CULTURA
Textos reunidos de un gigante

Roth desde ultratumba

Muerto hace casi un año, se publica una antología de artículos, entrevistas y ensayos de Philip Roth sobre el arte de escribir; reflexiones únicas que abonan su legado y nos recuerdan por qué el judío de Newark fue el gran roble dentro de la narrativa del siglo XX americano.

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Roth. El libro invita a preguntarse por los mecanismos de la profesión literaria. | cedoc

La publicación del tomo misceláneo de ensayos, entrevistas y discursos de Philip Roth titulado ¿Por qué escribir? –en el mes en que el americano, muerto el año pasado, hubiera cumplido 86– mueve a preguntarse por algunos mecanismos de la profesión literaria, sobre todo en tiempos en los que escribir ficción se ofrece como un contrasentido. El libro es interesante no solo por lo que implican las obras editadas con los autores muertos –al menos en nuestra lengua, porque la edición original del libro es de 2017, cuando Roth aún vivía–, sino en relación con la manera en que afecta el modo en que leemos obras consolidadas con la publicación de entrevistas y prosa de circunstancias que corrigen de manera más o menos definitiva el legado de sus empeños.

El caso de Roth es bastante especial, único si se quiere, puesto que en un oficio tan demandante como la literatura no suele ser común que los autores se jubilen, cosa que el hijo pródigo de Newark hizo en 2012, como se lee en una de las entrevistas contenidas en el libro: “Todos tenemos un trabajo difícil. Cualquier trabajo de verdad es difícil. Mi trabajo además era irrealizable, o eso me pareció. Una mañana tras otra a lo largo de cincuenta años me enfrentaba a la página siguiente y sin preparación. Para mí, escribir era una hazaña de supervivencia. La obstinación, y no el talento, me salvó. También he tenido la suerte de que la felicidad no me importase y de no tener compasión conmigo”.

Habida cuenta de que se trata de un oficio en el que se mezclan de manera tan propicia el vicio, la inercia, la necedad y el masoquismo en un cóctel que merece ser considerado una pasión, el silencio creativo –sobre todo si es elegido– suele ser leído como una continuación de la literatura por otros medios, especie de renuncia de autor que demanda sus propias interpretaciones; por eso esta antología de non-fiction prose permite comprender la dimensión de Roth en tanto pensador de la prosa, o, para decirlo en un término profundamente impopular entre los gringos, de intelectual con todas sus letras. Y aunque es bien sabido, preciso es curarse en salud: fueron los franceses los inventores de la figura del escritor como opinador profesional de los problemas del mundo, en oposición frontal a la tradición estadounidense, donde prima una prosa en primera persona que vuelve sus ensayos semejantes entre sí y, por lo general, poco estimulantes; una consigna de la que escapan los textos de Roth debido a su visión panorámica que permite, por ejemplo, conocer su opinión al respecto del porqué de la excepcionalidad de la novela americana en el siglo XX, con autores como Styron, DeLillo, Updike, Bellow y Doctorow, entre otros: “Tal vez la explicación sea la ausencia de ciertas cosas. La indiferencia, si no el desprecio, del novelista estadounidense por la teoría crítica… Una escritura no contaminada por la propaganda política… o incluso por la responsabilidad política. La ausencia de una escuela de escritura. En un lugar tan enorme no hay un solo centro geográfico en el que se origine la escritura. Ninguna población homogénea, ninguna unidad nacional básica… Incluso la torpeza generalizada de los ciudadanos para leer siquiera con un mínimo de comprensión confiere cierta libertad. Resulta embriagador que en realidad los escritores les traigan sin cuidado a nueve décimas partes de la población”.

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A mi juicio, la parte más jugosa del libro radica en las entrevistas con otros autores, porque permite calibrar el tamaño de la inteligencia literaria de Roth en un diálogo profundo con sus colegas. Sus diálogos pasan por una visita a Primo Levi, con quien se entenderá de maravillas, y se verá sorprendido sin embargo por su inesperado suicidio: “Qué sensato me pareció durante esos días que pasamos hablando en Turín… Creí que había hecho un amigo nuevo y maravilloso. Pero la amistad nunca llegó a desarrollarse. Durante la primavera se suicidó este gran escritor del que, solamente unos meses antes, había deducido que su comportamiento animado y despierto era señal de su sensatez, vivacidad y arraigo”.

La conversación con Isaac Bashevis Singer es particularmente sabrosa por las lecturas cruzadas y devocionales de ambos respecto de Bruno Schulz puesto que permiten, de manera oblicua, trazar las coordenadas de una región y una época a través de la vida de un escritor –manojo de nervios, según Singer– tan particular que a Roth le recuerda a Gombrowicz por compartir “un mundo erótico barato”. Empero, es sin duda en la charla con Milan Kundera donde el diálogo toma visos telúricos de sabiduría verdadera. Dice el checo: “Una novela no afirma nada: una novela busca y plantea interrogantes... Invento historias, las pongo frente a frente, y por este procedimiento hago las preguntas. La estupidez de la gente procede de tener respuesta para todo”.

En un mundo arrojado a su propio precipicio –donde no se tienen pruebas pero tampoco dudas para tener una idea del mismo–, conviene volver a la sabiduría de un gran novelista que, como los poetas provenzales, supo aprire per prosa.