CULTURA
Apuntes en viaje

Sexto piso

Enrosca las imágenes en una trenza húmeda que escolta hasta el último nudo.

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Sexto piso. | marta toledo

Alejandro sigue esperando en el living (practica una pálida gárgara); le duelen los pies, los pies helados incluso dentro del ambiente cálido. Afuera llueve, hace frío y domina una neblina algo atípica para la época. Continúa aferrado al sillón, como atornillado, o más aún, como adormecido, extraño de sí mismo y con un ardor sedimentándose en la desgracia de su pantano gástrico. Intenta sofrenar el llanto pausando la respiración ohm, relajando los músculos del abdomen y agolpando en la frente imágenes placenteras (una lluvia de estrellas titilantes en cascada sobre quejumbrosos cedros azules.) Siente, ahora, una inmensa añoranza. Quisiera, ahora, adicionar una certeza: si su padre estuviera ahí sería otra cosa. Se hunde la palma de la mano en el vientre. Tiene los dedos crispados y tiene también ganas de vomitar, pero se las aguanta. Aspira a contener la malformación del tubo digestivo, a la altura del esófago rancio, donde una hernia impide que la válvula que cierra el conducto que une el estómago con el esófago (llagado también) funcione de forma correcta.

Su arriba, la parte estropeada.

De súbito, la habitación principal escupe a la médica y a su asistente. La internación es un hecho. Descenderán los especialistas los seis pisos en ascensor para buscar en la ambulancia una silla de ruedas y proceder con el protocolo. Una vez retirados los clínicos y la madre (o lo que queda de ella), Alejandro permanecerá solo en el departamento. Tironeado de los grises.

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Está esculpido por la desazón, programado a la desesperación. Se siente inútil, fuera del nido y entonces teme degradarse hasta quemarse por completo. El llorar ineludible se alista para proceder, pero una tos repentina lo espabila. Enrosca las imágenes en una trenza húmeda que escolta hasta el último nudo. (Aprendió a callar, a no correr a contarlo así, a la ligera.)

La primera vez que la madre de Alejandro intentó suicidarse, él tenía siete años. Una palada de pastillas que sin embargo no surtieron efecto. Desde entonces las situaciones se repitieron una y otra vez, en ese sexto piso a la calle, incluso después de la internación que ayudó a rellenar el cuerpo carente de sangre.

(Alejandro lo recuerda así: La habitación contiene dos meses de luz una cómoda el cortinado bordó que proteje del sol y de los vecinos un aire acondicionado deshojado dos placares anchos sobre la cama el cuerpo de mi madre suicida tragada por un océano de sangre zozobra luce un camisón blanco (ahora rojo) las piernas juntas los brazos ligeramente separados del cuerpo el derecho extendido quizás un poco más que el otro de manera que la muñeca perforada por fuera del borde de la cama hilo carmesí continuo lacerante babea para nutrir el charco que se expande sobre el parqué oscuro plastificado rostro pálido pómulos hinchados la quijada en descenso parece muerta tiempo después de la internación ocurrió otro episodio una vez abierta la puerta que separa el ascensor de la entrada al sexto piso el rostro de mi hermana inflado por el llanto congoja para mi sorpresa no habló solo me guío hasta el lavadero levantó el índice para dar contra el ventanal que reposa junto al pulmón interno recorrí la vista por el vacío que ofrece ese sector del edificio hasta que la vi en el piso del garaje un cuerpo maltrecho envuelto también en un camisón las piernas los brazos el tronco mismo desencajados de un cuerpo que ya no habitaban un cuerpo que había volado desde la terraza hasta llegar ahí minutos después solo minutos después mi abuela que no solía frecuentar nuestro departamento me comentó que había sido mi tía que vivía en el mismo edificio quien había decidido quitarse la vida de esa manera respiré aliviado mi madre había zafado otra vez para entonces cargaba ya con once años y hacía una vida que podríamos denominar independiente independiente de mis padres de mi casa escuela con doble escolaridad y luego deportes de manera que regresaba tarde al sexto piso lo más tarde posible tenía bronca mucha bronca quería que mi mamá muriera pero la quería tanto que no podía permitir eso no intentás defenderla solo entenderla si no lo hacés nunca huirás de eso que querés huir. Huir. Es lo que hago desde entonces, huyo de mis miserias. Los viajes se sucedieron. Jamás volví a alojarme en un sexto piso.).