CULTURA
muestra en henrique faria

Un curso de lingüística general

Un amplio grupo de artistas responde a su modo, que siempre es un poco improbable, una de las grandes preguntas del siglo XX: ¿cómo hacer cosas con palabras? Con letras, con grafías y con ecuaciones. Distintos modos de sacudir una lengua posible hacia una imposible.

Estirar, estrujar, cincelar, aplastar, corromper. Arriba: Leandro Katz, Ñ (2014); Abajo, planos generales de la muestra y, a la derecha, Eduardo Kac: Lianas (1982).
| Gentileza Henrique Faria

Mientras Ferdinand de Saussure construía, a comienzos del siglo pasado, las bases de la lingüística al enseñar esa preciosura de la arbitrariedad del signo, su carácter doble entre el significado y el significante, sus intenciones de armar un sistema que sea posicional en el que cada elemento tenga su valor, abría un espacio enorme para otras formas de imaginación. Ese descubrimiento sobre el modo en que funciona el signo y cómo abrocha el concepto a la imagen acústica fue, justamente, para estabilizar la lengua (de eso sólo se ocupaba el maestro en sus cursos). El habla caótica, de ocurrencia individual, era indescriptible e inclasificable en la lingüística que pensaba en sus cursos entre 1906 y 1911 en la Universidad de Ginebra.
Sin embargo, en la misma proposición de una serie de conceptos para analizar la lengua como una estructura, los circuitos de ese sistema se ofrecían al intercambio. En la poesía y en las artes visuales romper las ataduras de ese signo es la tentación máxima. Estirar, estrujar, cincelar, aplastar, corromper y violentar el sentido de las palabras, volver las letras dibujos, destruir esa amalgama que unen a la forma fónica con el concepto mental fue la tarea por excelencia de muchas de las vanguardias que amanecieron con la centuria pasada. Pareciera que no bien los discípulos de Saussure –su Curso de lingüística general fue un libro gracias a las notas que tomaban sus alumnos–, estabilizaron el método y le dieron forma a la estructura, ya estaban los otros para romper todo.
Grafías y ecuaciones, la muestra colectiva integrada por Emilia Azcárate, Artur Barrio, Jacques Bedel, Coco Bedoya, Luis F. Benedit, Paulo Bruscky, Jorge Caraballo, Sigfredo Chacón, Emilio Chapela, Guillermo Deisler, Mirtha Dermisache, Anna Bella Geiger, León Ferrari, Jaime Higa, Eduardo Kac, Leandro Katz, Guillermo Kuitca, David Lamelas, Marie Orensanz, Clemente Padín, Federico Peralta Ramos, Claudio Perna, Dalila Puzzovio, Juan Pablo Renzi, Osvaldo Romberg, Juan Carlos Romero, Eduardo Santiere, Mira Schendel, Pablo Suárez, Horacio Zabala y Carlos Zerpa, puede reconocerse en esa tradición y herencia. En cada caso, los artistas responden (y desvían) una de las grandes preguntas del siglo XX: ¿cómo hacer cosas con palabras? Con letras, con grafías y con ecuaciones, no tanto en el sentido de números sino en el diseño de un procedimiento de analogía entre algo y un posible sentido.
Por su parte, Dermisache y Ferrari sacuden la lengua posible hacia una imposible. No tanto como capacidad de pensarla y de formarla sino en los albores del sinsentido. Las obras gráficas de ambos son la ocupación del espacio, la belleza de la forma, y el resto de comunicabilidad lo dejan en el arte y no en la letra. Que entra, no con sangre, sino en las lianas de Kac, en las eñes coloreadas de Katz o en el abecedario desleído de Chacón, que parece que expusiera las partes sólidas, las letras, a deshacerse con un líquido: su imaginación.
Por el contrario, Horacio Zabala aplica una resolución opuesta: sólidos acrílicos sobre libros separados por comas para su Hipótesis XXII. Aquí lo corrosivo es la ironía y la parodia. En collages, grabados o máquina de escribir, en Bruscky, Bedel o Pablo Suárez, entre otros, lo que se exhibe en este conjunto es el desplazamiento y la fuga.
Siempre hay un algo más. Que es con lo que opera la imaginación, cuando se despega de una fórmula sistemática. Como explica Gonzalo Aguilar en el texto curatorial: “Son algo más que eso: se trata de la construcción de artefactos en los que la diferencia entre signo lingüístico e imagen visual colapsa, y el espacio (página o tela) comienza a desplegar correspondencias que se disparan en múltiples direcciones. Son grafías que a veces parecen formar una palabra pero que a la vez nos exhiben su forma figurativa, son signos que nos sugieren equivalencias –ecuaciones– sin darnos significados únicos. Esta exposición nos impulsa a una indagación por el Sentido y, al mismo tiempo, a una exploración de los sentidos”.