CULTURA
Apuntes en viaje

Transformaciones

No sé cómo llegamos al mejor relato de la tarde. Tal vez las hermanas Mer y Sarita (como se nombran entre ellas) lo tienen estudiado.

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Transformaciones. | marta toledo

El sábado a la tarde las calles de Colonia Pellegrini, minúsculo pueblo correntino, están vacías. Las novecientas almas que lo habitan duermen en la fresca de las casas. Nos detenemos un momento y Mercedes, una de las mujeres que nos guían en el paseo, señala unas matas en el jardín de una vecina y dice que es Yerba Luisa, buena para el estómago. Corta unas hojas y nos alcanza para que sintamos el perfume alimonado. Desde el interior del rancho se asoma apenas una mujer con el cabello largo, mojado. Se asoma y vuelve a esconderse, incómoda o fastidiada porque sus plantas son un atractivo del tour. Mercedes hace un gesto, restándole importancia a la aparición, y seguimos caminando.Llegamos a la capilla, entramos. El silencio flota sobre los pisos de calcáreo, el olor a flores nuevas, la penumbra, los bancos austeros, la ropa brillosa de la Virgen… la temperatura es agradable adentro. Pero Mercedes y Sara quieren seguir contando las historias del pueblo y en las iglesias el único que puede levantar la voz es el cura. Hay que salir otra vez al calor casi de verano aunque estamos en julio. No sé cómo llegamos al mejor relato de la tarde. Tal vez las hermanas Mer y Sarita (como se nombran entre ellas) lo tienen estudiado o tal vez ese día surge, espontánea, esa anécdota de la infancia, cuando eran unas nenitas y volvían, de madrugada, con sus padres de un baile. La madre, curandera.

“Iba mi papá adelante con una linterna alumbrándonos el camino. Mis hermanos varones también un poco más adelante. Mi mamá con nosotras dos, una de cada brazo, mi mamá en el medio. Volvíamos de un baile, cansadas, con sueño. Entonces, de pronto, un perro blanco nos sale al cruce y la muerde a mi mamá en las piernas, el perro los ojos encendidos como fuego, rabioso. Mi madre nos aparta y se arrodilla, se arrodilla frente al perro blanco que enseguida huye, se pierde de nuevo en el monte. Mi papá vuelve sobre sus pasos, nosotras llorando, mi mamá dice: era el lobizón. Un gurí del pueblo que era el séptimo hijo varón”.

El aire caliente se tensa. Todos pendientes de la historia que empezó Mercedes y continúa Sarita. “Lo que había pasado es que mi mamá le cortaba las uñas al lobizón, por eso el chico no la quería. Su mamá le llevaba con la mía para que le corte las uñas porque cuando él se ponía nervioso se metía los dedos en los ojos, se los quería arrancar. Tenía problemas, pobrecito. Los bracitos deformados eran unos muñones y no podía caminar, como que se arrastraba él sobre sus piernas. Él les asustaba a las mujeres embarazadas para que aborten. Porque los lobizones se alimentan de los bebés muertos. Como mi mamá era partera, le odiaba, por eso y porque le cortaba las uñas, por eso le atacó esa noche”.

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“Y la gente de acá no le quería porque sabían que los viernes de luna llena se convertía en lobizón. Entonces la gente le castigaba mucho, lo cagaban a laciadas. Su mamá decía: no le peguen a mi hijo, pobrecito, él no sabe lo que hace”.Mercedes dice que no vivió mucho el gurí, porque además de la maldición del séptimo él era enfermo. Pero no fue el único lobizón de Colonia Pellegrini. Le tocó a ella, una vez que volvía sola de noche, toparse con otro. Ya era una muchachita y volvía de la casa de una amiga, una noche clara. Sintió unos ruidos raros “como sexuales, de gente haciendo el amor” y de repente un hombre desnudo salió del monte y pasó corriendo delante de ella. Está segura de que era un lobizón que acababa de dejar su apariencia animal para perderse entre los hombres hasta la próxima luna llena.