¡Qué raro! ¿“Un relato magistral y desconocido de García Márquez”? Eso reza en el cintillo. Y el título también parecía extraño: De viaje por Europa del Este. Que a estas alturas exista un relato “desconocido” de GGM resultaba sospechoso, y que además el título se pareciera a otro que yo no lograba recordar ya era demasiado. Recurrí a Google y todo saltó de inmediato. No se trataba de ningún relato desconocido; había sido publicado en 1957, y para colmo le cambiaron el título; si antes era De viaje por los países socialistas, ahora era “por Europa del Este”. Además le sacaron el subtítulo: 90 días en la Cortina de Hierro.
Celebro que se hagan reediciones, y mucho más cuando se trata de crónicas publicadas hace más de sesenta años. No es fácil acercar al lector relatos periodísticos tan atados a la historia. Y eso se agradece. Pero que se pretenda presentar semejante material como seudonovedad, o tras el disfraz de libro “desconocido”, bajo la artimaña de un cambio deliberado de título y sustrayendo el subtítulo, me parece incorrecto y deliberadamente engañoso. Además, esta nueva edición es rigurosamente exacta a la anterior (por suerte). No hay variación ni en el contenido ni en el orden de las crónicas. La trampa está solamente en el empaque. Pero incluso uno puede pensar que una reedición de semejante clásico podría verse complementada con un prólogo, alguna presentación o epílogo, o en definitiva cualquier valor agregado que justificara cierto carácter de novedad. Pues no. El libro es rigurosamente el mismo que se publicó en 1957, o más bien la recopilación de las crónicas escritas para la revista Cromos de Colombia y Momento de Venezuela, y luego hechas libro por al menos dos editoriales, la editorial Macondo de Cali, y Oveja Negra de Bogotá, ambas en 1978.
Escrito por la misma época que Relato de un náufrago, De viaje por Europa del Este es un libro que se disfruta a pesar de estar desactualizado, si por esto entendemos que el contexto histórico que sirve de marco y materia al autor es el que precede al derribo del Muro de Berlín. Y si algo marca un antes y un después en la historia contemporánea es precisamente la caída del bloque socialista. Así, todas las observaciones y datos que García Márquez acumula en estas crónicas (con rigor y no por ello menos gracia) resultan obsoletas. Y sin embargo, a pesar de integrar un mundo que todos vimos caer en las pantallas de los televisores, estas crónicas siguen siendo grandes crónicas.
Lo son por varias razones. Una, por la gran capacidad de GGM de apropiarse del universo que le sirve de escenario para sus narraciones. Sus radares apuntan siempre a los detalles: los relojes de pulsera o la camisa de nylon, para hablar de los sueños de consumo de los berlineses orientales, o “una mujer con traje sastre, de buena calidad pero gastado por el uso, y con un sombrero de vampiresa de cine mudo hundido hasta las pestañas”, para describir a una checoslovaca en el vagón del tren. A modo de zoom out el autor coloca su mirada primero en el detalle para después abrir el ángulo y mostrarnos el conjunto. Y ese conjunto suele presentarse como cuadro de costumbres, sin despreciar elementos de guía turística, siempre atravesado por opiniones o críticas o ideas políticas. Y acá hay otro elemento que hace de estas crónicas grandes crónicas: García Márquez viaja a la Cortina de Hierro con toda su simpatía a cuestas por el modelo socialista, pero su paso por Alemania oriental, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la Unión Soviética lo obliga a rever sus convicciones: “Los obreros están bien, pero carecen de conciencia política. Hacen consideraciones absolutas y no entienden por qué el gobierno les dice que el proletariado está en el poder y tienen que trabajar como burros para comprar un vestido que les cuesta el sueldo de un mes”. Sin embargo, estas consideraciones tampoco lo hacen simpatizar con el modelo capitalista: “En cambio, los obreros de Alemania oriental, que son explotados, tienen más confort, mejor ropa y derecho de huelga”. En definitiva, una mirada crítica, autocrítica, compleja, inusual y de difícil equilibrio en plena Guerra Fría. “Es un viaje peligroso para un periodista honesto –confiesa el autor preocupado por ese axioma del periodismo llamado “objetividad”–, se corre el riesgo de formarse juicios superficiales, apresurados y fragmentarios, que los lectores podrían considerar como conclusiones definitivas”.
Consciente de quiénes eran sus lectores inmediatos, García Márquez traza divertidas comparaciones con la Colombia rural: “Aquella estación ardiente, desierta (en la Unión Soviética) con un hombre dormido frente a un carrito de refrescos con frascos de colores era igual a las polvorientas estaciones de la zona bananera de Santa Marta. La impresión fue reforzada por los discos: boleros de Los Panchos, mambos y corridos mexicanos”. Como dice ese otro maestro de la crónica, Juan Villoro, “ciertas verdades piden ser desdramatizadas para ser creídas”.