísimo nivel de corrupción en América Latina es otro rasgo común muy dañino. Uno solo tiene que repasar la historia reciente en cada país para constatar que en las últimas décadas, son muchos los líderes o altos oficiales que han utilizado sus cargos públicos para lucrar de manera indebida. En cuanto a rasgos positivos que pueden tener en común, nada me viene a la mente.
—¿Qué opinión te mereció la decisión de López Obrador de no asistir a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, tras pedirle a Joe Biden que extendiera una invitación a los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela?
—Entendí su argumento inicial respecto a que todos los países han de ser invitados, y en parte lo comparto, pero también comprendo el argumento de los EE.UU. quien, citando la Carta Magna de origen de la Cumbre, pide que los integrantes sean países “democráticos”. Donde discrepo con la administración de Biden es en la exclusión de Cuba , Venezuela y Nicaragua siendo que sí invitaron al Salvador de Bukele, la Guatemala de Giammattei y al Brasil de Bolsonaro. ¿Acaso las elecciones son la única medida de la democracia? Claramente no. Creo que faltó mas rigor y visión histórica en la organización del evento. En cualquier caso AMLO intentó sacar tajada populista con su posición al respecto, lo cual pareció burdo y al final lo ubicó al lado de algunos de los gobiernos menos libres y más autoritarios de la región. Fue un puesto que en años anteriores lo habría ocupado –y de manera más creíble– el eterno antiyanqui de Fidel Castro, quien al menos se había ganado ese lugar en la batalla. Después de su de-saparición varios han intentado sustituirlo, incluyendo al mismo AMLO, además de Díaz Canel, Ortega, Bukele y Maduro, pero avalándose en Twitter y, a decir verdad, no lo hacen muy bien. No convencen a muchos, ni han logrado persuadir a los norteamericanos de que hay que escuchar sus argumentos con detenimiento.
—Desde mi perspectiva, es evidente que continúa la pérdida de influencia de los Estados Unidos en América Latina. No parece que ni México ni Brasil –ni muchos menos Argentina o Colombia– puedan encabezar un bloque contrario de peso específico para fortalecer la región al respecto. ¿Cómo leés la presencia estadounidense en América Latina al día de hoy y por qué resulta imposible pensar en un contrapeso latinoamericano articulado?
—Estoy de acuerdo. Por muchas razones, pero sobre todo por no ejercer una política consistente y prioritaria los Estados Unidos han perdido influencia en América Latina. Si es un imperio, ha sido un imperio negligente y las consecuencias están a la vista por todos lados. Es tema para todo un ensayo. En el caso que planteas –la posibilidad de un bloque antiestadunidense– ¿quién lo ejercería? Como dices, no sería AMLO, quien parece más empeñado en dar lecciones morales e históricas en sus mañaneras que otra cosa y menos aún Alberto Fernández, quien ha demostrado ser tan superficial como transaccional en el escenario internacional: su viaje a Rusia justo antes de la invasión a Ucrania y su ofrecimiento a Putin de que Argentina le sirviera como su portal hacia el hemisferio era un acto de obsecuencia y servilismo, casi sin paralelo moderno. Bolsonaro es simplemente un cretino –además de un malandra– y será recordado como tal. Bukele, el que fue gerente de nights-clubs y ahora es el presidente cool de su país, es un poseur tan ligero como Fernández, pero a cargo de un país diez veces menor en tamaño e importancia. Ostenta también ser antiimperialista, pero uno tiene la impresión de que sus convicciones no son más duraderas que los efectos que su última esnifada de coca.
Sin la presencia mítica de Fidel, Cuba dejó de atraer a nadie hacia su “modelo revolucionario”, que ya dejó de funcionar. Nicaragua en manos del delirante Daniel Ortega y su alocada mujer, Rosario Murillo, se han vuelto una caricatura de una dictadura tropical, una suerte de Turkmenistán centroamericano. Cabe la posibilidad sin embargo –y es solo una posibilidad lejana–, de que al ganar Lula el poder nuevamente en octubre próximo, junto con Gustavo Petro en Colombia, y el joven presidente Gabriel Boric en Chile, se pudiera erigir una especie de bloque de izquierda de corte social-demócrata que logre, por un lado, instaurar nuevas políticas económicas y sociales en sus países –muy necesarias además–, y a la vez, jugar un papel protagónico y menos confrontativo, pero quizás más eficaz en el escenario regional e internacional. Basta ya de izquierdas de las turbas, las consignas y cultos de personalidad –y de interminables corruptelas–; bienvenidas agrupaciones de gobernantes progresistas y sensatos, que piensan más en el porvenir de sus pueblos que en ganar adeptos por Twitter por los disparates que dicen.
—Leyendo tu crónica sobre el Brasil “Oro sangriento en la selva brasileña –publicada en noviembre de 2019 y donde explorabas la suerte de la tribu kayapó en la Amazonia– sorprende poco, aunque estremece hasta los huesos, la continuidad de los crímenes contra los ambientalistas en toda América Latina, casos a los que suman los recientes asesinatos, tanto del periodista británico Dom Philips, como del indigenista brasileño Bruno Pereira, quienes navegaban por el río Itaquaí en la Amazonia. ¿Puede el periodismo ser una opción sensata en un lugar tan estragado como Latinoamérica, además de hundirse en una espiral de violencia, corrupción e impunidad?
—Fue trágico y desesperadamente triste el asesinato de Dom Philips, así como el de Bruno Pereira, el indigenista que le guiaba en la Amazonia, pero no por eso el periodismo se debe desvanecer en esa zona tan importante. Periodistas también mueren y son asesinados en las zonas de guerra del mundo, pero siguen yendo a las guerras a pesar de los riesgos. Habrá que tomar nuevas medidas de seguridad en zonas como el Javarí y otras partes de la Amazonia donde –nos vamos dando cuenta– hay mucha criminalidad y muy poca ley. Hay que instaurar protocolos para salvaguardar la vida propia –como hacemos en los conflictos–, pero es más importante que nunca que prestemos atención a esas zonas, ya no inhóspitas por la selvas, los animales ni los “indios salvajes”, sino por los buscavidas, los narcos, los sicarios y criminales que han invadido esas zonas, amparados por gobiernos por lo menos negligentes, y en el caso de Bolsonaro, cómplices.
El periodismo tiene que dar testimonio de lo que ocurre, de lo contrario no habrá periodismo ni tampoco vida futura que valga la pena en esos bosques. La Amazonia está en crisis y no solo por el cambio climático, sino porque los gobiernos del área, sobre todo el de Brasil y el de Venezuela, pero también en Colombia y Ecuador, lo han entregado primero a las compañías explotadoras de madera y de minerales y petróleo y ahora a los grupos del crimen organizado.
La cultura de la corrupción en Argentina*
J.L.A.
En abril del año pasado, a fin de entrevistarla, me reuní con la entonces presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, poco después de su aparición con los líderes occidentales en la Cumbre de las Américas, en la ciudad de Panamá. Las estrellas de la cumbre fueron Barack Obama y Raúl Castro, que aparecieron juntos por primera vez desde el dramático restablecimiento de relaciones entre sus países, en diciembre de 2014. Los otros líderes que asistieron se vieron inevitablemente reducidos a actores secundarios, y en algunos casos, a simples extras.
Tal fue el caso de Kirchner, cuya presidencia comenzaba a declinar, en el último mandato, pero quien pese a ello tomó un vuelo para asistir a la reunión. Kirchner aceptó verme en su hotel, un rascacielos de vidrios color verde situado en una esquina de la ciudad, ante una marina de yates en la Bahía de Panamá.
Mientras esperaba en el lobby, vi en una tele la transmisión del acto final de la Cumbre, en el que cada presidente habla de un tema de su elección. Cuando llegó su turno, Kirchner comenzó a hablar sobre la plaga latinoamericana del narcotráfico. Luego habló sobre lavado de dinero y sugirió que las naciones más ricas y de consumidores eran responsables por crear una demanda de drogas, y por poseer los bancos y los paraísos fiscales donde los narcotraficantes blanqueaban sus ingresos ilícitos.
Había una ironía divertida, si bien involuntaria, en los comentarios de Kirchner, pues se rumoreaba que el hotel en que ella y su comitiva se hospedaban había sido construido con el propósito expreso de lavar dinero. Cuando apareció su portavoz le conté, entre risas, de la reputación del hotel. Pareció afectado y me aseguró que la presidenta no lo había elegido por sí misma; el gobierno de Panamá le había asignado el hotel. Intenté aligerar el ánimo diciendo algo así como que estábamos en Panamá, finalmente, donde todo servía para lavar dinero. Él se mostró un poco aliviado y, unos minutos después, me condujo escaleras arriba a la suite de la presidenta…
Para cuando dejó el poder, en diciembre, Kirchner llevaba más de una década en el centro de la vida pública, desde que su esposo ganara la presidencia en 2003. Él se apartó, en 2007, para permitir que su esposa se postulara, y después murió de un ataque al corazón en 2010. Los Kirchner eran peronistas, es decir que juraban lealtad al perdurable fenómeno político inspirado por Juan Domingo Perón, el histórico presidente cuyo legado es tan variopinto y confuso que ha sumado partidarios de izquierda y de derecha, como una especie de manto nacional multicolor. Los Kirchner adoptaron una postura de izquierda, y se aliaron con Hugo Chávez y los Castro en asuntos internacionales mientras arremetían contra Estados Unidos. Kirchner se enzarzó en una prolongada disputa con el conglomerado mediático del Grupo Clarín, al que acusaba de tener un control casi mafioso sobre el influjo informativo en Argentina. Después la emprendió contra los especuladores de deuda internacional, llamándolos “buitres” y rehusándose a pagarles, en lo que convirtió en un enfrentamiento largo, y a la postre, pernicioso para la calificación crediticia de Argentina.
A Cristina Kirchner se le acusó de acumular una fortuna mientras su esposo y ella estuvieron en el poder, y después de cosas peores.
*Publicado originalmente en The New Yorker el 29 de junio de 2016. Extracto de Los años de la espiral (Sexto Piso).