Sarlo no está. La buscamos. Por fin entra; otra vez sale. “¿Dónde va?”, pregunta alguien. “Está entrando y saliendo como los personajes de Saer”, explica Fabián Casas. Nos reímos, porque acaso, en el fondo, es cierto; o, como diría el autor de Glosa, para ser más exactos: más o menos.
Estamos aquí, en la ciudad de Santa Fe, para el inicio de, justamente, el Año Saer: una serie de eventos y homenajes que empieza con el 79 aniversario del nacimiento de “Juani”, como lo llaman todos acá, y que terminará con el octogésimo.
Según cuenta la ministra de Innovación y Cultura, María de los Angeles González, “llegó la hora, con la excusa de la efeméride, de que Saer, pero también Espino, Renzi, Adolfo Prieto, y todos los que pueda traer él de la mano, sean puestos sobre el candelero, como en otro momento hicimos con Berni, recorriendo la provincia entera”.
El programa, que incluye, entre otras muchas cosas, el lanzamiento de una película y la puesta en escena de una ópera –ambas basadas en El limonero real–, está bajo la curaduría del escritor Martín Prieto, quien bromeará con que la idea de homenajearlo durante un año ha sido una argucia para conseguir trabajo, o para dejar de trabajar; a él le interesaba mucho –explica– relacionar la obra de Saer con públicos nuevos: “Vamos a trabajar con las bibliotecas populares y también con las escuelas”, dice.
Pero, ¿cómo se hace para acercar una obra compleja como la de Saer, con tanta cosa fenomenológica, tanto intertexto, architexto, fragmentación, a un público que apenas puede entender a Cortázar? Beatriz Sarlo, durante la presentación de su libro Zona Saer en el Museo Provincial de Bellas Artes, y ante la pregunta por la difusión, se referirá a la imposibilidad de recomendar sus libros en términos argumentales (en el caso de Glosa, sería algo así como “dos tipos caminando veintiuna cuadras por el centro de la ciudad”, algo, desde luego, no demasiado atractivo para un púber), y al hecho de que “Saer exige demasiado del lector: no es como Vargas Llosa o Balzac, que uno puede saltearse cincuenta páginas y luego retomar sin ningún problema. De Saer uno no puede saltearse siquiera dos párrafos”, dirá Sarlo, luego de cuya presentación la sala, llena hasta entonces, quedará por la mitad; pero ahora, es decir un poco antes, en el hotel, Prieto, un poco más optimista, piensa que ya a partir de los doce o trece años es posible establecer alguna relación de lectura: “Yo creo que con los cuentos se puede hacer”, dice. “Y a mí me interesa mucho relacionar literatura con referencialidad: hay un mundo referencial en Saer, que es Santa Fe, que no está nombrado, pero cualquiera puede reconocerlo. Y ahí puede estar el atractivo”, agrega.
Sin embargo, “más allá de que la obra se lea o no”, dice la ministra, “hay muchas cosas que cuando estás al frente de Innovación y Cultura tenés que ponerlas ante los ojos de los otros, es decir, la obligación nuestra es mostrar, dar a conocer”. Además, como dice Prieto, “la eficacia de un programa cultural sólo se puede medir a largo plazo... A tan largo plazo que nadie la mide, porque, ¿cómo medís vos si un pibe, treinta años después, se acuerda de ese cuento que leyó a los catorce años y eso le da una resolución simbólica a un problema real?”.
En cuanto al lugar de Saer en la literatura argentina, Sarlo sostiene que el escritor de Serodino es el más grande después de Borges. Pero Prieto se aleja un poco de esa opinión: “La literatura argentina, en estos momentos, tiene complejidad, anchura, y me parece que se podría matizar el juicio sobre la herencia de Borges”, dice. “De Borges en adelante hay grandes narradores, como Walsh, Puig, Aira y por supuesto Saer. Ahí se juegan poéticas diferentes, mundos diferentes”.
A Saer, se sabe, no le gustaba mucho hablar de literatura, y se hubiera sentido acaso más a gusto con algunos tópicos de la noche, durante la generosa cena organizada por el gobierno provincial, en la que estuvieron sus viejos amigos y los escritores y críticos que participan en el programa, discutiendo dónde, en qué sílaba, debe ponerse el acento prosódico en “Saer”, apellido sirio del que incluso hay quien dice que, en realidad, debe pronunciarse con una ‘h’ aspirada entre la ‘e’ y la ‘o’, porque parece que Saer, en definitiva, es multisémico en todo: hasta en la fonética de su apellido.