Su amor era tan grande que él conservaba todo lo que ella poseía, y al final también lo que ella podría haber poseído”. Esa es una cita de Museo de la inocencia, la novela de Orhan Pamuk, pero también es una premonición. Kemal es el amante obsesivo que va robando objetos a su amada imposible. En cada visita diaria, esas que le hizo durante muchos años, con paciencia, amor y locura él se llevaba algo.
En el ondulado barrio de Çukurcuma de Estambul donde vivía Fusun, la protagonista de esa novela sobre el amor en su obsesiva radicalidad, como si fuera la única manera de concebirlo, el novelista construyó un museo. Un patrimonio compuesto de miles de colillas de cigarrillos, decenas de pequeños aros, tazas de té, pañuelos, objetos de la vida cotidiana de esa ciudad turca de la década del 70. Hasta el manuscrito de la misma novela y las lapiceras gastadas en su escritura pueden visitarse pagando una entrada y renovando un pacto con esa materialidad que reenvía, en primera instancia, a los conceptos básicos de lo ficcional. Un museo sobre la inocencia o, en todo caso, sobre la suspensión de las creencias indispensables a la hora de leer. Exhibidas en vitrinas, las 4 mil colillas de cigarrillos o una zapatilla de mujer o un par de aros reduplican la indagación sobre la verosimilitud, el lugar de autor y la obra.
También, obliga a pensar la relación entre el archivo como conjunto de objetos, documentos y existencias y el museo o lugar de exhibición. Plantea, imaginariamente, qué es un archivo, cómo está compuesto, cuál es su función. El de Pamuk es su novela. En la ficción “están” todos los objetos que, luego, cuidadosamente organizará en los anaqueles y exhibidores del museo.
Si para Pamuk su propia novela es el depósito inmaterial de los objetos que luego veríamos en exposición, Sebastián Gordín hace de su obra ese conjunto creativo, el repertorio para elegir las piezas que mostrar. Pero no en el sentido de una selección más o menos convencional. Oficina de entrenamiento de objetos vagos, precioso título que reúne 25 objetos realizados o intervenidos por él, proviene de lo que en bibliotecología se llama selección negativa. Estas piezas son las que “quedaron” de otras muestras, las que fueron proyectos sin realización, las que estaban ahí, quietas y mudas y no encontraban pareja, no hacían rancho con otras. No se vendieron ni se vieron. Eran, como los llamó este artista, objetos vagos. Tanto porque no fueron productivos, holgazanes que se quedaron en su taller, o por tener una forma difusa, una función imprecisa, un comportamiento anfibio.
Un transmisor telegráfico, ladrillos y ladrillitos, una mesa con peluca, pero entre sus patas, cajas y cajitas, una horma de zapatero con tres pies, monedas, chapas, frascos de cerámicas, potes, palos, cajoncitos, pequeñas tarimas, fardos de pelos adquieren una nueva vida en el espacio de Central de Procesos. Otra oficina, pero de verdad, que funciona como espacio de experimentación y exhibición en la Subsecretaría de Cultura de San Isidro.
Para los objetos inanimados de Gordín, la sala de exhibición es un lugar de entrenamiento. Un gimnasio para ejercitar la existencia principiante. Allí son parte de un sistema que los indiza, clasifica y cataloga. En los lugares de guardado, vitrinas, cajones, estantes, están con su numerito colgando. Las “bibliotecarias” o personal del museo son las que entregan los pedidos de los usuarios. Junto con el objeto viene una ficha. Ese, en todo caso, es el terreno de la libertad creativa.
La ficción del encorsetamiento burocrático: el objeto que existía gozoso, desocupado y vagoneta en el taller de Gordín, se vuelve atareado y afanoso. De lo inclasificable a lo clasificado por ese número, esa ubicación en el sistema de la cultura. Sin embargo, en la escritura está el desajuste. Cada participante puede confeccionar una tarjeta con un texto en relación con la pieza elegida. Puede leer las anteriores. Sumarle un ejercicio, dotarlo de una instrucción. Para que practique, claro.
Oficina de entrenamiento de objetos vagos
De Sebastián Gordín.
Central de Procesos, Av. del Libertador 16.212, San Isidro.
De lunes a viernes de 9 a 18 y sábados de 14 a 18.