Para quienes por oficio y por higiene desconfiamos de los autoproclamados poderes de la novela –género por otra parte imbatible cuando se trata de búsquedas formales, como demuestran ejercicios tan proteicos como El nervio óptico de María Gainza, Grief is the Thing With Feathers de Max Porter, Yakarta de Rodrigo Márquez Tizano o Lavoura Arcaica de Raduan Nasar– es siempre una incómoda sorpresa toparse con autores de largo aliento que construyen, con los elementos propios del lenguaje novelístico, un fresco de su tiempo, demostrando que la sabiduría del novelista de fuste implica una vocación omnisciente que da cuenta del mundo no desde la especialización meticulosa sino desde un dilentatismo dedicado; una visión que no se conforma con expresar la voz narrativa de un yo engolosinado sino que se atreve a imaginar épocas y épicas dentro de convulsos y hasta contradictorios paisajes de referencia. A este espectro fecundo pertenece la estadunidense Lionel Shriver (1957), una novelista mucho más dotada que Jonathan Franzen –también más ácida, más crítica y más lúcida– y tan precisa en sus escenarios distópicos como la mejor Margaret Atwood.
Publicada en español por Anagrama –este año se publicó Los Mandible. Una familia: 2029-2047, donde se explora la relación con el dinero de un país (EE.UU.) en bancarrota en el año 2029– Shriver es conocida hace tiempo por haber escrito la pavorosa novela Tenemos que hablar de Kevin –llevada al cine con éxito por Lynne Ramsay en 2011–, que desanima al temperamento más porfiado a tener hijos (sobre todo cuando no son deseados) y también por sus libros Big Brother, donde explora un caso de obesidad mórbida; El mundo después del cumpleaños, una novela escrita bajo la premisa de qué habría pasado si (infidelidad incluida a la manera de los libros del tipo “elige tu propia aventura”) y Todo esto para qué, que se detiene en las miserias de los sueños postergados, las relaciones de pareja y el cáncer, que obliga a recalcular lo que entendemos por paraíso jubilatorio con un país tercermundista como tinglado.
Por ello, y para empezar el año a tambor batiente, PERFIL ofrece esta entrevista en exclusiva para sus lectores como un regalo de Reyes.
—En el ámbito hispanohablante usted es conocida sobre todo por sus novelas, pero en inglés es muy leída por tus artículos para “The Guardian”, ampliamente comentados. ¿Qué escollos enfrenta al escribir para la prensa en oposición a los que enfrenta cuando escribe una novela?
—Encuentro el periodismo más fácil, pero tiendo a considerarlo como algo menos importante. Esto está abierto a debate, desde luego. Antes el periodismo era fugaz, pero ahora, con internet, los artículos en los diarios y revistas son potencialmente tan duraderos o más que los libros de tapa dura. En teoría los ensayos y los artículos de opinión abordan el momento histórico actual mientras que las novelas abordan cuestiones existenciales más amplias que trascienden un momento particular. Sin embargo, cada vez encuentro más artificial esta distinción. Suelen ser las mismas ideas las que habitan tanto mi periodismo como mis libros. Lo que valoro de escribir novelas es la capacidad de poner versiones de estas ideas en las bocas y mentes de los personajes, lo que significa que no soy responsable de defender personalmente tales posiciones. Eso me permite llevar una perspectiva mucho más lejos e insertar puntos de vista opuestos en el mismo libro, lo que permite la contradicción, la ambigüedad y la ironía. Por ello la novela es una forma intrínsecamente más interesante. En contraparte, si el lector queda desconcertado por lo que el autor quiso decir en un artículo de opinión quiere decir que el artículo está mal escrito.
—Una cruzada moral atraviesa el mundo, y en ese contexto sus libros chocan con la hipocresía de la vida social y las normas que nos permiten administrar la violencia que nos prodigamos mutuamente. ¿Entiende sus novelas como una crítica moral del mundo?
—Escribo novelas esencialmente para entretener. Leer ficción debería ser divertido. Debería ser una indulgencia. No tendría que ser como estar en clase y mucho menos sentado en una butaca de iglesia. Dicho lo cual, yo encuentro las ideas, la política y la información novedosa esencialmente entretenida. Intento no aburrir nunca a mis lectores y jamás les enchufo una conferencia entre mis páginas. Pero poner a los personajes en conflicto sobre los principales problemas sociales es un ejercicio de gladiadores. Ya veremos quién sale vivo de acá.
—Una de sus novelas, “Ordinary Decent Criminal”, fue adaptada y filmada por Thaddeus O’Sullivan y protagonizada por Kevin Spacey. ¿Tiene algún problema con ello?
—Me temo que se equivoca: O’Sullivan solo robó mi título. Por desgracia los títulos no pueden ser registrados y estamos en temporada de caza. Tal vez debería tomarlo como un cumplido.
—La distopía que usted propone en “Los Mandible” no está muy lejos de la realidad. Ahora, con la presidencia de Donald Trump parece más bien una profecía autocumplida.
—El tipo de irresponsabilidad fiscal que la administración de Trump ha exhibido hasta ahora tendría a la familia Mandible sangrando en el mundo real. En la novela, lo que inicia la implosión económica de Estados Unidos es la deuda soberana insostenible. Estados Unidos ahora tiene una deuda nacional de 20 billones de dólares. Ese número no está bajando. ¿Qué tan grande tiene que llegar a ser esa deuda antes de enfrentar el hecho de que nunca será pagada?
—Una de las ideas más perturbadoras de “Tenemos que hablar de Kevin” es la pregunta sobre los deberes de la maternidad. ¿Cree, como sucede en los países del Norte global, que la emancipación de la maternidad es una de las posibilidades del feminismo? No parece radical emanciparse del patriarcado sometiéndose al mismo tiempo a los deberes de la familia burguesa. Cambiar la sujeción al macho por la sujeción a los hijos.
—Existe un problema biológico evidente con la proposición de que las mujeres solo pueden ser verdaderas feministas evitando la maternidad y el patriarcado. A menos que todos vayamos a nacer en probetas. Por mi propio bien, me alegro de que la maternidad se haya convertido en una opción en Occidente, más que un requisito. Pero la maternidad selectiva implica enormes consecuencias demográficas. Las bajas tasas de natalidad entre los blancos europeos y estadounidenses están transformando la composición étnica de estos países de una manera que conduce a una pérdida masiva de poder cultural y político para las personas que se han negado a siquiera reemplazarse. Gente como yo.
—Usted ha vivido en muchos sitios diferentes. ¿Hay algún lugar donde se sienta más cómoda que en otro?
—Actualmente vivo entre el Reino Unido y Nueva York. Pero me siento más o menos en casa en cualquier lugar.
—En un mundo hiperespecializado como el nuestro, ¿cuál es el conocimiento que podemos extraer de un género como la novela?
—Ultimamente me temo que el impacto principal de la novela radica en su alianza con la televisión. Si el libro está adaptado por Amazon, Netflix o HBO entonces puede iniciar una conversación de peso. De lo contrario, la audiencia de la ficción es ridículamente pequeña. Yo misma no suelo leer tantas novelas como antes.
—Una de las cosas que más me gustan de sus libros es el profundo trabajo de investigación sobre los conflictos que plantea. ¿Cómo funciona su método de composición en una novela? ¿De qué manera maneja los materiales?
—Ciertos temas requieren una enorme cantidad de investigación: leí demasiado para Los Mandible. Otros, no tanto. La parte difícil es decidir qué parte de esa investigación debería incluirse en el libro final. Exagera de más y le darás a tu novela el ritmo del paso de una tortuga.
—¿De qué manera cree que afectará la cultura hispana la conformación de la sociedad estadunidense en el mediano plazo?
—Si los hispanos comenzaran a votar con mayor frecuencia podrían controlar completamente la política en los Estados Unidos. Para el año 2030 los hispanos constituirán un tercio de la población. No se necesita una mayoría para dictar los resultados; solo hace falta desplegar un voto oscilante. Incluso si está motivado por el deseo de tener una “vida mejor”, instalarse en un nuevo país no es un acto meramente económico. En las democracias la inmigración es un acto político. Una de las grandes preocupaciones de Trump, por cierto.
—¿Qué escritores le llaman la atención en este momento?
—T.C. Boyle y Lawrence Osborne.
—¿Qué piensa de Kurt Vonnegut?
—Fui una gran fan en mi adolescencia. Pero cometí el error de releerlo siendo adulta. Desde una perspectiva madura sus libros no se sostienen. Se lo nota simplista, insípido y cursi.
—David Foster Wallace preguntó a una generación si era posible amar a alguien más además de a uno mismo, una pregunta que afecta de manera central a una cultura como la estadounidense. ¿A qué atribuye la orfandad, digamos cósmica, de su país?
—Su pregunta me desconcierta. No sé cómo responderla.
—Luego de leer sus libros es claro que el humor debe hacernos pensar y, luego, hacernos reír. ¿Cómo se recibe una visión como la suya en una sociedad como la londinense?
—El humor siempre debe hacernos reír y, a veces, hacernos pensar. Sospecho que los británicos entienden mejor mis chistes que los estadounidenses. Tiendo a ser seca, de cara seria, pero también un poco perturbada, con una apreciación de lo absurdo que comunica con sensibilidad más bien británica. No estoy segura de si comencé de esta manera o si esto pasó luego de vivir en el Reino Unido por treinta años. Tal vez ha sido un poco de los dos cosas.
—Leídos desde América Latina, muchos de los conflictos de sus personajes podrían ser catalogados como “white people problems”. ¿Le interesan las lecturas que pueden hacerse de sus libros en distintos contextos culturales?
—En Los Mandible yo les doy a los blancos problemas propios de los latinoamericanos. Piense en Venezuela. Y hay un pasaje cerca del final que indica que los problemas de América Latina –problemas reales– curan a los estadunidenses de sus problemas con los blancos. Una vez que han pasado por una inflación galopante, la crisis social y la inanición ya nadie tiene trastornos alimentarios. No hay depresión ni intolerancia al gluten. La intención de ese pasaje es ser divertido, pero allí hay más de un grano de verdad. Una gama amplia de nuestros “problemas” son lujos.
—Muchas de sus observaciones son sagaces, con un ojo entre clínico y sociológico sobre los esperpentos del presente. ¿Es usted una lectora habitual de ensayos y textos críticos? Encuentro una correspondencia particular entre sus novelas y algunos de los estudios de Ervin Goffman.
—Disculpe mi ignorancia, pero no estoy familiarizada con Ervin Goffman. Por otra parte, leo toneladas de periódicos y revistas. Tiendo a estar mucho más interesada en los artículos de opinión y de pensamiento más que en la crítica literaria. En vivo siempre prefiero relacionarme con las audiencias sobre el contenido de mis novelas. No soporto discutir sobre “mi oficio” o “mi proceso”.
—¿Estará de acuerdo con la idea que señala que la baja calidad de la escuela pública en los Estados Unidos es un método de control social?
—No creo que se trate de una conspiración, pero uno de los problemas de las escuelas en los Estados Unidos es que están financiadas con los impuestos a la propiedad. Eso significa que las escuelas en las áreas adineradas serán siempre más ricas. Sin embargo, y por lo que he leído, el problema es más profundo, no solo económico. Gastar más por alumno no necesariamente implica un resultado positivo. Puedes invertir más dinero en una escuela y aún así los estudiantes fracasarán. Algunos problemas no se remedian solo porque una política de gobierno así lo indique.
—¿Cree que el poder político y cultural de los Estados Unidos se encuentra en una situación crítica?
—La situación en los Estados Unidos es claramente grave, y no solo por Trump. El Congreso es disfuncional y ya lo era antes de que ese idiota fuera elegido. Todo el proceso democrático se ha convertido en una farsa. Las leyes se compran y se venden. Apostaría a que la mayoría de los estadounidenses consideran al gobierno federal como su enemigo. Y este es un país cuyos padres fundadores concibieron un gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Ni siquiera nosotros creemos ya en nuestra retórica. Mientras tanto franjas del país están siendo despobladas por la crisis de opioides. Es infame. El resto del mundo considera al gobierno estadounidense como una burla; por ello me preocupa que la pérdida de prestigio e influencia de los Estados Unidos durante esta administración sea permanente. Pero detesto los grandes y elefantiásicos gobiernos autocráticos, y tal vez para Washington sea imposible hacer otra cosa, ya que lo que a menudo le sale mejor es empeorar las cosas, dando resultados aún peores.